domingo, 21 de julio de 2013

PLACAS DE IDENTIFICACIÓN

Lugar: Papúa Nueva Guinea
Palabra de Dios: Isaías 49:16

Durante la Segunda Guerra Mundial, los militares asignaron a Herbert a un depósito de suministros en Nueva Guinea. Poco después haber llegado allá, perdió sus placas de identificación militar, y el ejército tuvo que hacerle unas nuevas. Las placas quedaron enterradas en la arena, olvidadas.
Cuarenta y tres años más tarde, Herbert recibió una carta por correo.
Una pareja, de vacaciones en Nueva Guinea, había encontrado sus placas de identificación mientras caminaba por la playa. Se las habían entregado a un hombre que vivía en la zona, y él había logrado encontrar la dirección actual de Herbert.
¿Cómo sabía aquel hombre que las placas pertenecían a Herbert?
Porque tenían grabados su nombre y su número de serie. También, tenían el nombre y la dirección de su familiar más cercano, quien vivía en Morris, Oklahoma. El hombre contactó al comisario de Morris, y el comisario se comunicó con la madre de Herbert, y eventualmente sus placas de identificación llegaron a su dueño.
Las placas de identificación no son lo único que tienen nombres grabados en ellas. Algunas personas tienen sus nombres grabados en una placa o en un trofeo. A veces, la gente graba un mensaje especial en un reloj o en una joya, como regalo para alguien. El grabado es permanente. Es especial.
¿Alguna vez te preguntaste cuánto te ama Dios? Oye lo que él dice: “Grabada te llevo en las palmas de mis manos…” Tú y yo tenemos nuestros nombres grabados en las palmas de sus manos; ¡en las manos de Dios! Él nunca nos olvidará, y siempre nos amará.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

LA AUTOCOMPASIÓN ES DESTRUCTIVA

Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de la fosa de la muerte, del lodo y del pantano; puso mis pies sobre una roca, y me plantó en terreno firme. Salmo 40:1-2

La autocompasión consiste en sentir lástima por uno o una misma, y es el resultado de una baja autoestima. La persona que se autocompadece se considera víctima de las circunstancias y del medio que la rodea. Una persona así se siente acechada y cree que todos quieren sacar provecho a su costa, y esto la hace sufrir intensamente.
La autocompasión es también una excusa para no asumir responsabilidades ni hacer compromisos. Quien la adopta se muestra ante los demás como alguien débil y sin recursos, lo que la lleva a vivir a expensas de decisiones ajenas.
John William Gardner, que ocupó varios cargos políticos importantes en los Estados Unidos, habló de la autocompasión de la siguiente manera: “Sentir lástima de uno mismo es uno de los narcóticos más destructivos. Es adictivo, da placer únicamente en el momento, y aleja a la persona de la realidad”.
El que siente compasión de sí mismo cuenta su vida por las derrotas, los errores, los traumas, y es incapaz de ver las cosas buenas que la vida le ha dado. Esta es una condición paralizadora que infunde temor.
Las desgarradoras palabras del salmista nos llevan a pensar que en su vida hubo rachas de autocompasión: “Pero yo, gusano soy y no hombre; la gente se burla de mí, el pueblo me desprecia. Cuantos me ven, se ríen de mí” (Sal. 21:6).
Afortunadamente él buscó y encontró en Dios la mejor terapia. No permitió que la autocompasión se convirtiera en el eje de su vida, por eso es que David más tarde pudo decir: “Te exaltaré, Señor, porque me levantaste” (Sal. 30:1).
Nosotras, como hijas de Dios, estamos expuestas a situaciones adversas en un mundo complicado. A pesar de ello, Dios desea que vivamos en plenitud, esperando la vida venidera que será eterna y sin las consecuencias de la maldad y el pecado.
Recuerda que Dios te creó para volar como las mariposas y las aves, y no para que te sientas como un vil insecto. Agradece por la vida, espera cosas buenas de este día y mírate como lo que eres, una hija de Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

¿ENTIENDES EL LLAMAMIENTO?

Dios nos habla una y otra vez, aunque no lo percibamos (Job 33:14).

Dicen que en el tiempo en que el telégrafo era el medio más rápido de comunicación a larga distancia sucedió el hecho que dio origen a la siguiente historia. Lo menciona Gary Preston en Character Formed from Conflict [Un carácter formado por el conflicto].
Un joven quería presentar una solicitud para trabajar como telegrafista. En respuesta a un anuncio que apareció en el periódico, fue a la dirección anunciada. Cuando llegó, entró a una enorme y ruidosa oficina. Al fondo se oían los ruidos característicos de un telégrafo.
Un letrero en la ventanilla indicaba a los aspirantes que llenaran una solicitud y esperaran hasta que los llamasen a la oficina interior. El joven llenó una solicitud y se sentó con otros siete aspirantes que ya esperaban. A los pocos minutos el joven se puso de pie, atravesó el salón hacia la puerta de la oficina interior y entró. Por supuesto, los demás aspirantes se levantaron, preguntándose qué sucedía. ¿Por qué aquel tipo había sido tan atrevido?
El furor se tradujo en un murmullo de ira apenas contenido. Mascullaron entre sí que no habían escuchado alguna llamada. Todos saborearon de antemano la satisfacción de ver que lo echarían de la oficina y lo descalificarían inmediatamente para el empleo.
Pero, ¡oh, sorpresa increíble! A los pocos minutos el joven salió de la oficina interior escoltado por el entrevistador.
-Caballeros -anunció el entrevistador-, muchas gracias por haber venido, pero el empleo se le ha concedido a este joven.
Los demás aspirantes comenzaron a refunfuñar.
-Un momento -dijo uno de ellos- Hay algo que no comprendo. Él fue el último en llegar, y ni siquiera nos dieron la oportunidad de entrevistarnos. Sin embargo, a pesar de haber llegado el último, le dieron el empleo. Eso no es justo.
-Lo lamento -respondió el empleador-, pero todo el tiempo que ustedes estuvieron sentados aquí el telégrafo ha tableteado el siguiente mensaje en clave Morse: “Si usted entiende este mensaje pase a la oficina interior. El empleo es suyo”. Ninguno de ustedes lo escuchó ni lo entendió. Este joven sí. Por lo tanto, el empleo es para él.
Buena lección, ¿verdad? Dios habla en medio del tumulto y el escándalo de la vida. La clave está en oír y entender. Como dice nuestro texto de hoy: “Dios nos habla una y otra vez, aunque no lo percibamos”. Por algo dijo Jesús: “El que tenga oídos para oír, que oiga” (Mar. 4:23). ¿Has oído tú el llamado de Dios? Recuerda que muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

EL PODER SUPERIOR DE DIOS

Tú dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Éxodo 7:2.

El Señor indicó a Moisés que volviera ante el pueblo y le repitiera la promesa de la liberación, con nuevas garantías del favor divino. Hizo lo que se le mandó, pero el pueblo no estuvo dispuesto a recibirlo: sus corazones estaban llenos de amargura, todavía restallaba el látigo en sus oídos, el clamor de angustia y de dolor ahogaba todo otro sonido, y no querían oír. Moisés bajó su cabeza en humillación y frustración, y nuevamente escuchó la voz de Dios: “Entra y habla a Faraón rey de Egipto, que deje ir de su tierra a los hijos de Israel” (Éxo. 6:11).
Se le dijo que el monarca no cedería hasta que Dios visitara con sus juicios a Egipto y sacara a Israel mediante una señalada manifestación de su poder…
Les mostraría, por medio de su siervo Moisés, que el Hacedor del cielo y la tierra es el Dios viviente y todopoderoso, sobre todo otro dios; que su fuerza es superior a la del más fuerte; que su omnipotencia podía sacar a su pueblo con mano fuerte y brazo extendido…
Obedientes al mandato de Dios, Moisés y Aarón entraron nuevamente en los señoriales salones del rey de Egipto. Allí, rodeados de altas columnas ricamente esculpidas y la belleza de ricas tapicerías y adornos de plata, oro y piedras preciosas, ante el monarca del reino más poderoso de aquel entonces, estaban de pie los dos representantes de la raza despreciada, uno con una vara en la mano, llegados una vez más para declarar su pedido de que dejara ir a su pueblo.
El rey exigió un milagro. Moisés y Aarón habían sido instruidos acerca de cómo proceder en caso de que se hiciese tal demanda, de manera que Aarón tomó la vara y la arrojó al suelo ante Faraón. Esta se convirtió en serpiente. El monarca hizo llamar a sus “sabios y hechiceros”, y “echó cada uno su vara, las cuales se volvieron culebras: más la vara de Aarón devoró las varas de ellos” (Éxo. 7:11, 12)… Los magos no convirtieron sus varas en verdaderas serpientes; ayudados por el gran engañador, produjeron esa apariencia mediante la magia, para copiar la obra de Dios…
Así, la obra de Dios se manifestó superior a la de Satanás —Signs of the Times, 11 de marzo de 1880.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White