lunes, 8 de abril de 2013

RECIÉN SALIDO DE PRENSA

Lugar: Alemania
Palabra de Dios: Efesios 6:17

Los habitantes del mundo occidental conocen a Juan Güttemberg como el inventor de la imprenta, pero él no fue el primero en darse cuenta de cómo podía imprimirse un libro. Más de quinientos años antes de su nacimiento, los chinos ya tenían un libro llamado Sutra diamante; y probablemente se imprimieron otros libros antes.
Lo que Juan Güttemberg hizo a mediados del siglo XV fue inventar los tipos móviles. Comenzó a usar bloques de madera, y cada uno contenía una letra. Más tarde, cambió los bloques de madera por bloques de metal.
Los tipos móviles de Güttemberg constituyeron la base de todas las impresiones realizadas durante los siguientes quinientos años, aproximadamente. El uso de los tipos móviles permitía que se produjeran libros en cantidades mayores. También, posibilitaba que fueran más baratos.
El primer libro que salió de prensa fue la Biblia de Güttemberg. ¿Puedes imaginar lo emocionante que habrá sido? Hasta ese entonces, había que copiar la Biblia a mano; ahora, podría haber más ejemplares disponibles. ¡Muchas más personas podrían tener Biblias en sus casas!
Probablemente, tú tienes tu propia Biblia, gracias a desarrollos tecnológicos tales como la imprenta de Güttemberg. Pero, no es suficiente que tú y yo tengamos un ejemplar por allí; necesitamos leerla. La Biblia nos dice: "Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios". Leyendo la Biblia, podemos prepararnos para vivir una vida mejor.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

LA ÚLTIMA ESTACIÓN

El señor no tarda en cumplir su promesa, según entienden algunos la tardanza. Más bien, él tiene paciencia con ustedes, porque no quiere que nadie perezca sino que todos se arrepientan. 2 Pedro 3:9.

Los años de mi infancia y de mi adolescencia los viví cerca de una pequeña estación de ferrocarril. Era la última antes de llegar a la estación central de la ciudad. El tren de las siete de la noche no tenía en su itinerario detenerse en aquella pequeña estación, pero por alguna razón que desconozco, al acercarse a ella el maquinista hacía sonar el silbato y disminuía la velocidad, de tal manera que muchas personas lograban subir al tren sin que este se detuviera por completo.
Solidariamente, los que viajaban en el tren ofrecían su mano para ayudar a subir a los pasajeros improvistos, pues sabían que era la última oportunidad del día que tendrían para abordar un tren y poder llegar a la capital, donde estaban sus hogares.
Querida amiga, nosotras nos aproximamos a nuestro destino final. El tren celestial ya está a punto de llegar a su última estación. Sin embargo, Dios, el maquinista universal, detiene su velocidad para dar tiempo y oportunidad a que todos los viajeros rezagados puedan abordar el tren y llegar al hogar dispuesto para ellos. La Palabra de Dios dice: «Dentro de muy poco tiempo, "el que ha de venir vendrá, y no tardará"» (Heb. 10:37).
Gracias a Dios porque nosotras somos viajeras del mundo con un boleto que nuestro Señor Jesucristo pagó en la cruz del Calvario. No obstante, Dios desea que, como muestra de gratitud y amor al prójimo, extendamos nuestras manos para ayudar a los demás, dando apoyo espiritual y cuidado emocional a todos aquellos que tienen pocas posibilidades de llegar a la ciudad de Dios. No nos detengamos a pensar que se suben a última hora, o que no entraba en nuestros planes esforzarnos en su favor, simplemente, tendámosles la mano.
Es nuestra esperanza que cuando lleguemos a nuestro destino final Dios nos diga: «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí» (Mat. 25:40).
Amiga, ¡hemos de animarnos! Nunca estaremos demasiado ocupadas, cansadas o mayores como para que a Dios le resulte imposible usarnos. Transformémonos hoy en la «mano salvadora» de alguna mujer a quien, por el equipaje demasiado pesado que debe llevar a cuestas, le resulta difícil subir al tren de la salvación por sí sola.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

LA DESDICHADA ADMIRACIÓN

Vi además que tan como el éxito en la vida despiertan envidias. Y también esto es absurdo; ¡es correr tras el viento! (Eclesiastés 4:4).

Está escrito. Si tienes éxito, si destacas porque haces bien las cosas, si eres excelente en el ejercicio de tu profesión, serás objeto de envidia. En algún lugar de la mente humana existe un mal resorte, de modo que la «excelencia de obras» de una persona siempre genera envidia en el prójimo.
Solo una minoría triunfa (desde el punto de vista humano) en el juego de la vida. Los integrantes de esa minoría, inevitablemente, despiertan la envidia de quienes los rodean. Soren Kierkegaard la llamó «la desdichada admiración». El envidioso siente una profunda admiración negativa por el objeto de su envidia.
Más específicamente, Kierkegaard dijo: «La envidia es una admiración que se disimula. El admirador que siente la imposibilidad de experimentar felicidad cediendo a su admiración, toma el partido de envidiar. Entonces emplea un lenguaje muy distinto, en el cual ahora lo que en el fondo admira ya no cuenta, no es más que insípida estupidez, rareza, extravagancia. La admiración es un feliz abandono de uno mismo; la envidia, una desgraciada reivindicación del yo».
Por eso el cristiano debe ser modesto. No debe ostentar su talento, su éxito, su fama, su riqueza. Si lo hace, peca contra su prójimo. Frangois de la Rochefoucauld, dijo: «Saber disimular las propias habilidades es una gran habilidad». Yo creo que, más que habilidad, se necesita la gracia de Dios.
¿Has leído la décima que escribió fray Luis de León en la pared de su celda donde estuvo preso por órdenes de la Inquisición? Enseña grandes lecciones. Dice así:
Aquí la envida y mentira
me tuvieron encerrado.
Dichoso el humilde estado
del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado,
y con pobre mesa y casa
en el campo deleitoso,
con solo Dios se compasa,
y a solas su vida pasa,
ni envidiado, ni envidioso.
El que ha llegado al punto en que no envidia a nadie ni es envidiado por nadie ha encontrado el contentamiento y a la felicidad pura. Interesante, ¿verdad? Tú eres guarda de tu hermano y una forma de cuidarlo es no inducirlo a la envidia. Cuidémonos de la falsa modestia, la que solo desea provocar envidia a su prójimo. Recuerda que el corazón es engañoso (Jer. 17:9). Comienza el día con Dios y él guardará tu corazón de todo mal.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

OIDORES DEL BUEN TERRENO

Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. Mateo 13:8.

Cuan animador resulta que el sembrador no siempre enfrenta un chasco. A veces la semilla es recibida por corazones honestos. Los oidores comprenden la verdad y no resisten al Espíritu Santo ni se niegan a recibir la impresión de la verdad en su corazón... Reciben la verdad en el corazón y se cumple su obra transformadora sobre el carácter. No son capaces de cambiar sus propios corazones, pero el Espíritu Santo, por medio de su obediencia a la verdad, santifica el alma.
El buen corazón no significa un corazón sin pecado, porque el evangelio ha de predicarse a los perdidos. Jesús dice: "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento" (Mat. 9:13). Los pecadores convencidos se ven a sí mismos como transgresores en el gran espejo moral, la santa ley de Dios. Contemplan al Salvador sobre la cruz del Calvario y preguntan por qué se hizo este gran sacrificio; y la cruz señala la santa ley de Dios, que ha sido transgredida. Aquel que era igual con Dios ofreció su vida en el Calvario para salvar al transgresor de la ruina... La ley no tiene poder para perdonar al que hace el mal; pero Jesús ha tomado los pecados del transgresor sobre sí, y según el pecador ejerce fe en él como el sacrificio, Cristo le imputa su propia justicia al culpable. No ha existido más que una forma de salvación desde los días de Adán. "No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hech. 4:12). No tenemos razón de temer si estamos mirando a Jesús, creyendo que él es capaz de salvar a todos los que vienen a él.
Como resultado de una fe activa en Cristo somos traídos a una guerra moral con el mundo, la carne y el diablo. Si emprendemos esta guerra con nuestra propia sabiduría, nuestra habilidad humana, ciertamente seremos vencidos; pero si ejercemos fe viviente en Jesús y practicamos la piedad, entenderemos lo que significa ser santificados a través de la verdad, y no seremos vencidos en el conflicto, porque los ángeles celestiales acampan a nuestro alrededor. Cristo es el capitán de nuestra salvación. Él es quien fortalece a sus seguidores para el conflicto moral que se han comprometido a emprender...
Quienes abren las Escrituras y se alimentan del maná celestial llegan a ser participantes de la naturaleza divina. No tienen vida ni experiencia aparte de Cristo... Saben que en carácter deben ser como Aquel de quien Dios se siente complacido. Review and Herald, 28 de junio de 1892).

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White