sábado, 8 de diciembre de 2012

¡NO LO OLVIDES!


«Por eso les seguiré recordando siempre todo esto, aun cuando ya lo saben y permanecen firmes en la verdad que les han enseñado. Mientras yo viva, creo que estoy en el deber de llamarles la atención con estos consejos» (2 Pedro 1:12,13).

¿Recuerdas lo que comiste la última vez que te sentaste a la mesa? ¿Se te olvidó? Ah, ahora lo recuerdas. Has utilizado tu memoria para recordar lo « que comiste. ¿Sabes qué es la memoria? Es la parte de tu cerebro que te ayuda a recordar números telefónicos, palabras y el rostro de las personas.
Imagínate cómo sería si no tuvieras memoria. No podrías recordar el lugar donde vives y estarías perdido todo el tiempo. No podrías recordar nada de lo que tu mamá, tu papá o tu maestra te dicen. Eso nunca te ha pasado, ¿verdad? Ni siquiera recordarías tu nombre. ¡Eso sería terrible!
En el versículo de hoy Pedro estaba tratando de hacer que la gente usara su memoria. Él quería que recordaran que Jesús los había perdonado y salvado.  Él quería recordarles que Jesús esperaba que ellos hablaran a otros sobre él. Pedro estaba haciendo que usaran la memoria para recordar lo mejor de todo: que Jesús los amaba. Y a ti también te ama. ¡No lo olvides!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA PAZ DEL SEÑOR


La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (Juan 14:27)

De lo más hermoso que recuerdo de mi pueblo es la oportunidad que teníamos de sentarnos a la orilla del mar para ver la puesta de sol. El hermoso resplandor que provoca el sol al ocultarse, ese ocaso anaranjado, es un espectáculo que nos invita a permanecer en silencio hasta que desaparezca el último de sus rayos. La paz que produce ese fenómeno de la naturaleza es extraordinaria.
El lugar donde se une el cielo con el mar pareciera decirnos que no existe nada después del horizonte. Mientras tanto, la belleza del medio natural nos obliga a alabar a Dios. Es entonces cuando reconocemos que ningún detalle fue pasado por alto por el Señor, y que todo está bajo su control. Todo el mundo natural parece decir que no tienes nada de lo que preocuparte, que puedes descansar en sus brazos y él te sostendrá y te dará paz y descanso. En los hospitales me ha tocado ver a muchas personas que sufren de ansiedad, con la angustia reflejada en sus rostros, en su voz y en sus ojos. Recuerdo que una mañana entré apresurada a la sala de emergencia. Detrás de mí oí una voz masculina que me llamaba y me decía: «Hermana, por favor, ore por mí». Creí que era alguien conocido. Cuando finalmente lo atendí me di cuenta de que estaba esposado a la cama y tenía una herida en el tórax. Era un paciente que venía de una cárcel de máxima seguridad; tomé su mano y oré con él para tranquilizarlo. No sé cómo supo que yo podía elevar una oración en su favor. No obstante, agradecí a Dios por permitirme ayudar a aquel hombre desesperado y angustiado.
La felicidad no es tener todo lo que quieres, sino saber que en la adversidad Dios está contigo; la paz que él ofrece es espiritual. No importa si todo a tu alrededor parece estar derrumbándose, continúa confiando en su poder y en su amor. Te invito a que sencillamente confíes en Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Zoila Alvarado

¿TAMBIÉN ERES INOCENTE?


Quien encubre su pecado jamás prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón. Proverbios 28:13, NVI

Cuenta un relato que cierto día el rey Federico Guillermo I de Prusia decidió visitar una de las prisiones de su reino, con el fin de saber cómo estaba funcionando. Parte de su inspección consistía en entrevistar a algunos de los prisioneros.
Al preguntar a los prisioneros las razones por las cuales estaban tras las rejas, uno culpó al juez por la sentencia que le dictó; otro se quejó de lo mal que sus abogados habían manejado el caso; y un tercero arremetió contra el jurado. Con diferentes argumentos, ninguno de los presos admitió haber cometido algún crimen.
Entonces le llegó el turno a un prisionero que estaba sentado en la esquina de su celda con la vista fija en el suelo.
—Y tú —preguntó el rey—, ¿también eres inocente?
—No, Su Majestad —respondió el hombre—. Soy culpable. Estoy pagando una condena justa por haber transgredido la ley de su reino.
Sin pensarlo dos veces, el rey ordenó:
—¡Guardias! ¡Saquen inmediatamente de la cárcel a este hombre antes de que corrompa a los demás presos!
Si algo nos enseña este relato es que la primera condición para hallar el perdón consiste en reconocer que hemos fallado. Claro, no basta con reconocerlo, también hay que confesarlo y pedir misericordia, tal como lo indica nuestro texto bíblico para hoy.
La actitud del prisionero arrepentido nos recuerda la parábola que contó Jesús de los dos hombres que fueron al templo a orar. Uno, el fariseo, dijo: «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros». El otro, un cobrador de impuestos, sin siquiera levantar su vista, en cambio oró así: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (ver Luc. 18:9-14). ¿Cuál de los dos fue perdonado? El cobrador de impuestos.
Cuando en tus oraciones le hables al Rey, no te esfuerces en disculpar tus faltas. Reconoce tu culpa y, en el nombre de Cristo, tu Abogado, pide perdón.  Tu Padre celestial que es «un Dios tierno y compasivo» (Neh.9:17), se deleitará no solo en perdonarte, sino también en concederte su ayuda para que no caigas de nuevo.

Padre mío, en el nombre de Cristo, te pido que limpies mi vida de toda maldad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LECCIONES DE UN ÁRBOL


«Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto» (Juan 15:2).

Hace algunos años, mi esposa y yo compramos un toronjero. Sabíamos cómo cuidar de un huerto, pero no teníamos experiencia con los árboles frutales. El pequeño árbol estaba cubierto de flores. Nos alegró ver que ya en el primer año iba a dar mucho fruto.
El hombre que nos lo vendió nos recomendó que elimináramos las flores. Cuando le preguntamos por qué, nos explicó que el árbol tenía que crecer y que todavía no era lo bastante maduro para dar buenos frutos. Definitivamente, era distinto de las judías verdes. Para obtener una cosecha de legumbres basta con sembrarlas en la estación correcta y, después de algunos meses, ya se pueden cosechar. Pero un árbol frutal tarda años en desarrollarse.
Nuestro pequeño árbol crecía sano. Al segundo año, brotaron tantas ramas que era imposible ver a través de la copa. Sabía que era preciso podarlo, por lo que busqué la palabra «poda» en Internet y descubrí algunas cosas interesantes.
La poda de los árboles es una técnica que usan los hortelanos y jardineros para controlar el crecimiento, quitar la madera muerta o enferma o estimular la formación de flores y frutos. Descubrí que la mejor época para podar es al principio de la temporada, cuando las yemas empiezan a brotar y es posible eliminar los brotes usando tan solo los dedos. El artículo señalaba que muchos hortelanos aficionados caen en el error de plantar el árbol y dejarlo a su suerte hasta que empieza a dar fruto. Sin embargo, la atención cuidadosa y la vigilancia de los árboles jóvenes determinarán su productividad y su longevidad.
Nuestro árbol había echado tantas ramas que la luz del sol era incapaz de pasar a través de él. Así que lo podé de tal manera que el sol pudiera iluminar las ramas interiores y el árbol pudiera ventilarse correctamente; de lo contrario, enfermaría.
El proceso de poda me ayuda a entender lo que Jesús tiene que hacer con nosotros. Si queremos llevar fruto, en la vida hay muchas cosas que es preciso eliminar. Jesús usó las lecciones de la naturaleza para enseñar verdades espirituales. ¿Se le ocurre alguna más? Basado en Juan 15:1,2.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill