viernes, 29 de junio de 2012

CUIDADO, ¡YA A EXPLOTAN!



«Como el que se quita la ropa en día de frío, o como el vinagre sobre la soda, es el que canta canciones a un corazón afligido» (Proverbios 25:20, BLA).

Aunque anteriormente ya hablamos del vinagre, lo que voy a explicar ahora es un poco diferente. Te voy a hablar de lo que ocurre al verter vinagre en soda.
Cuando era niño hice algo muy divertido. Tomé un poco de bicarbonato sódico y lo eché en una botella de plástico. Ahora viene la parte del vinagre, tomé mi botella y salí al patio porque no quería ocasionar un desastre en casa. Lentamente, eché el vinagre dentro de la botella con bicarbonato sódico. Inmediatamente escuché un sonido burbujeante y comenzaron a salir montañas de espuma de la botella. ¡Acababa de hacer erupcionar un volcán!
El versículo de hoy nos dice que muchas veces la gente que se siente mal no tolera estar con gente que está alegre. Cantar y reír cuando alguien está triste es como echar vinagre sobre bicarbonato sódico. Es decir; puede hacerlos estallar Si alguien necesita que llores con él o con ella, entonces sé un buen amigo y hazlo. Fíjate en cuál es su necesidad y haz lo que puedas por él o por ella. ¡Eso fue lo que hizo Jesús!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

CONFIANZA PLENA


No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán (Isaías 43: 1-2).

Anticipaba aquella experiencia. Por primera vez iba a visitar una aldea indígena en la región del Darién, en Panamá. Todo estaba listo para iniciar el viaje de nueve horas por carretera. Luego viajaríamos seis en una embarcación pequeña con un motor fuera de borda.
Mi esposo, como pastor de esa zona, ya era conocedor de aquellos medios de transporte, pero para mí todo era una experiencia nueva. Cuando vi la barca exclamé: «¿Es en eso que nos vamos? ¿Y los cocodrilos?». Durante todo el viaje tuvimos que estar achicando el agua que se filtraba por las grietas de la embarcación. Tampoco podíamos movernos mucho, y eso sí que era difícil.
Nosotros íbamos en compañía de nuestro pequeño hijo, a quien el viaje le pareció fascinante. Creo que se sentía un poco marinero por lo feliz que estaba. Pero yo, con cada movimiento de la embarcación, creía que se volteaba. En varias ocasiones creí verme en el agua, y lo que más me preocupaba era mi hijo.
Aquello me hizo recordar a los discípulos de Jesús la noche en que una tempestad los alcanzó en medio de un lago.  Ellos no estaban preparados para enfrentar dicha crisis, quizá por el chasco que habían sufrido ya que Jesús un había sido proclamado rey. Los discípulos trataban de que el barco no se hundiera. Cansados de luchar, anhelaban la presencia de su Maestro pero, al igual que yo, olvidaron que Jesús no los había abandonado. Sin embargo, Elena G. de White dice que Jesús «ni por un momento perdió de vista a sus discípulos» (El Deseado de todas las gentes, cap. 40, p. 349).
Cada vez que subo a una embarcación recuerdo a Jesús, e imagino que él nos contempla. A veces debemos atravesar una violenta tempestad para que aprendamos a confiar más en su promesa: «Cuando pases por las aguas yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán» (Isa. 43:2).
¡Oh Padre!, llénanos de tu confianza, y no apartes jamás tu mirada de nosotros.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Mayrobys de Cubilla

ARQUITECTOS DEL DESTINO


El jefe le dijo: «Muy bien, eres un empleado bueno y fiel; ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo». Mateo 25:21.

Se dice con mucha razón que la vida es lo que cada uno hace de ella. Esta realidad está muy bien ilustrada por cierta pintura que se encontró en un templo antiguo. En ella se observa a un rey que convierte su corona en una cadena. A su lado está la figura de un esclavo que convierte sus cadenas en una corona.
La enseñanza básica de esa pintura es la que de manera contundente también expresa Elena G. de White: «¡Ojalá comprenda cada uno que es el árbitro de su propio destino! En ustedes yace su felicidad para esta vida y para la vida futura e inmortal» (Mensajes para los jóvenes, p. 23).
Dicho de otra manera, no son las circunstancias las que determinan la calidad de la vida, sino la manera como nosotros decidamos manejar esas circunstancias. Sin embargo, algunos jóvenes se pasan la vida lamentando lo que no tienen. Razonan que serían felices si pudieran pertenecer a una familia con mayores recursos económicos. O si tuvieran por lo menos algunos de los atributos de sus amigos o amigas: un mejor cuerpo, mayor inteligencia, más habilidad para los deportes, una voz más agradable, el talento de la música o el don de la simpatía.
Si ahora mismo estás cometiendo ese error, conviene recordar la parábola de los talentos (ver Mat. 25:14-30). El jefe de un negocio entregó a tres trabajadores una determinada cantidad de dinero para que lo invirtieran. Dos de ellos así lo hicieron y produjeron ganancias, pero uno escondió el dinero por temor a perderlo. Cuando el jefe regresó, premió a los que habían invertido sus recursos dándoles aún más. Pero al que escondió el dinero, lo llamó «empleado malo y perezoso» y, además, le quitó lo que tenía.
Por esta razón se nos aconseja: «Los talentos, aunque sean pocos, han de ser usados» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 264).
¿Qué estás haciendo con los talentos que Dios te ha dado? Recuerda que lo importante no es cuánto tienes, sino qué estás haciendo con lo que tienes.
Señor, hoy me prepongo hacer lo mejor con los dones que me has dado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NO SE PUEDE HACER DE DOS MANERAS


«Antes bien, como está escrito: "Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman» (1 Corintios 2: 9).

No es nada extraño que en la vida cristiana nos pasemos más tiempo llamando a la grúa que aprendiendo a conducir el automóvil de la vida. Es como si en todos nosotros hubiera algo que se empeña en echarnos fuera de la carretera. Incluso cuando una persona nace de nuevo, esta atracción fatal sigue siendo un problema.
Un texto lo explica: «Cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es atraído y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Sant. 1:14,15). Cuando nos ponemos en peligro sufrimos innecesariamente y eso nos hace aún más vulnerables a los ataques de Satanás.
Mi trabajo como evangelista me hace viajar mucho. Los viajes se me difuminan unos con otros y llega un momento en que me cuesta recordar dónde estoy en un momento determinado. Sin embargo, recuerdo una ocasión en que, después de haber predicado el sermón, por la noche, mis colegas me llevaron de vuelta al hotel. Para mí, viajar es algo agradable hasta que llega la noche; entonces quisiera estar en casa.
En aquella ocasión tomé una cena ligera y, como todavía era pronto para ir a dormir, decidí pasar las siguientes horas viendo la televisión. Cuando llegó la hora de ir a la cama, tomé una ducha y, siguiendo mi costumbre, me arrodillé para orar.
Escuchar nuestras oraciones puede ser muy revelador. Aquella noche oré como de costumbre antes de acostarme. Pero a media oración pensé en lo que decía y me detuve en aquel justo momento. Me di cuenta de que me estaba contradiciendo y no pude continuar. Me oí a mí mismo pidiendo al Señor que me hiciera como Jesús y perdonara mi orgullo, mi egoísmo, mi amargura, mis ansias desmesuradas y mi falta de dominio propio. Pero los programas de televisión que acababa de ver estaban imbuidos de esas características negativas. De buen grado me había entretenido viendo a los actores que simulaban los mismos pecados por los que Cristo murió. ¿Hay algo más incoherente? Aquella noche aprendí que tenía que vivir de la misma manera que oraba. No podía hacer las dos cosas a la vez. Era claro que en la oración decía una cosa y con la vida hacía otra.
¿Soy el único que tiene ese problema?. Basado en Mateo 26:41

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill