miércoles, 16 de mayo de 2012

PONTE LA ARMADURA


«¡Que los brazos se me caigan de los hombros! ¡Que se me zafen de sus articulaciones!» (Job 31:22).

¡Ay! Eso debe de doler ¿Por qué Job quería que se le cayeran los brazos? Te cuento. Job quería estarían cerca de Dios que prefería que su cuerpo se cayera antes que pecar contra él. ¡Eso sí que es amar a Dios!
El versículo de hoy habla de los hombros. ¿Sabes para qué sirven los hombros? Una de sus funciones es permitirte mover tus brazos en todas direcciones. Los hombros también te permiten levantar cargas pesadas y practicar deportes. Cuando me quito mis botas de explorador y me pongo mis patines de hockey sobre hielo, uso una gran cantidad de equipo para practicar este deporte. Por ejemplo: uso unas hombreras para no hacerme daño en los hombros si me caigo en el hielo.
Así como tengo mi «armadura» para jugar hockey que me protege de sufrir cualquier daño, en Efesios 6 se nos dice que tenemos que ponernos la armadura de Dios que nos protegerá del daño que puede causarnos Satanás. Lee Efesios 6 y sabrás cuál es esa armadura. Cuando lo sepas, colócatela. La armadura de Dios es la única manera que tenemos de protegí nos de nuestro enemigo el diablo. Esta nos ayudará a estar tan cerca de Dios como lo estuvo nuestro amigo Job.


Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

ORAD LAS UNAS POR LAS OTRAS


Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5:16).

Me agrada recordar que la Biblia nos exhorta a que oremos por los demás. Desde hace tiempo acostumbro a orar por muchas de las personas que conozco. Además, me encanta escribirles a mis amigos. Mi lista de direcciones ha ido aumentando con el paso de los años. Por supuesto que en nuestros días la comunicación es más fácil gracias al correo electrónico. Considero que es bueno estar en contacto con los demás, aunque solamente enviemos un breve mensaje, una oración o una frase agradable.
Mi esposo trabajó como evangelista de la Unión Española. En aquellos días me sentía angustiada a causa de algunas dificultades que enfrentábamos. Un día me pregunté si acaso oraban por mí algunas de las personas por quienes yo rogaba, ya que lo estaba necesitando mucho. Me acordé, entonces, de la esposa de un pastor jubilado que vivía cerca de nuestra casa. Cada vez que nos veía subir las maletas al auto para salir de viaje, la amable mujer me decía: «Janet, cada día oro por ti». Al recordar sus palabras experimenté una sensación maravillosa, sabiendo que había alguien que estaba intercediendo por mí ante el Señor. Aquella idea me dio fuerzas para continuar enfrentando las adversidades, con la confianza de que Dios nos ayudaría a superarlas.
He compartido en numerosas ocasiones esta experiencia con mis amigas con el fin de motivarlas a que oren unas por otras. Espero que también sirva para que nos animemos a hacer lo mismo; rogando al Señor por todas nuestras hermanas.
«¡Oh, cuan solemne e importante es la obra que se nos ha confiado! ¡Cuán abarcante es esta obra en sus resultados! ¿Cómo obtendremos la fuerza y la sabiduría necesarias para su exitoso cumplimiento? Como Daniel buscó al Señor, así lo hemos de buscar nosotros. Daniel dice: "Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno" (Dan. 9:3). Hemos de buscar al Señor con humildad y contrición, confesando nuestros pecados, y entrando en una estrecha unidad unos con otros. Hermanos y hermanas, orad, orad por vosotros y por los demás» (En los lugares celestiales, p. 330).
¡Permita el Señor que a su regreso nos encuentre intercediendo por nuestras hermanas y hermanos!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Janet Ribera de Diestre

SOLO HAY QUE MIRAR


¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra! Isaías 45: 22, RV95

No son muchos los que en medio de una fuerte tormenta van a la iglesia, pero esa fría mañana de enero, Charles decide ir al culto. Pronto se da cuenta de que no podrá llegar y opta por entrar a una pequeña capilla que está más cerca de su casa. Rápidamente se percata que el servicio no será lo que está acostumbrado a presenciar: pocas personas están ahí, y el predicador no ha llegado.
Uno de los dirigentes de la iglesia sale al frente y lee de manera torpe Isaías 45:22: «Miren a mí y sean salvos, todos los términos de la tierra». Durante varios minutos solo repite estas palabras, como si no tuviera nada más que decir. Entonces ocurre algo inusual. El predicador fija la mirada en Charles, como si le leyera el corazón, y le habla directamente: «Joven, tú estás en problemas. Tu vida es miserable y siempre lo será a menos que mires a Jesús. ¡Mira a Jesús!».
Esa mañana, Charles miró a Jesús. Según él mismo contó después, por primera vez sintió que el peso de sus pecados había sido removido: «No recuerdo qué otra cosa dijo el predicador, solo sé que esa noche Dios tocó mi corazón» (William L. Barclay, And Jesús Said [Y Jesús dijo], p. 69).
Poco imaginó Charles Spurgeon que a partir de ese día, Dios lo usaría como instrumento para que miles de personas aceptaran a Cristo como Salvador. Se calcula que durante los cuarenta años que Charles Spurgeon predicó el evangelio, unas 14,000 personas aceptaron a Cristo como Salvador.
Según escribe Herbert Lockyer, Charles tenía unos 18 años cuando comenzó a predicar a Cristo (God's Witnesses. Stories ofReal Faith [Testigos de Dios: Relatos de fe real], pp. 258-265). ¿Cuál fue el secreto de su éxito, a pesar de su corta edad? Ese 6 de enero de 1850, según él escribió luego, Charles miró a Cristo, Cristo lo miró a él y, a partir de ese momento, fueron los mejores amigos.
¿Qué te parece si ahora mismo, por fe, miras a Cristo en la cruz del Calvario? Esa mirada puede marcar el inicio de una amistad que perdurará por toda la eternidad.
Señor quiero mirarte cada día, y tener la segundad de que, desde los cielos, tú también me miras.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

¿QUÉ ES EL TRIGO?


«Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad» (2 Pedro 3:18)

El trigo es una planta beneficiosa porque de él se obtiene la harina. La harina se utiliza para hacer pan, galletas, pasteles y todo tipo de comidas de sabor agradable. El pan, leudado o ázimo, es la base de la alimentación en muchas regiones del mundo. Las verduras y los condimentos se pueden recoger con trozos de pan, con lo que se evita la necesidad de usar cubiertos u otros objetos para comer.  Cuando Jesús, en la colina, alimentó a la multitud, multiplicó panes y peces, una comida típica de la época (Mat. 14: 19). En el desierto, el Señor proporcionó pan a los hijos de Israel (Éxo. 16:15). La Biblia menciona el pan y el agua en 32 ocasiones.
¿Es usted una semilla de buen trigo? Si está arraigado y cimentado en la verdad, creciendo y madurando cada día, usted es una buena semilla de trigo. Pero usted es más que buen trigo; a usted se le han asignado dos papeles. En la parábola, el hombre tenía siervos que lo ayudaban.  Si ha colaborado en sembrar la semilla de la verdad en el corazón de otros —mediante su ejemplo, con obras de caridad cristiana o llevando a cabo una labor evangelizadora—, usted es también uno de los ayudantes de Cristo.
La responsabilidad de la buena semilla es crecer. Tenemos que utilizar toda la luz y la lluvia que podamos acumular para poder madurar más cada día. Las buenas semillas crecen poco a poco y sin pausa. No maduran durante la noche. No tenemos que impacientarnos con nosotros mismos o con los demás. Cuando no crecemos, quizá parezca que atravesamos un período de sequía. Se cuenta la historia de una joven que aceptó a Cristo como su Salvador y solicitó su admisión en una iglesia.
—¿Era usted pecadora antes de recibir al Señor Jesús? —preguntó un diácono ya entrado en años.
—Sí, señor —respondió ella.
—Bien. ¿Sigue siendo usted pecadora?
—A decir verdad, me siento más pecadora que nunca.
—Entonces, ¿qué cambio real ha experimentado usted?
—No sé muy bien cómo explicarlo —dijo—. Solo le diré que era una pecadora que buscaba el pecado y que ahora que Jesús me ha salvado soy una pecadora que huye del pecado.
Señor, gracias por dejarme ser uno de tus ayudantes. Basado en Mateo 13:24-30

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill