domingo, 1 de abril de 2012

MANTENTE FIEL


«Ordena, pues, que me corten cedros del Líbano» (1 Reyes 5:6).

¡Me encanta caminar por el bosque! ¿Y a ti? Me gusta especialmente el aroma de los pinos. ¿Sabías que en los lugares donde hay cuatro estaciones, los pinos no pierden sus hojas durante el frío invierno? ¡Por eso los pinos de Navidad siempre están verdes!
El cedro es un tipo de pino. Su madera tiene una coloración rojiza, pero eso no es lo que la hace especial. Es especial porque es muy resistente al tiempo y repele los insectos. Eso significa que no se deteriora como ocurre con otros tipos de madera, y que nunca le entrará polilla ni nada parecido. Gracias a estas características, la madera de cedro se utiliza para fabricar cofres en los que la gente guarda cosas especiales. Ningún insecto se meterá a un cofre de madera de cedro, ni tampoco se deteriorará lo que mantengas allí. Y digo mantener porque es como si la madera de cedro mantuviera las cosas.
Y hablando de mantener; Dios quiere que siempre le seamos fieles. En Samuel 12:14 (NVI) nos dice: «Acatando sus mandatos y manteniéndose fieles a él». Acepta hoy la gracia de Cristo y entrégale tu vida. Espera su segunda venida y mantente listo para el cielo, donde la polilla no nos molestará ni nada se deteriorará.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UNA QUÍMICA MARAVILLOSA


Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. (Romanos 15:13).

La esperanza, conjuntamente con la fe y el amor, es una de las llamadas virtudes teologales. La esperanza propicia un estado de ánimo en el que se nos presentan como posibles nuestros deseos, anhelos, metas, aspiraciones e ilusiones.
La esperanza está latente en la mayoría de nosotros.  Sin embargo, cada día oímos historias tristes de personas que viven «sin esperanza y sin Dios en el mundo» (ver. Efe. 2:12). Cierran las puertas de sus corazones a los llamados del Espíritu Santo para no abrirlas jamás. Sus historias casi siempre culminan en tragedia.
Casi todos hemos vivido alguna vez momentos de! aflicción, pero pensemos que las pruebas, el dolor, el sufrimiento y cualquier situación adversa y desesperante, tienen una razón de ser y un propósito.
Nuestro Dios es un Dios de esperanza. Él inspira esperanza y la imparte a sus hijos. El Señor desea que abundemos en esperanza porque nos ha dado «preciosas y grandísimas promesas» (ver 2 Ped. 1:4) para que tengamos gozo y paz y para que, aferrados a su Espíritu, las disfrutemos anticipadamente.
¡Qué hermoso! ¡Qué saludable es tener una esperanza! Una esperanza viva que no esté fundada en nada humano que pueda fallar. Algo que nos haga soñar con una vida feliz, que nos anime en los días claros en que nos sonría la vida, que nos permita disfrutar plenamente, a pesar del mal y del pecado. Una esperanza que nos impulse a crecer a ascender, a triunfar.
Sin embargo, cuando los días se oscurecen y el dolor y la pena se convierten en nuestros compañeros, se hace aún más necesaria la esperanza que nos ofrece el Señor. Amiga, tenemos un Dios viviente que nos ama y estima tanto, que incluso entregó a su precioso hijo ¡por nuestra Salvación!
Si abrigas esa esperanza que viene de lo alto, cualquier día aciago puede convertirse en soportable; el dolor y la tristeza pueden ser transformados en alivio y consuelo por la alquimia maravillosa de la gloriosa esperanza que únicamente se halla en el Dios que graciosamente la otorga.  El mundo la necesita; oremos para que todos podamos tener esa esperanza que imparte gozo y paz.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Ana Luisa Ramos

«TENÍA QUE HACER ALGO POR ÉL»


El que pierda su vida por causa mía [...] la salvará. Marcos 8:35

Un grupo de alumnos estaba estudiando la Biblia con su profesor. Cuando llegaron al pasaje que relata la parábola del Buen Samaritano, el profesor preguntó:
—¿Quién de los tres fue el prójimo del hombre a quien hirieron los malvados? La respuesta no se hizo esperar. —¡Usted, doctor!
El doctor a quien los alumnos consideraban el Buen Samaritano era Albert Schweitzer, el joven que abandonó la comodidad de su hogar, la compañía de sus amigos y los placeres que trae la fama para servir en África como médico misionero. ¿Sorprendente? Lo que más sorprende es que Albert ya era un reconocido teólogo y músico cuando decidió estudiar Medicina para servir a gente menos afortunada que él. Además, era director de un seminario teológico y ya había escrito varios libros. ¿Puedes imaginar el revuelo que causó cuando anunció a sus familiares y amigos su decisión?
Durante algunos años, Albert no había podido sacar de su mente la idea de que gente inocente sufría mientras él estaba rodeado de bendiciones. Pero tomó la decisión después de leer un artículo sobre el Congo que decía: «Mientras a esta gente le hablamos de religión, ellos se están muriendo ante nuestros ojos por causa de las más diversas enfermedades» (Glenn Van Ekeren, The Speaker's Sourcebook [El manual de recursos del orador], p. 359).
Entonces sucedió algo que no estaba en el plan inicial: mientras estudiaba, se enamoró de una hermosa señorita. Y ella también se enamoró de él. ¿Qué debía hacer? ¿Abandonar sus planes de ir al África? ¡Jamás! En cambio le hizo una propuesta de lo más simpática:
—Helen, sabes que estoy estudiando Medicina para ir al África. ¿Te gustaría envejecer a mi lado y pasar el resto de tu vida conmigo en la jungla?
La respuesta de ella no fue menos ingeniosa: —Albert, te amo tanto que voy a estudiar Enfermería. Así no tendrás excusa para irte sin mí (M.,p.360).
Y así ocurrió. Cuando Albert Schweitzer tenía ochenta años de edad, un reportero le preguntó por qué había escogido servir a Cristo. Su respuesta fue tan sencilla como profunda: «Usted ve —respondió—, tenía que hacer algo por él». Y tú, joven lector, ¿a qué cosa o a quién dedicarás tus talentos? ¿Qué harás por quien dio su vida por ti?
Señor, yo también quiera hacer algo por ti, hoy y mientras viva.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

«¡HOSANNA AL REY!»


«Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo:" ¡Hosana al Hijo de David!  ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosana en las alturas!"» (Mateo 21:9).

¡Parecía como si todo el mundo hubiese oído hablar de la resurrección de Lázaro! Probablemente era a causa de que Betania, la pequeña población donde vivía Lázaro, estaba muy cerca de Jerusalén. El rumor había corrido y ahora las multitudes acudían para ver a Jesús y a Lázaro, el hombre a quien había resucitado.
La turba seguía a Jesús mientras este iba de camino a Jerusalén. Cuando se acercaban a la ciudad, Jesús envió a dos de sus discípulos para que fueran a buscar una asna y su pollino; subió a lomos del asna y continuó hacia su destino. Otra multitud, saliendo de Jerusalén, se reunió con los demás y, formando una gran procesión, marcharon hacia la ciudad. Era difícil de creer. Al cabalgar sobre el asna, parecía que Jesús les decía que estaba dispuesto a ser su rey.
La entusiasta multitud arrojó al camino por donde tenía que pasar Jesús palmas y ramas de olivo, así como sus mantos. De ese modo, Jesús, al entrar en la capital de su nación recibió los honores dignos de un rey.  Sin embargo, nada de lo que sucedía parecía normal. Se alejaba demasiado de cualquier otra cosa que le hubiera sucedido al Salvador. ¿Por qué lo permitió Jesús?
Una de las razones por las que Jesús toleró esa entrada triunfal en Jerusalén era que quería declarar abiertamente que era el Rey, pero no un rey como el que esperaba el pueblo. Solía hablar abiertamente de su misión. El pueblo podía saber, porque se lo había dicho, quién era y por qué había venido. Pero nadie le había prestado atención o, si alguien lo había hecho, solo había escuchado lo que le interesaba. Les había dicho que su reino no es de este mundo. Pero ellos tenían su propia idea preconcebida de cómo iban a ser las cosas.
Nosotros corremos el riesgo de cometer el mismo error. En esta tierra, los reyes son ricos, pero Jesús era pobre. Los reyes de esta tierra tienen a quienes se ocupan de todas sus necesidades, pero Jesús vivía para servir a los demás.
Señor, haz que no olvide ser lo que tú fuiste para que, algún día, pueda estar donde tu estas. Basado en Lucas 19: 29-44

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill