domingo, 7 de marzo de 2010

AUGGIE Y YO

Hermanos, no os quejéis unos contra otros (Santiago 5:9).

Una tarde de verano me detuve a visitar a mi amiga Jeannie, que vive en medio del vivero de árboles de su familia. En ese momento tenían un perro Chow-Chow color rojizo, llamado Auggie. Con su abundante pelaje, parecía pertenecer a la sección de animales de peluche de una juguetería.
Las pendientes en el camino de entrada hacia la casa de Jeannie se elevaban abruptamente en uno de los lados, quedando la cima a casi un metro del nivel del piso. Mientras me retiraba esa tarde, Auggie saltaba a lo largo de la cima de la pendiente al lado de mi auto, ladrando gozosamente su despedida. De pronto desapareció, y yo escuché un golpe fuerte debajo del auto. Me detuve inmediatamente, pero no podía encontrar a Auggie por ninguna parte. Entonces, para mi horror, ¡vi a Auggie atascado bajo el auto, entre las ruedas del frente!
Corrí hasta la casa gritando, para que Jeannie viniera. A esa hora su esposo, Hally, y su hijo aparecieron en escena. Auggie estaba tan atascado que todos los esfuerzos por sacarlo de ese lugar fallaron. Solo quedaba una solución: Martín buscó un gato hidráulico y suavemente levantó la parte delantera de mi auto. Así como se dispara una bala de un revólver, Auggie salió de debajo del auto. A una distancia segura, se sacudió, giró y me miró disgustado, como diciendo irónicamente "Muchas gracias".
Más tarde, ese mismo día, Hally llamó para decirme que Auggie aparentaba estar bien. ¡Qué alivio sentí! Ese almohadón de pelo grueso había servido en su favor. Sin embargo, descubrí que había dañado su orgullo. Traté de pedirle disculpas, pero su actitud y sus acciones hacia mí y mi auto no eran amistosas. Era obvio que Auggie me guardaba rencor.
La respuesta de esta mascota me recuerda aquellas veces que yo guardo rencor. A menudo ese rencor que siento hacia esas personas está oculto para ellas. Tendemos a culpar a otros por las cosas malas que nos ocurren. El perdón es la clave para la solución, y cuando lo ponemos en práctica el rencor se evapora. Hally y Jeannie todavía son mis amigos, pero Auggie fue a la tumba con su rencor intacto. Nunca pude recuperar su favor; él nunca aprendió que el rencor no vale la pena.
Marybeth Gesselá
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

LA IMPORTADA DE LA VISIÓN

En realidad, lo que pretendían era asustamos. Pensaban desanimarnos, para que no termináramos la obra. Y ahora. Señor, ¡fortalece mis manos! Nehemías 6:9.

¿Sabes lo que significa que la visión alcance las manos? Nehemías tenía una gran visión. Cumplía sus deberes con evidente eficiencia en el palacio, pero su visión lo mantenía centrado en la ciudad de Jerusalén. Decidió que su visión debía materializarse, no fuera que se quedara en mero espejismo. Nehemías era de los que saben convertir las buenas ideas en grandes acciones. En el palacio estuvo atento al momento indicado, y actuó en el momento oportuno, siempre bajo la dirección de Dios. Toma tu Biblia y lee Nehemías 2: 1-4.
Convirtió su visión en un plan de trabajo que comunicó al rey, con tal previsión, que hasta pidió cartas de recomendación para agilizar todos los procesos. Luego en Jerusalén, con el don de liderazgo que evidentemente Dios le había otorgado, comenzó a inspirar al pueblo al compartir su visión con todos. Los trabajos de reconstrucción comenzaron y enseguida surgieron los problemas. ¿Verdad que también ocurre hoy cuando decides participar en un proyecto para cumplir la misión de Cristo?
Las dificultades fueron de tal calibre, que quienes participaban del proyecto de reconstrucción, «con una mano trabajaban en la obra y con la otra sostenían la espada» (Nehemías 4: 17, RV95). Nehemías desarrolló estrategias para que la visión se mantuviera bien viva entre el pueblo, a fin de que la unión entre todos no se debilitara. El mismo Nehemías actuó dando un ejemplo de concentración. Cuando los enemigos lo querían distraer, les envió un mensaje: «Estoy ocupado en una gran obra, y no puedo ir» (Nehemías 6: 3).
Era evidente que la visión se había transmitido a las manos. Pero también los problemas se habían agudizado, incluso mediante la propagación de calumnias con respecto a las motivaciones del propio Nehemías. Es ahí donde aparece la breve y sencilla oración de Nehemías. Si sirves a Cristo en el cumplimiento de su misión, haz que la visión te llegue hasta las manos y pídele a Dios su fortaleza.

«El joven que halla su gozo [...] en la hora de la oración, será constantemente refrescado por los sorbos de la fuente de vida». MJ 245.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

DIOS ES JUSTO

En el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús (Romanos 3: 26).

El reconocimiento de que la justificación se da al pecador, es difícil de comprender para algunas personas. Algunos se preguntan: «¿Por qué Dios puede declarar justo al impío y pecador? En nuestro concepto humano de justicia no se supone que el injusto sea declarado inocente, y el inocente sea condenado. ¿Dónde estaría la justicia humana si eso se diera como provisión de ley? ¿Cómo es que Dios, que es justo por excelencia, puede justificar al impío? ¿No protestamos cuando eso ocurre en la justicia humana?»
Imaginemos este cuadro: Usted comete un delito y es llevado ante un juez para recibir la condena que merece por su violación de la ley Cuando el juez va a dictar su sentencia, aparece un amigo suyo que pide al juez que lo condene a él en lugar de a usted. ¿Cree que el juez accedería a su pedido? Por supuesto que no. En la justicia humana, «el que la hace la paga»; no hay provisión para que una persona pueda ser condenada por los delitos de otra. Si eso se da en la justicia humana, que es falible e imperfecta, ¿por qué la justicia divina puede condenar al inocente y justificar al pecador?
Lo que pasa es que cuando Dios condenó a Cristo como pecador, se echó la culpa del problema del pecado. La justicia divina no podía pasar por alto el pecado. Así que Dios pagó la pena del pecado, lo que significaba que llevó la culpabilidad. De esa manera, Dios obtuvo el derecho de justificar al pecador. Por eso Pablo dice: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2 Cor. 5: 21). ¿No es esto maravilloso?

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C