miércoles, 10 de marzo de 2010

YO CREO EN LOS MILAGROS

Bendito sea Jehová, porque ha hecho maravillosa su misericordia para conmigo (Salmo 31:21).

Hace algún tiempo, recibí un llamado telefónico de las oficinas de la Asociación de Alberta, pidiéndome si podía buscar los nombres y las fotografías de los presidentes de la Asociación desde 1906. Encontrar los nombres no era la tarea más difícil; sí lo era encontrar las fotografías, en especial de los primeros. Finalmente las encontré todas, excepto una: la de A. J Haysmer. Como soy una persona perseverante, no me gusta rendirme fácilmente. No me gustaba la idea de tener un marco vacío en la Asociación de Alberta o en el libro del centenario, de 2006.
Me dirigí al directorio telefónico de Internet y comencé la búsqueda con el apellido Haysmer. Encontré 21 nombres. Luego me di cuenta de que diez de los Haysmer eran de Michigan, y seis de ellos vivían en la ciudad de Cadillac. Este me pareció un buen lugar para comenzar.
Disqué el primer número y contestó una máquina. "El número solicitado no pertenece a un abonado en servicio. Por favor, inténtelo más tarde..." Volví a discar, prestando atención a los números que marcaba, y recibí el mismo mensaje. Disqué el segundo número y la línea estaba ocupada. Cuando disqué el tercer número, me atendió una mujer. Le expliqué la búsqueda que estaba realizando y le pregunté si ella tal vez estaría emparentada o conocía a A. J Haysmer. Su familia no estaba emparentada con él, pero su nombre había aparecido en una búsqueda que había realizado para su árbol genealógico en los últimos veinte años. Creía que había sido adventista del séptimo día (ella era pentecostal). Me contó que ninguno de los Haysmer estaba interesado su hobby, así que providencialmente me había contactado con la persona indicada.
Me ofreció volver a revisar su material y ponerse en contacto conmigo. A los veinte minutos me envió un e-mail con la fotografía de A. J. Haysmer y su familia. Al siguiente día me volvió a escribir, contándome que su nombre completo era Albert James Haysmer y que había trabajado como misionero Jamaica antes de venir a Alberta.
Algunos llaman a esto suerte, pero yo creo en los milagros. "Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos... a él sea gloria" (Efe. 3:20,21).
Edith Fitch
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

UN DESTINO CON ESPERANZA

Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo. Job 19:25.

En esta clara afirmación aparecen los poderosos conceptos de lo que significa una convicción, la redención, la realidad presente y eterna de Dios, así como la fortaleza de la esperanza. Todo, ¡en catorce palabras! Este testimonio forma parte de una de las intervenciones de Job en diálogo con sus amigos. Dice el registro que tres de ellos «de común acuerdo salieron de sus respectivos lugares para ir juntos a expresarle a Job sus condolencias y consuelo» (Job 2: 11).
Los amigos de Job no supieron cómo darle ánimo, pues ignoraban la realidad del conflicto cósmico entre Dios y Satanás. En los dos primeros capítulos de Job, se narra el motivo del conflicto. Las desgracias que padecía Job ni siquiera fueron entendidas por su propia esposa (lee Job 2: 9, 10); así que las ideas, conceptos, acusaciones y prejuicios de sus amigos vinieron a agravar su estabilidad espiritual.
Bildad, uno de los amigos, acababa de pronunciarse con respecto a la suerte de los impíos. Una afirmación que resume sus ideas la encontramos en Job 18: 16: «En el tronco, sus raíces se han secado; en la copa, sus ramas se marchitan». El afligido Job inicia su exposición del capítulo 19: «¿Hasta cuándo van a estar atormentándome y aplastándome con sus palabras?» (vers. 2). El patriarca finalmente remite a Dios la dirección de su vida. Es decir, Job se siente viajero de una nave que es conducida por el único Piloto que nunca pierde el rumbo y siempre alcanza su destino.
¿Sabes que en última instancia justamente en eso se concentra el problema del pecado? O aceptas la conducción de Dios, o tomas un camino por tu propia cuenta y riesgo. Esa es la única tentación que Satanás disfraza de muy diversas maneras de acuerdo con las características de cada persona. El patriarca, ejemplo de paciencia, sabe que ha caído en desgracia. Por eso necesita un Redentor, alguien capaz de restituirle toda su herencia perdida. En Job 19: 26 se concreta su esperanza cuando dice: «Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos». Por eso enfrenta el futuro sin temor, porque conoces tu destino y mantienes la esperanza.
«No depongan su armadura, ni abandonen el campo de batalla hasta haber obtenido la victoria y triunfado en el Redentor». MJ 266

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA CONVICCIÓN DE PECADO

Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio (Juan 16: 8).

En este punto se debe hacer la pregunta: ¿cómo funciona la justificación en la vida práctica? Es evidente que la justificación es un proceso. ¿Cuáles son los pasos de ese proceso? ¿Cómo es que llegamos a estar justificados? ¿Cuál es la parte del hombre, si tiene alguna, en este proceso? Por estas interrogantes, y otras que se suscitan en la vida diaria, es necesario que reflexionemos en la dinámica de la justificación.
Como sucede con otros asuntos espirituales, frecuentemente es muy difícil describir los pasos que llevan a una persona a la justificación. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere al orden en que las cosas se deben dar. El primer paso para alcanzar la justificación es la convicción de pecado. Esto se refiere al reconocimiento de que uno es pecador. Implica llegar al convencimiento de que somos culpables, y que para salvarnos necesitamos la justicia delante de Dios. Requiere hacer algo parecido a lo que hizo Pedro: «Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!"» (Lúe. 5: 8); o en decir lo que decía el publicano de la parábola: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lúe. 18: 13).
Actitudes como estas tienen, por lo menos, dos premisas: debe uno en-tender que el mal existe; también debe uno entender que Dios existe, y tener una comprensión de su carácter justo, santo y amoroso. Dadas estas circunstancias, el Espíritu de Dios guía al ser humano a reconocer su pecado y a buscar a Dios. La única manera en que podemos llegar a la convicción de pecado, es por el Espíritu de Dios que nos guía a esa conclusión. Dejados solos a nuestra comprensión natural del mundo, es muy difícil que concluyamos que somos pecadores y necesitamos ir a Dios. Se nos dice: «Toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón» (El camino a Cristo, p. 24).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C