martes, 13 de noviembre de 2012

USA SU MANTO


«He pasado trabajos y dificultades; muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed; muchas veces no he comido; he sufrido por el frío y por la falta de ropa» (2 Corintios 1 1:27).

Pobre Pablo. En nuestra expedición por el texto bíblico de hoy encontramos que Pablo tuvo que soportar momentos difíciles. Pasó hambre, sueño, frío y desnudez por haber escogido serle fiel a Jesús.
¿Alguna vez has pasado frío? Yo escuché la historia de un hombre que estaba conduciendo su vehículo a través de una tormenta de nieve. La nevada era tan fuerte que llegó un momento en que no tenía visibilidad, así que estacionó su automóvil a un lado de la vía. La nieve siguió cayendo hasta que cubrió completamente el vehículo. Él dejó el motor encendido para mantenerse caliente, pero con el paso de las horas se acabó el combustible. El hombre había cometido el error de no llevar un buen abrigo ni nada de comida. Comenzó a temblar, y la temperatura de su cuerpo bajó. A esto se lo conoce como hipotermia. Pronto se quedó inmóvil y estuvo a punto de morir; cuando, justo en ese momento, apareció un hombre que conducía un quitanieves y lo encontró.
Satanás está deseoso de que a nosotros nos dé «hipotermia» espiritual. Él quiere que nuestro amor por Jesús se congele y muera. No permitas que eso ocurra. Mantente en movimiento, colócate el tibio manto de justicia de Cristo y entra en calor con él.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

GLORIFICAD AL SEÑOR


Esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos cualquier cosas conforme a su voluntad él nos oye. (1 Juan 5:14).

Ana, la madre de Samuel, fue ejemplo de persona piadosa. Con gran tristeza y con lágrimas en sus ojos llegó al templo suplicando con fervor a Dios que le diera un hijo, ya que era estéril y deseaba experimentar el gozo de ser madre. Jehová escuchó su ferviente plegaria y le concedió su petición. Ana alabó y glorificó el nombre de Dios dedicando aquel niño al servicio del Señor.
Al mantener nuestro contacto diario con Dios él nos revelará sus planes y bendiciones. Dios siempre escucha las oraciones sinceras como la de Ana, si bien es cierto que es necesario esperar confiadamente. Ana entendió que orar significa hablar con Dios, haciéndolo con regularidad y con suficiente fe.
«Las mayores victorias de la iglesia de Cristo o del cristiano no son las que se ganan mediante el talento o la educación, la riqueza o el favor de los hombres. Son las victorias que se alcanzan en la cámara de audiencia con Dios, cuando la fe fervorosa y agonizante se ase del poderoso brazo de la omnipotencia» (Dios nos cuida, p. 197).
No olvides alabar y glorificar al Señor antes de presentarle cualquier súplica, ya que el agradecimiento es una parte integral de la oración. La gratitud nos lleva de vuelta a la presencia de Dios, donde encontraremos abundante gozo y placer para siempre.
«Cada bendición que se nos concede demanda una respuesta hacia ti Autor de todos los dones de la gracia. El cristiano debiera repasar muchas veces su vida pasada, y recordar con gratitud las preciosas liberaciones que Dios ha obrado en su favor, sosteniéndole en la tentación, abriéndole caminos cuando todo parecía tinieblas y obstáculos, y dándole nuevas fuerzas cuando estaba por desmayar. Debiera reconocer todo esto como pruebas de la protección de los ángeles celestiales» (Patriarcas y profetas, cap. 17, p. 166).
Agradezcamos a Dios por cada momento de felicidad y por la presencia del Espíritu Santo que transforma nuestras vidas. ¡No descuidemos la comunión con Dios!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Coty de Calderón

EN LAS MANOS DE DIOS

Pon tu vida en las manos del Señor; confía en él, y él vendrá en tu ayuda. Salmo 37:5.

Cuando Florence tenía apenas 16 años sintió que Dios la llamaba a cumplir una misión especial: dedicar su vida al cuidado de los enfermos. Pero cuando comunicó su deseo a sus padres, estos no lo podían creer. En Londres, ser enfermera en ese tiempo casi equivalía al trabajo de una doméstica.
La oposición de su familia no la hizo desistir. En secreto, Florence se dedicó a leer sobre Enfermería, Salud Pública y Administración de Hospitales. A los pocos años, se podía decir que era una experta. En 1850, en contra de la voluntad de su familia, ingresó a una escuela de Enfermería. En mayo de ese mismo año escribió en su diario: «Dios, me entrego en tus manos» (John Hudson Tiner, For Those Who Daré [Para los que se atreven], p. 188).
Cuando culminó sus estudios, Florence estaba lista para cumplir su misión. Solo hacía falta un escenario para demostrarlo. La Guerra de Crimea le proveyó ese escenario. Inglaterra y Francia se habían aliado para defender a Turquía de la agresión de Rusia. Pero eran más los heridos que morían por falta de adecuada atención que los que morían en el campo de batalla. Tan solo en el Hospital de Scutari, Turquía, la tasa de mortalidad era del sesenta por ciento. Las ratas, el agua contaminada, el hacinamiento, el manejo inadecuado de los alimentos: todo se combinaba para que la muerte reinara a su gusto. Es decir, hasta que Florence llegó al lugar el 4 de noviembre de 1854.
En cuestión de días el hospital fue transformado. Florence ordenó que la basura se botara lejos de los enfermos; hizo construir más ventanas, estableció controles para el manejo de alimentos, el lavado de la ropa, etc. En pocas semanas la tasa de mortalidad bajó ¡al uno por ciento! (William J. Bennett, Virtues of Leadership [Las virtudes del liderazgo], p. 57). Mientras el personal dormía, Florence, lámpara en mano, hacía una ronda nocturna, para asegurarse de que nada le faltara a los heridos.
Cuando regresó a Inglaterra en 1858, Florence Nightingale solo era superada en popularidad de la Reina Victoria. Luego escribió varios libros de texto sobre Enfermería y echó las bases para fundar lo que hoy conocemos como las escuelas de Enfermería de las universidades modernas.
¡Todo el bien que un joven puede hacer cuando coloca su vida en las manos de Dios!
Señor, indícame mi misión en la vida. Me coloco hoy en tus manos para cumplirla

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

CORAZONES ARDIENTES


«Y se decían el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?"» (Lucas 24: 32).      

Dos hombres iban, apresurados, de Jerusalén a Emaús, donde vivían. Habían ido a Jerusalén para saber de primera mano qué le sucedería al maestro al que habían aprendido a amar y seguir. Algunos decían que iba a ser coronado rey de los judíos y otros que iba a ser condenado a muerte. Las peores expectativas se habían cumplido, por lo que andaban aturdidos y desencantados, al tiempo que la decepción les partía el corazón. Repasaban una y otra vez los detalles de los últimos días. ¿Cómo había podido suceder?
Iban tan sumidos en su dolor que apenas se dieron cuenta del viajero que se les había unido. Estaba anocheciendo y los hombres se quitaron los turbantes. El desconocido preguntó con tono amistoso:
—¿De qué discutían con tanta intensidad cuando me uní a ustedes?
—Si no lo sabes es que eres extranjero —respondieron.
Y le hablaron brevemente de la crucifixión. El desconocido asintió con la cabeza y luego comenzó a explicar qué significaba todo aquello, empezando con las profecías del Antiguo Testamento hasta el presente. A medida que les revelaba la historia, los pasos iban cayendo uno tras otro. En poco tiempo llegaron a su casa.
Invitaron al extranjero a que se quedara a cenar.  «Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista. Y se decían el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?"» (Luc. 24:30-23).
¿Qué hicieron entonces los dos hombres? Regresaron a Jerusalén para contar a los demás discípulos lo que habían visto y oído. Ahora entendían la Biblia porque el propio Jesús se la había explicado.
Antes de regresar al cielo, Jesús dijo a los discípulos que enviaría al Espíritu Santo, quien aún les explicaría más cosas. Pero la Biblia no nos hará ningún bien si la dejamos en el estante o en la mesa. Tómela en las manos. Léala, ámela y obedézcala.  Basado en Juan 5:39.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill