jueves, 11 de marzo de 2010

CONDÚCETE COMO JESÚS

Ustedes, como hijos amados de Dios, procuren ser como él. Condúzcanse con amor, lo mismo que Cristo nos amó y se entregó, para ser sacrificado por nosotros (Efesios 5:1, 2, DHH).
Cada mañana cuando me levanto le pido a Dios que me conduzca a lo largo de ese día, y siempre me siento avergonzada por la manera en que Dios me muestra cosas nuevas y maravillosas que necesito aprender y saber. Mi esposo viaja mucho por cuestiones de trabajo, y había estado afuera por casi dos semanas. Mi día sería un poco diferente ese sábado de mañana. Así que comencé mi oración diciendo: ¿Qué debo hacer después, Señor? A medida que la mañana avanzaba, me dejé conducir por Dios y él me mostró qué hacer.
Comencé a ir a una pequeña iglesia en Napóles, Italia, primero en auto y después en tren. Llegué a la iglesia justo cuando el servicio eclesiástico comenzaba y me di cuenta de que había Santa Cena. Una mujer joven y muy amable se movió para que yo me pudiera sentar. Me tradujo una parte del sermón, y cuando fuimos a una habitación para lavarnos los pies, nos saludamos las unas con las otras y compartimos el amor de Dios. Ella nos contó que era de Rumania y que les enseñaba inglés a los niños pequeños de las escuelas Nápoles.
Ella creía que nuestra iglesia algunas veces pone los reglamentos por delante del amor de Dios, así que le pedí a Dios que me ayudara a compartir su amor con ella. Una vez que volvimos a la iglesia, los que tomarían parte del pan y del jugo de la vid debían ponerse de pie. Ella no le había lavado los pies de nadie, por lo tanto permaneció sentada. Mientras repartían el pan y el vino a los que estábamos parados, le pregunté a Dios qué podía hacer para conducirme con amor. Me sentí impulsada a compartir una pequeña porción de pan y un poco de jugo con ella. Nunca antes lo había hecho, pero las dos teníamos lágrimas en los ojos. Me sentí bendecida al dejarme conducir por la voz de Dios.
La lección que Dios compartió conmigo es una de pequeños milagros que traen lágrimas a mis ojos y me instan a seguir dejándome conducir por él cada día. Muchas veces no veo cuál es el siguiente paso que él quiere que dé, pero está justo allí cuando camino detrás de él; no adelante, ni a su lado. Deseo que aquellas personas con las que comparto a Jesús también se sientan bendecidas.
Susen Mattison.
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

EL ALTÍSIMO CONOCE MI DESTINO

Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá. Salmos 1:6.

Este conocimiento de Dios debe tener un significado más amplio que debiera decir que «Dios conoce el camino de los justos y también el de los malos». Desde otro punto de vista: Si el camino de los malos perecerá, ¿qué ocurrirá con el camino de los justos? A primera vista, el versículo de hoy puede dar la impresión de que el camino de los malos se sale del ámbito del conocimiento de Dios. Por eso no hay que aventurarse en ese camino.
¿Te imaginas qué pasa con las briznas de césped que arrojas al aire del patio de tu casa en medio de un ventarrón? El Salmo dice que precisamente ese es el destino de los malos: «Son como el tamo que arrebata el viento» (vers. 4, RV95). Es en ese sentido que Dios no «conoce» qué será de ellos. Elegir un camino equivocado al destino que él nos trazó es algo «desconocido» para Dios. Seguramente has estado varias veces en actividades o reuniones en las cuales se pasa lista de presencia. Escuchas tu nombre y gritas «presente». Algunas veces escuchamos un nombre y nadie responde. Así es la senda de los malos. Estarán ausentes. No habrán acudido a la cita con el Abogado para presentarse al juicio. No habrán acudido a la cita con su Salvador Cristo Jesús. Por eso la senda de los malos es desconocida.
¿Qué quiere decir, entonces, que Dios «conoce»? Significa, en el marco del mensaje bíblico, que el Omnipotente ha trazado un camino y un destino para los que creen. Hemos sido predestinados para la salvación... ¡Todos los seres humanos! (2 Pedro 3: 9). De ahí que quien se pierde es porque ha errado su gran destino. El Creador planeó el destino de los seres humanos que lo aceptan como el Señor de su vida. El Salmo termina con las palabras del texto base de la meditación de hoy, dice que Dios «conoce» el camino, es decir, todo el camino, hasta su desembocadura en las «mansiones» que el mismo Cristo dijo que iría a preparar para sus hijos (Juan 14: 1-3, RV95). Tu destino está asegurado, tú tienes un lugar reservado en el Reino. ¡No tengas temor!

«El cristiano [...] crece constantemente en felicidad, en santidad, en utilidad. El progreso de cada año excede al del año anterior». MJ 93

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA FE

¡Sí creo! —exclamó de inmediato el padre del muchacho—. ¡Ayúdame en mi poca fe! (Marcos 9:24).

El segundo paso en la dinámica de la salvación, es tener fe en Dios. Como dijimos anteriormente, todos los seres humanos tenemos la capacidad de tener fe (Rom. 12: 3). Nacemos con el don natural de ser capaces de depositar nuestra confianza en algo o en alguien. Dijimos que el reconocimiento de que somos pecadores se basa en la premisa de que creemos en la existencia de un Dios que es justo y que demanda justicia de nosotros. Tenemos, entonces, la opción de depositar nuestra confianza en ese Dios. No somos dejados a la deriva. El Espíritu Santo, que nos dio la convicción de pecado, ahora nos guía a poner nuestra confianza en Dios. Si nos quedáramos solo con la convicción de pecado, entonces corremos un gran riesgo. El enemigo de Dios puede usar esa situación interna nuestra, y exagerarla con la idea de que no hay nada que podamos hacer, a fin de llevarnos a la desesperación y a la ruina.
Pero cuando aceptamos la guía divina, esta dirige nuestra confianza hacia Dios, quien sí puede ayudarnos. Así, la fe se fortalece, de modo que aprendemos a tener más y más confianza en Dios, quien tiene la solución para nuestra situación pecaminosa. De ese modo, un don natural como la confianza, se transforma en un don espiritual, que es la fe en Dios.
Hay muchos que deciden no creer en Dios (2 Tes. 3: 2). Deciden creer en sí mismos, en algo o en alguien más. Esto es la perversión de la fe. Por esta razón, somos estafados frecuentemente, o nos frustramos, porque ponemos nuestra confianza en alguien que no es fiel. Dios mismo nos guía para que el objeto de nuestra fe sea el correcto. Así que, él no solo es el autor de la fe, en el sentido que nos ha dado una medida de ella a todos, sino que es el consumador de la fe, porque nos ayuda a dirigir correctamente nuestra fe cuando respondemos a la orientación de su Espíritu. Como dijo el apóstol: «Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe» (Heb. 12: 2).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C