domingo, 11 de noviembre de 2012

NO HAY NADA MÁS DULCE


«Gracias a Dios que en Cristo siempre nos lleva triunfantes y, por medio de nosotros, esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque para Dios nosotros somos el aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden» (2 Corintios 2:14,15, NVI).

¿Alguna vez has caminado por el campo y has arrancado flores para llevarle a tu mamá? Seguro que las pusiste en un florero con agua. ¿Llenaron de buen aroma tu casa? ¿Has notado que cada clase de flor tiene un aroma característico? El aroma es el olor de la flor A mí personalmente me gusta mucho el aroma de las rosas. Estas tienen un olor dulce que puede llenar toda una habitación.
Conocer a Jesús le da un dulce aroma a la vida. Si lees el versículo de hoy, notarás que menciona a los que se pierden. Eso significa que hay personas que no irán al cielo a menos que sepan de Jesús. Esa es nuestra responsabilidad: hacer que otros conozcan a Jesús. Háblale hoy a alguien acerca de Jesús y cuéntale a esa persona que no hay nada más dulce que él.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA PRUEBA DE LA SALIDA


Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. (Santiago 1:3).

Desde pequeña, mi  madre me enseñó a confiar en Dios. Sin importar las circunstancias, siempre ruego para que Dios resuelva los problemas que van apareciendo en mi vida. Sin embargo, hasta que no experimenté algunas situaciones difíciles por mí misma, de esas que apenas permiten respirar, no pude entender lo que significa realmente confiar por completo en Dios.
La palabra «confiar» tiene varios significados, como «esperar con firmeza y seguridad» o «encargar o poner al cuidado de alguien algún asunto». Yo diría que debemos confiar a Dios todos nuestros asuntos, ponerlos a su cuidado, encargarle a él las soluciones. Todas nuestras aflicciones, dudas, quebrantos, temores y angustias debemos colocarlos en las manos del Todopoderoso. Son incontables las cosas que Dios hace a diario por nosotros, ¿a quién temeremos? ¿Por qué no ponemos nuestras batallas en sus manos? Quizá el problema reside en que no hemos aprendido a depender más de él.
En ocasiones, cuando vienen las pruebas, recurrimos a todos los medios a nuestro alcance para resolverlas, dejando la ayuda divina como último recurso. El Señor espera que solicitemos su intervención y todos sus ángeles están prestos para entrar en acción al ruego de un hijo de Dios. «En lugar de lamentos, lloro y desesperación, cuando las pruebas se acumulan sobre nosotros y nos amenazan como un inundación que quisiera abrumarnos, si no solamente oráramos pidiendo ayuda a Dios, sino que alabáramos al Señor por tantas bendiciones que nos ha dado —alabando a Aquel que es capaz de ayudarnos—, nuestra conducta sería más agradable a sus ojos, y veríamos más su salvación» (Notas biográficas, p. 285).
La Palabra de Dios dice que él escucha todas nuestras oraciones y las contesta. No dudemos en asirnos con toda confianza de las dádivas que el Señor nos concede. Aprendamos a confiar completamente en nuestro Padre, nuestro primer y más importante recurso. Lo que él decida es lo mejor para nosotros. Él nos da la salida, al mismo tiempo que llena nuestro corazón de paz y de gozo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Vianka de Méndez

EL PRIVILEGIO DE ABRIR PUERTAS

Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios. Colosenses 4:2

Imagina a una persona que ha pasado muchos años en prisión. ¿Qué piensas será lo primero que hará al obtener su libertad?
Hace poco leí de un hombre que lo primero que hizo al salir de la cárcel fue disfrutar el placer de abrir puertas. Él contaba que durante años, mientras estuvo en la cárcel, su vida giró alrededor de puertas cerradas. Cada puerta cerrada le recordaba el triste hecho de que no tenía libertad. Cuando una puerta se abría delante de él era porque otro la abría. Pero apenas salió en libertad se tomó el tiempo para ir a lugares donde él abría las puertas y las cerraba. Poco le importó que la gente se riera de él. Lo que para otros era una acción ordinaria, para él era todo un privilegio.
Al leer esta historia, no pude evitar pensar en la cantidad de «privilegios» que  a diario disfrutamos sin siquiera darnos cuenta. Entrar y salir con libertad, decidir qué comer, qué ropas usar, qué libros leer, qué lugares visitar... han llegado a ser cosas tan comunes en nuestra vida, que ni siquiera las vemos como privilegios o bendiciones, ¡pero lo son! Lo peor es que tampoco damos gracias por ellas. Ese es el problema que resulta de «acostumbrarnos» a las bendiciones de Dios.
Creo que algo parecido les ocurrió a los israelitas en el desierto. Durante años les «llovió» pan del cielo. ¿Puedes imaginar que el pan nos caiga del cielo? Listo para comer. ¡Y además, todos los días! Pero llegó el día cuando le dijeron a Moisés que estaban aburridos de ese pan (ver Núm. 11:1-6). Se acostumbraron tanto a la bendición del cielo, que al final dejaron de verla como una bendición.
¿Podrías tú pensar en la infinidad de cosas que a diario puedes hacer porque así lo deseas? ¿Verdad que son unas cuantas? ¿Puedes pensar en todas las cosas buenas que recibes cada día de tus familiares, amigos, profesores, vecinos, pastores...? Creo que haríamos bien en ser «un poquito» más agradecidos.

Dios, dame la capacidad de percibir todo lo bueno que hay en mi vida, y de ser más agradecido.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

SANACIÓN ESPIRITUAL


«Me ha dicho: "Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad". Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Corintios 12:9).

Por la biblia sabemos que, a menos que estemos vivos cuando Jesús venga, tarde o temprano descenderemos a la tumba (ver Heb. 9:27). Nadie puede esperar vivir para siempre. A veces, Dios usa milagros para proteger y hacer que su verdad avance, pero son la excepción que confirma la regla. No hay nada que garantice que un cristiano comprometido vaya a vivir más tiempo que otros. Si Dios obrara milagros «a petición», acabaríamos queriendo explotar su poder en beneficio propio.
Luego, ¿debemos o no debemos esperar un milagro? Si por milagro entendemos al mayor de todos —un corazón nuevo—, la respuesta es sí. Dios obrará el milagro para nosotros tan a menudo como se lo pidamos. Pero, en lo que respecta a la curación física, él sabe qué nos conviene. Es preciso recordar que la carne y la sangre no heredarán el reino de los cielos (ver 1 Cor. 15:50). También es preciso recordar que mientras estemos en este mundo, tendremos que sufrir y que, por más que oremos o tengamos fe, no podremos evitarlo. Sin embargo, tenemos la promesa de que «fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportarla» (1 Cor. 10:13).
La sanación que más necesitamos es la espiritual. Cuando nos enfrentemos a la enfermedad, Dios siempre estará cerca; unas veces alejándola y otras dándonos la fuerza necesaria para soportarla. Si se elevan con fe y proceden del corazón, Dios siempre responde a las oraciones por la sanación; pero lo hace a su manera y en su momento. Dios quiere responder a nuestras oraciones salvando nuestra alma y sanando nuestras emociones, a pesar de que a veces no nos libere de la enfermedad física durante un tiempo. Sin embargo, sabemos que todavía no ha terminado su obra en nosotros. Él ha ido a preparar un lugar para nosotros y, mediante el Espíritu Santo, nos está preparando para que podamos vivir con él.
Que seamos sanados o no nada tiene que ver con encontrar favor a la vista de Dios. Él sabe cuándo un milagro es necesario para que su reino avance; por eso él escoge el momento y el lugar.  Basado en Juan 4:48.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill