viernes, 17 de febrero de 2012

EL VERDADERO NORTE

«Al norte acamparán los ejércitos que marchan bajo la bandera de Dan. El ejército de la tribu de Dan tiene como jefe a Ahiézer, hijo de Amisadai» (Números 2:25).

Hoy vamos a acercarnos nuevamente al campamento israelita. Es inmenso. Hay casi dos millones de personas en él. ¿Cómo podemos saber adónde ir? Afortunadamente, la Biblia nos dice que el campamento de Dan está al Norte. ¿Sabes cómo ubicar el Norte?
Si tienes una brújula notarás que su aguja siempre está apuntando hacia el Norte. Esto ocurre porque la tierra es como un imán gigante que atrae la aguja constantemente hacia el Norte. Lo curioso es que en realidad hay dos nortes. Sí, sí, como lo oyes. El área hacia donde apunta la aguja se llama norte magnético, y está a unos 1,600 kilómetros del Polo Norte el llamado el verdadero Norte, que es en realidad el Norte geográfico del mundo. Eso quiere decir que la brújula no está apuntando al verdadero Norte.
Parece mentira que no podamos confiar completamente en la brújula, ¿verdad? Lo mismo ocurre con nuestros sentimientos. A veces no queremos orar o leer la Palabra de Dios, pero ese es precisamente el momento en que más necesitamos hacerlo.
Concéntrate en Jesús, tu verdadero Norte. Él siempre te llevará a casa de manera segura.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

ABRE TUS SENTIDOS

Los aceites y perfumes alegran ti corazón (Proverbios 27: 9).

Hay aromas que nos traen a la memoria personas y lugares. A mí, por ejemplo, me encanta el aroma de la canela, y el del aceite de coco, el aroma del pino o el olor a tierra mojada cuando llueve después de un período seco. Probablemente tú también disfrutas de otros aromas.
Sin embargo, existen olores que me son totalmente desagradables. Por ejemplo el olor de la guanábana, pero el que menos soporto es el de la papaya. Tal vez estás frunciendo el ceño por estar en desacuerdo conmigo, pero esa es la verdad, el olor de la papaya ¡me enferma!
Para que te hagas una idea de lo mucho que me afecta dicho olor mencionaré algo que me sucedió hace un tiempo. Recuerdo una mañana en que nos disponíamos a disfrutar de un delicioso desayuno. Ocupé mi lugar en la mesa asignada y me dispuse a participar de los alimentos. Luego, una última persona se integró a nuestro grupo, pero antes de que pudiera contestar su saludo, se me paralizó el cuerpo a causa de mi gran fobia. Sí, había captado el olor a papaya. Sentí como que el mundo se me venía encima. Intenté con disimulo mover mi silla hacia un lado, y para colmo el viento soplaba en mi contra. Nada parecía funcionar. Las náuseas no se hicieron esperar. Las lágrimas se me salían y no podía tragar. Tuve que alejarme del lugar apresuradamente.
Nuestro sentido del olfato por lo general no nos traiciona. Por ejemplo, al percibir un olor a humo o a quemado pensamos en un incendio, o quizá sea un aviso de que los frijoles se están quemando. De igual forma cuando percibimos que hay algún problema utilizamos una frase muy común: «Esto huele mal».
Desde luego existe un aroma inconfundible, el que asociamos al «lirio de los valles»: un perfume agradable y exquisito. Cierra los ojos y permite que el aroma de Jesús llene todo tu ser, que el perfume de la «rosa de Sarón», el aroma de la salvación te acompañen en todo momento.
Permite hoy que tus sentidos perciban el inconfundible aroma que se asocia con Jesús.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Yoela Murillo

¿EN QUÉ SE PARECE LA TENTACIÓN AL PEZ SAPO?

Sobre todo, que su fe sea el escudo que los libre de las flechas encendidas del maligno. Efesios 6:16.

Al pez sapo lo llaman, con toda razón, «el diablo marino». Se dice que tiene en su boca unos apéndices que parecen gusanos. Es así que, para comer, solo tiene que abrir la boca y esperar que los pececitos entren a ella en busca de los supuestos gusanitos.
¿No es esto lo mismo que hace el enemigo para hacernos caer? Nos presenta tentaciones atractivas que despiertan en nosotros el deseo de poseerlas. Una vez que nos colocamos en su terreno, poco es lo que podemos hacer para escapar de sus garras.
H. M. S. Richards ilustra esta realidad con la historia de un jovencito que miraba extasiado unas hermosas manzanas en una frutería. Mientras más las miraba, - más deseaba hurtarlas. Cuando el dueño de la tienda se dio cuenta de la situación, le llamó la atención dictándole:
—Oye, muchacho: ¿Estás tratando de robarte esas manzanas? —No —respondió—. Estoy tratando de no robarlas.
Muy interesante. Con solo alejarse de ese «fruto prohibido», la tentación habría perdido fuerza. Pero ahí seguía, en terreno enemigo, «tratando de no robarlas». ¿Cuál es la lección para nosotros? Por un lado, no nos coloquemos innecesariamente en territorio enemigo. Por el otro, asegurémonos de que en nuestra mente esté «instalado» el sistema de seguridad que le dio la victoria a nuestro Señor en el desierto de la tentación. Ante cada tentación, su respuesta fue: «Escrito está» (ver Mat. 4:1-11). Mientras Jesucristo se mantuviera «atrincherado» en las promesas de la Palabra de Dios, el enemigo nada podría hacer contra él. Por eso dicen las Escrituras que «el diablo se apartó de Jesús» (Mat. 4:11). Entonces los ángeles del cielo acudieron para servir a su Señor.
Por supuesto, para que un sistema de seguridad, o de alarma, funcione, primero necesita ser instalado. De la misma manera, para que la Palabra de Dios pueda servirnos de escudo contra los dardos del maligno (Efe. 6:16), primero tenemos que leerla, y atesorar sus preciosas promesas en nuestra mente. Entonces podremos decir al igual que el Salmista: «He guardado tus palabras en mi corazón, para no pecar contra ti» (Sal. 119:11).
Señor, ayúdame a atesorar las promesas de tu Palabra en mi corazón, de manera que cuando venga la tentación, yo pueda recordarlas.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

¿CÓMO ES JESÚS?

«Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» (1 Juan 3: 2).

Mi padre era un pastor joven cuando fue nombrado director del Departamento de Ministerios de la Iglesia en la Asociación de Kentucky-Tennessee, en los Estados Unidos. Una mañana, de camino a la oficina, vio a un borracho que se tambaleaba por la acera. Cuando el auto de papá se le acercó, vio cómo el hombre perdía el equilibrio y caía pesadamente al suelo a causa de la borrachera. Inmediatamente, mi padre arrimó el vehículo a un lado y se detuvo. Era un hombre compasivo. Por eso tuvo la sensación de que si dejaba a aquel hombre en aquel estado podía herir a alguien o la policía podía encerrarlo en la cárcel. Decidió que lo sentaría en el asiento de atrás y se lo llevaría con él a la oficina. Bajó la ventanilla trasera con el fin de que el hombre pudiera respirar aire fresco mientras dormía la borrachera. Entre tanto, papá se ocuparía de su trabajo.
Al cabo de un par de horas de trabajo, mi padre fue a ver cómo seguía aquel hombre. Al acercarse al automóvil, vio que acababa de despertarse y miraba por la ventanilla. Tenía el cabello revuelto y parecía que no se había afeitado en una semana. Con los ojos todavía inyectados en sangre, el hombre vio que mi padre se le acercaba.
—¿Quién eres? —preguntó con brusquedad. Papá le dijo quién era.
—¿Qué estoy haciendo aquí?
Papá le dijo que lo había visto caer en la acera y añadió:
—No quería que le sucediera nada malo.
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque amo a Jesús.
—¿Y cómo es Jesús? —inquirió el extraño.
Entonces papá dijo algo que nunca olvidaré:
—Como yo.
Ahora bien, amigo lector, ¿no es así como se supone que tendría que ser? Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8:12). Pero eso no es todo. Añadió que nosotros también somos la luz de este mundo (Mat. 5:14).
La Luna no brilla con luz propia. Su luz es un reflejo de la del Sol. Por nuestra parte, solo podremos ser luces en el mundo si mantenemos puesta la mirada en el Sol de justicia, Jesús, nuestro Salvador. (Basado en Mateo 5: 14-16)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill