martes, 21 de mayo de 2013

VIAJE MISIONERO

Lugar: Malasia 
Palabra de Dios: Hechos 20:35

Hace unos quince años, un grupo de nuestra escuela realizó un viaje misionero a una pequeña aldea en Sarawak, Malasia. Fuimos allá para ayudar a construir un lugar de captación de agua, para que los aldeanos pudieran tener una fuente de agua más confiable y conveniente.
Cuando llegamos a nuestro destino, estaba oscuro y lloviendo. Mientras corríamos hacia el edificio conocido como la casa comunal, los aldeanos comenzaron a aplaudir y a darnos ánimo. Inmediatamente, una persona con un vaso con líquido rojizo en la mano nos saludó y nos dijo que tomáramos un sorbo. Al lado, en la fila, había otra persona con otro vaso. Y detrás de esa persona nos esperaba todavía otro vaso. Recorrimos la fila de vasos con líquido rojizo, tomando un sorbo de cada uno. Era su manera de darnos la bienvenida.
Esa semana trabajamos junto con ellos cavando zanjas, mezclando cemento y construyendo una estructura que captaría y almacenaría el agua de lluvia. Pero, lo que sobresale en mi mente acerca de aquel viaje a Malasia fue la generosidad de los aldeanos.
Aunque habíamos ido allá para ayudarlos, esa semana, la gente de la aldea nos mostró el verdadero significado del texto que dice "Hay más dicha en dar que en recibir". No tenían mucho, pero lo que tenían querían compartirlo con nosotros. La bienvenida de esa noche, con las bebidas y la comida que nos dieron, fue solo el comienzo.
Nos enteramos de que el jefe acababa de terminar de construir una casa nueva. Todavía ni siquiera se había mudado a ella, pero nos la ofreció, generosamente, para que durmiéramos en ella. Y los aldeanos nos ofrecieron galletitas y otras comidas durante toda la semana. Su disposición a compartir fue inspiradora. Cuando terminó la semana, regresé al colegio habiendo recibido el recuerdo de que es más bendecido dar que recibir.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

¿POR QUIÉNES MURIÓ CRISTO?

Hermanos míos, la fe que tienen en nuestro glorioso Señor Jesucristo no debe dar lugar a favoritismos. Santiago 2:1

Nunca hemos sido, ni somos, ni seremos merecedoras del maravilloso milagro de la cruz. No existe la más remota posibilidad que nos lleve a pensar, con razón que Dios nos ofrece salvación y redención porque somos buenas. ¡No! ¡No la hay!
Los seres humanos hemos sido liberados de la muerte eterna gracias a un acto de amor infinito de Dios, que asumió nuestro pecado en nuestro favor y por tanto sufrió sus consecuencias en su propia carne. En la Biblia leemos: «Porque por gracia ustedes han sido salvos mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios» (Efe. 2: 8).
¡Maravilloso regalo de Dios! Para todos sus hijos y todas sus hijas, todos aquellos que pisamos la tierra sin importar el color de nuestra piel, nuestra situación financiera o cultural; tampoco son válidas referencias sociales, ni un apellido de abolengo, menos aún un montón de papeles que testifiquen que alguien ha llegado a la cumbre del desarrollo intelectual. En otras palabras, salvación para todos los que acepten por fe el sacrificio de Jesús en su favor.
Si Dios no hace distinción de personas, ¿por qué nosotros sí? ¿Qué espíritu es el que nos lleva a pensar que cierto color de piel, o una buena posición financiera holgada, o el reconocimiento social por nuestros logros, ponen a ciertas personas en un nivel superior con respecto a otras?
Conocí a una dama que consideraba que ciertos lugares deberían estar reservados para la «gente bien» (como ella la llamaba), y que jamás deberían rozarse con el «populacho» (otra de sus expresiones para referirse a personas sencillas), sin tomar en cuenta que la cruz de Cristo nos pone a todos sin excepción en un plano de igualdad: «Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Rom. 3:23). Es posible que muchas de nosotras alberguemos en nuestro interior la misma idea y suframos en la compañía de personas que carecen de todo.
Si ese es tu caso, es necesario que te bajes del pedestal de la arrogancia y, con humildad santificada, te inclines ante Dios pidiendo perdón, y acerques intencionalmente a tu corazón a todos los que ignoras, pensando que no valen nada.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

DE BALONAZOS Y OFENSAS VERBALES


Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al juicio del infierno (Mateo 5:22).

Uno de los objetivos de nuestro Señor al venir al mundo fue «magnificar la ley y engrandecerla», darle su verdadero significado. Es decir, sancionar las palabras, los deseos, las intenciones y la imaginación.
En una ocasión la futbolista Tabea Kemme, del Turbine Potsdam, arrojó un balón al rostro de Kerstin Garefreke, del Frankfurt. La atacante del Turbine Potsdam había hecho un intento de saque de banda, pero Kerstin Garefreke se lo impidió. Tabea Kemme perdió el control y golpeó a Kerstin con el balón en el rostro.
La Federación Alemana de Fútbol decidió dar un castigo ejemplar a la atacante Tabea Kemme: la suspendieron cuatro partidos. La Federación consideró aquel acto como una conducta antideportiva grave por lo que, además, razonó que la campeona del Mundial Femenino Sub 20 actuó con toda la intención de agredir a su oponente, situación por la que se mostraron inflexibles con la sanción.
Pero Tabea Kemme no fue la única castigada. También fue suspendido el técnico Sven Kahlert, quien fue sancionado con un partido por haber empujado a la joven de 18 años tras la agresión sobre su jugadora.
Las autoridades del fútbol se muestran muy severas en las sanciones aplicadas por las violaciones al reglamento. Si no lo hicieran así, cada partido se convertiría en una batalla campal y, de hecho, el fútbol no existiría.
Pero Dios no mantiene la paz en las relaciones entre sus hijos mediante reglas y sanciones. Va mucho más allá. Estableció un principio de conducta infalible: el amor. En el reino de los cielos, el amor no es una regla de conducta, sino un principio que hace buenas todas las acciones desde su mismo origen.
El amor no permite al cristiano que ofenda de ninguna forma a su hermano: ni con actos, ni con palabras, ni con el pensamiento. En el reino de los cielos, el que odia a su hermano, ya es homicida: ha violado las leyes del reino de Dios. No amar al hermano es permanecer en el reino de la muerte. Amarlo, es pasar al reino de la vida (Juan 5:24).
Y tú, ¿cómo estás? ¿Amas a Dios de manera suprema, y a tu hermano como a ti mismo?

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez


EL TRABAJO ES UNA BENDICIÓN

He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad. Ezequiel 16:49.

Dios le dio el trabajo al hombre como bendición, para ocupar su mente, fortalecer su cuerpo y desarrollar sus facultades. Adán trabajaba en el jardín del Edén y encontró el placer más elevado de su santa existencia en la actividad física y mental. Cuando fue echado de su hermoso hogar como resultado de su desobediencia y fue obligado a luchar con un suelo rebelde para ganar su pan cotidiano, ese mismo trabajo fue un consuelo para su alma entristecida, una salvaguardia contra la tentación.
El trabajo razonable es indispensable tanto para la felicidad como para la prosperidad de nuestra raza. Fortalece al débil, vuelve valiente al tímido, rico al pobre y feliz al desdichado. Nuestras diversas tareas están en proporción directa con nuestras diferentes capacidades, y Dios espera los réditos correspondientes de los talentos que les ha concedido a sus siervos. No es la grandeza de los talentos que se poseen lo que determina la recompensa, sino el modo como se los usa; el grado de lealtad que se aplica en el desempeño de los deberes de la vida, sean grandes o pequeños.
La ociosidad es una de las más grandes maldiciones que pueden recaer sobre el hombre, porque el vicio y el crimen siguen en su estela. Satanás está al acecho, listo para sorprender y destruir a los que no están en guardia, cuya ociosidad le da la oportunidad de insinuárselas bajo algún disfraz atractivo. Nunca tiene más éxito que cuando se acerca al hombre en sus momentos de ocio...
Los ricos a menudo se consideran merecedores de la preeminencia entre sus congéneres y en el favor de Dios. Muchos se sienten exentos del trabajo manual honesto y miran con desprecio a sus vecinos más pobres. A los hijos de los ricos se les enseña que para ser caballeros y damas deben vestirse a la moda, evitar todo trabajo útil y evitar asociarse con las clases obreras...
Tales ideas están completamente en desacuerdo con el propósito divino en la creación de la humanidad...
El Hijo de Dios honró el trabajo. Aunque era la Majestad del cielo, escogió su hogar terrenal entre los pobres y los humildes, y trabajó por su pan de cada día en el humilde taller de carpintería de José... El camino del trabajador cristiano puede ser duro y estrecho, pero es honrado por las huellas del Redentor, y los que siguen en tal camino sagrado están seguros. — Signs of the Times, 4 de mayo de 1882; parcialmente en Cada día con con Dios, p. 133.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White