lunes, 16 de enero de 2012

LUCHANDO CON DIOS

«Pero como el hombre vio que no podía vencer a Jacob, lo golpeó en la coyuntura de la cadera, y esa parte se le zafó a Jacob mientras luchaba con él» (Génesis 32: 25).

¿Alguna vez te has preguntado cómo es que puedes mover tu muñeca, tu brazo, tus piernas o tus dedos? Si no fuera por las articulaciones, no podríamos movernos ni caminar. Balancea tu pierna desde la cadera. La puedes mover hacia atrás y hacia adelante, y también de lado a lado. ¿No es así? Eso ocurre porque tienes una articulación muy especial situada en tu cadera. La punta del fémur tiene la forma de una pelota que encaja perfectamente en una cavidad circular que hay en un hueso de tu cadera.
Hubo un personaje de la Biblia que tuvo problemas con esta articulación. Se llamaba Jacob. Él pasó un momento bien difícil cuando Dios lo tocó y su fémur se salió de su lugar Eso ocurrió una noche en que Jacob estaba luchando con Dios. ¿Por qué estaban luchando? Porque Jacob no quería que Dios se fuera sin que lo bendijera.
Si permites que Dios te bendiga, él hará que tu vida sea lo mejor posible. Pídele a Dios que te bendiga. No dejes que se vaya hasta que lo haga. Lucha con él y ganará tu corazón como lo hizo con el de Jacob.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UNA HERENCIA VALIOSA

Herencia son los hijos, cosa de estima el fruto del vientre. (Salmo 127:3)

Mi padre nos dejó como herencia varios hábitos, entre ellos el amor hacia la naturaleza, el gusto por la música inspiradora, la lectura y la adoración a Dios.
Nacimos y nos criamos en Perú, en una hermosa ciudad llamada Huaraz, ubicada al norte del país. Los paisajes que disfrutábamos de niños eran espectaculares: arroyos cristalinos, nieves perpetuas, lagunas de color turquesa, campos verdes, peces de agua dulce, llamativas flores, pájaros por doquier. Todo era una fiesta. Saltábamos, corríamos y jugábamos como libres mariposas, llenos de vida, mientras nuestros padres sonreían satisfechos. Mi papá alquilaba de vez en cuando un autobús para veinte o treinta pasajeros. Nosotros éramos cinco hermanos, pero él invitaba a los niños y jóvenes de la iglesia para ir de paseo algunos domingos. Mi madre preparaba comida para todos y partíamos a gozar de la naturaleza.
Papá era aficionado a la música y a diario escuchaba obras de Chopin, Beethoven, Mozart, Vivaldi o Schubert. Los niños y los adultos del vecindario disfrutaban muchas de las composiciones de los grandes clásicos. Nunca nos compró un televisor para que embotáramos nuestras mentes, más bien nos proporcionaba libros de historias y de literatura. A los ocho años podíamos hablar con facilidad de la literatura universal y de la música clásica.
Podría seguir hablando durante un buen rato de lo atento y amoroso que fue mi padre con sus hijos, con sus amistades y con todo el mundo. Amaba la bondad y la fe; oraba a Dios de rodillas con una fe absoluta y una devoción indescriptible. Mi padre y mi madre nos dieron lo mejor y nunca nos abandonaron en nuestras tristezas y alegrías. Desearon que tuviéramos una vida plena y rica y lo lograron.
Si eres madre, dedica tiempo para compartir con tus hijos. Hazte amiga de ellos y enséñales a amar la naturaleza, que es uno de los libros de Dios. El ejemplo de los padres será la mejor herencia que los hijos puedan recibir, y sin duda los ayudará a asegurarse un lugar especial en el Edén.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Danitza E. Montalvo es doctora en Educación

DE FRENTE, SIN RODEOS NI PAÑITOS CALIENTES

Querido jovencito, ¡escúchame bien! [...]. Acepta mis enseñanzas; no las rechaces. ¡Piensa con la cabeza! Proverbios 8:32,33, BLS

Una de las experiencias que más me frustran es la demora de un vuelo. Felizmente, cuando viajo, siempre tengo conmigo un «botiquín de primeros auxilios». Me refiero a un pequeño maletín donde hay solo dos cosas: libros y comida. Llevo suficiente de los dos como para resistir, si fuera necesario, durante días enteros. Hace poco me tocó pasar por una de esas demoras. Entre los libros que leí estuvo Enamórate bien (APIA, 2009), de Mike Tucker. En esta obra, el autor cuenta que en cierta oportunidad se le acercó una parejita que estaba enfrentando muchos problemas en su noviazgo.
—Pastor Tucker, necesitamos su ayuda —expresó uno de ellos—. Estamos luchando para que nuestra relación funcione, pero no lo podemos lograr. Cuando las cosas parecen mejorar, entonces empeoran.
—¿Y por qué están empeñados en que funcione? —preguntó el pastor. Los dos enamorados se quedaron mudos. Entonces el pastor les dijo: «¿Por qué empeñarse en mantener viva una relación que no funciona? Mi consejo es que le pongan fin y que cada uno encuentre a otra persona con la cual pueda mantener una relación más llevadera».
Es un consejo muy sabio. Si se tratara de una pareja de esposos que tienen problemas, habría que luchar por mantener vivo el matrimonio. Pero si solo son novios, ¿por qué empeñarse en que funcione una relación que lo único que está dando es problemas? ¿Por qué ilusionarse pensando que las cosas mejorarán después de casarse? ¡Hay que pensar con la cabeza!
Permíteme que te pregunte: ¿Eres parte ahora mismo de una relación sentimental que solo te está produciendo dolores de cabeza? Si este es el caso, ¡dale cristiana sepultura! Y no le guardes luto. Un noviazgo problemático es el anticipo de un matrimonio problemático. Si dos personas no logran entenderse durante el noviazgo, ¿cómo podrán lograrlo cuando su relación se traslade a un nivel tan profundo como lo es el matrimonio? Recuerda que cuanto mayor sea el grado de intimidad de una relación, tanto mayor es también la posibilidad de que haya roces (es decir, de que se produzcan problemas).
En conclusión: Si quieres casarte bien, enamórate bien.
Padre celestial, dame sabiduría para escoger a mi pareja. Y también para reconocer cuándo debo dar por terminado un noviazgo que no me conviene.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

DOLOR GENUINO

«Afligíos, lamentad y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro y vuestro gozo en tristeza» (Santiago 4:9).

¿Alguna vez ha deseado revivir el pasado para tener la posibilidad de enmendar las palabras que lastimaron a otros; corregir los errores que cometió y las decisiones equivocadas que tomó; y borrar los momentos en que se sintió desalentado y abandonado por el Señor?
Si algo hay que sea cierto es que es imposible volver atrás en el tiempo y revivir lo que ya hemos vivido. Pero, si pudiéramos, ¿haríamos lo mismo? La verdad es que muchos no cambiaríamos: cometeríamos los mismos errores, lastimaríamos a las personas y tomaríamos decisiones equivocadas. ¿Por qué? Porque somos así, es nuestra naturaleza. Pero Jesús vino para ayudarnos a cambiar nuestra vida de manera sobrenatural.
Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran», es decir: «Bienaventurados los que se sienten tristes, no por lo que les ha ocurrido, sino por cómo trataron a los demás». Me he dado cuenta de que, para mí, es más natural ser orgulloso y egoísta que humilde y amable. Incluso es posible que diga que lo lamento sin lamentarlo en absoluto. Es lo mismo que pisar el pie de alguien y, de manera mecánica, decir: «Lo siento», al tiempo que se piensa: «No fue culpa mía. Tú te pusiste en mi camino».
Si reacciono así me entristezco. A veces me gustaría gritar: «¡Dios, sé propicio a mí, pecador!» (Luc. 18:13). Creo que esto es lo que Jesús quiso decir con: «Bienaventurados los que lloran». Si no reconozco lo mucho que necesito a Jesús seré siempre lo que fui: un pecador que comete siempre los mismos errores. El dolor genuino implica que admitimos nuestra necesidad. Cuando el Espíritu Santo nos convence de pecado, nuestro corazón llora. Llorar significa que cada día nos damos cuenta de que necesitamos a Jesús. El único que puede quitar la mancha del pecado es Jesús.
A menos que lloremos por nuestros pecados, los cometeremos una y otra vez. Sin embargo, Jesús nos ha prometido que él nos consolará. No podemos volver a vivir el pasado, pero sí podemos proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro (Fil. 3: 14). Quizá suene extraño, pero esta bienaventuranza nos recomienda que nos entristezcamos, el único modo de recibir consuelo. (Basado en Mateo 5: 1-12)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill