sábado, 28 de julio de 2012

PREPÁRATE PARA ESTO


«Está bien —me respondió—, te doy permiso para que hornees tu pan con excremento de vaca» (Ezequiel 4:15. NVI).

Tenemos que caminar con cuidado porque el versículo de hoy nos habla de excremento de vaca. ¿Cómo es que Dios habla de excremento de vaca en la Biblia? Él estaba tratando de enseñarle a Israel una lección importante, y aunque no lo creas, hasta el excremento de vaca puede servir para eso.
Como te darás cuenta, el pueblo de Dios había desobedecido de nuevo. Los israelitas solían hornear su pan en hornos de leña, pero un ejército estaba rodeando la ciudad y nadie podía salir a buscar la madera. Lo único que quedaba era excremento de vaca. La verdad, a mí no me gustaría usar excremento de vaca para hornear mi pan, pero si me estuviera muriendo de hambre seguramente lo haría.
A Dios no le gusta regañar pero a veces debe enseñarle lecciones a su pueblo. A pesar de que él a veces nos corrige, siempre nos da lo que necesitamos. Él nunca nos dejará pasar hambre, aunque no siempre nos dé lo que más nos gusta. Estoy muy agradecido porque Dios nos enseña las lecciones importantes de la vida y porque él siempre suple nuestras necesidades.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

AFERRADAS DE DIOS


Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes –afirma el Señor-, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11 NVI).

Ante todos los percances que precedían a nuestro viaje, debo admitir que en determinado momento dejé de orar para que mi esposo nos acompañara. Me conformé con la decisión que él había tomado. Sin embargo, mi hijo exclamó: «Mamá, yo voy a seguir orando para que mi papá venga con nosotros». ¡Qué reprensión para mi falta de fe! Decidí entonces comenzar de nuevo a orar con nuestro hijo.
En el momento en que las personas y los planes nos fallan y nuestra fe es probada debemos recordar que no estamos solos. Dios también usó a mi esposo para hacerme recordar otra hermosa promesa: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; más la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (Sal. 73:25-26). ¡Qué Dios tan amante tenemos! Permitamos que nuestro precioso Salvador nos tome en sus brazos y nos guíe obrando en nuestras vidas un verdadero milagro.
El domingo, antes de emprender aquel largo viaje para asistir al retiro familiar, mi esposo nos dio una maravillosa noticia durante el culto de la mañana. Nos informó de que podría ir con nosotros al campamento familiar.  El Señor permitió que su trabajo se interrumpiera durante una semana, el tiempo exacto que necesitábamos para la travesía.
Por otro lado, el gato mejoró y no tendría que ser operado. Un buen amigo se ofreció a cuidar de nuestros animales y del jardín y el martes por la mañana, precisamente el día de nuestra partida, un amigo de mi esposo nos ayudó a conseguir el remolque que necesitábamos.  Nuestra fe fue probada, y las dificultades por las que pasamos nos hicieron valorar y apreciar más la ayuda divina.  Disfrutamos muchísimo del campamento y recibimos grandes bendiciones espirituales.
Querida amiga, no olvides que en cualquier circunstancia Jesús es nuestra fortaleza y apoyo. Como David, debemos decir: «Enséñame, Jehová tu camino» (Sal. 86:11).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Sherie Lynn Vela

EL APLAUSO POPULAR


Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse. 2 Timoteo 2:15, NVI

Si te ofrecieran tomar una droga que te garantizara una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, a sabiendas de que esa misma droga te matará al cabo de cinco años, ¿la tomarías? Imagino que tu respuesta es un no rotundo. Eso es lo que yo también respondería.
Según informa Roy Adams, en un editorial de la Adventist Review («Take what you get», 27 de noviembre de 2008, p. 6), se le hizo esta pregunta a un grupo de atletas estadounidenses. ¡Alrededor de un cincuenta por ciento de los encuestados respondió afirmativamente! Estarían dispuestos a consumir una droga que les garantizara la medalla de oro, aunque esa droga les asegurara la muerte al cabo de cinco años.
¿Es que nos estamos volviendo locos o qué?
Quizás la explicación a esta locura hay que buscarla en el exagerado culto a la personalidad que reciben las súper estrellas del deporte y del espectáculo. Son idolatrados por las multitudes y reciben millones de dólares por exhibir sus habilidades y destrezas.
Peor aún, se les perdonan sus excesos, sus desaires e incluso sus pecados. Un buen ejemplo lo encontramos en el caso de Tiger Woods, el mejor golfista del mundo. Cuando salieron a relucir sus «travesuras» sexuales y la descarada infidelidad hacia su esposa, un periodista de la cadena ESPN preguntó a un analista deportivo que debía hacer Woods para que el público lo perdonara. La respuesta del analista no pudo ser más ilustrativa. Parafraseo sus palabras: «Para ganar nuevamente el favor del público, Tiger tiene que volver a ganar. Recordemos el caso de Alex Rodríguez. Hace poco el público lo condenó por usar sustancias prohibidas, y al poco tiempo lo aplaudió por contribuir al triunfo de los Yanquis de Nueva York en la serie mundial [de 2009]».
Es decir, el público perdonará lo malo que la celebridad haga siempre y cuando triunfe en el mundo del espectáculo. ¡Qué escala de valores tan torcida!
Apreciado joven, estimada jovencita, no te dejes cautivar por el aplauso popular, ni por las promesas de fama, dinero y placer que el mundo ofrece. Nada en esta vida supera el gozo de la obediencia y la paz de una conciencia limpia. Nada se compara con el aplauso de Dios.
Padre mío, ayúdame a vivir hoy para agradarte a ti, no al mundo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

EL CRISTIANO Y LA ROPA


«Vuestro atavío no sea el externo [...], sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios» (1 Pedro 3:3,4).

Es interesante observar que la primera consecuencia del pecado fuera que Adán y Eva se sintieran desnudos (Gen. 3:4) y que el primer acto de redención de Dios consistiera en la confección de unas sencillas vestiduras. En cierta ocasión, Jesús y sus discípulos cruzaron el Mar de Galilea para dirigirse al país de los gadarenos. Cuando pusieron pie en tierra, un hombre que estaba poseído y andaba desnudo, corrió hacia ellos. Jesús sanó de inmediato al hombre y, cuando la gente vino a ver lo que había sucedido, lo encontraron sentado a los pies de Jesús, vestido y en su sano juicio (Luc. 8:27-35).
Como bien puede ver, esta historia y la de Adán y Eva tienen que ver con la desnudez. En ambos casos, cuando se presentaron ante Dios, volvieron a estar vestidos.
Parece que últimamente ha aumentado la tendencia a la indecencia y la falta de modestia, tanto en la ropa femenina como en la masculina. Incluso se hace evidente en la ropa infantil. Lo que en un niño pequeño se podría considerar «gracioso», en un adolescente resulta falta de modestia. Los seguidores de Cristo tendrían que escoger el vestuario como si estuvieran ante Dios, cosa que, no olvidemos, es así.
Nuestra indumentaria nos identifica. Las fuerzas armadas de cualquier país tienen uniformes, así como las industrias y los negocios. Con ellos identificamos a las personas con el trabajo que desempeñan. Nuestra forma de vestir puede indicar nuestra ocupación; por eso el cristiano no debe vestirse imitando a quienes se les atribuye una baja condición moral. Aunque las estrellas de cine o los grupos de rock tengan el derecho a vestirse como les parezca, los que hemos aceptado el compromiso de Cristo no nos debemos identificar con ellos permitiendo que nos indiquen nuestra forma de vestir.
En resumen, los cristianos no adornamos un cuerpo que, tarde o temprano, envejecerá, sino que oramos para que nos adorne un carácter hermoso que jamás perecerá. Basado en Lucas 8:27-35

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill