viernes, 9 de marzo de 2012

¡AGÁCHATE! ¡RÁPIDO!

«Pueden comer de toda ave pura, pero hay algunas de las cuales no deben comer: [...] el murciélago» (Deuteronomio 14:11-18).

Ya se ha puesto el sol, pero todavía hay un poco de luz. ¿Qué es eso que está volando? ¿Son pájaros? No creo. Vuelan de manera diferente. Van y vienen como si estuvieran tratando de escapar de algo. Mientras caminamos al caer la noche con los israelitas, los niños se quedan observando estas criaturas. ¿Sabes qué son? Correcto: son murciélagos.
Los murciélagos ayudan a la gente porque se comen a los insectos. Si no lo hicieran, habría demasiados insectos en todas partes. Los murciélagos lanzan ondas de sonido que rebotan en los insectos. De esa manera, ellos saben dónde está el insecto, se lanzan hacia él y se lo comen. Si no fuera por esas ondas de sonido, los murciélagos no podrían cazar su cena en la oscuridad.
El Espíritu Santo trabaja de forma parecida. Él puede ayudarnos a encontrar personas que necesitan de nuestra ayuda. Podemos pasar al lado de alguien que necesita que lo animen, y el Espíritu Santo nos dirá de alguna manera que debemos parar y hablar con esa persona. Sintonízate hoy con Jesús y él le ayudará a encontrar a las personas en necesidad más más rápido de lo que tarda un murciélago en encontrar un insecto.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN CARÁCTER SÓLIDO

El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Romanos 8:26).

Como cristianos nos toca desarrollar, enriquecer y mejorar nuestro carácter. Lamentablemente vivimos en una sociedad en la que el tiempo es un factor limitante para algunos. La mayor parte del mismo se emplea en las tareas del hogar, en la escuela, en el trabajo, con los amigos o en mejorar la apariencia personal. Y no digo que nada de eso sea malo, el problema es que dichas actividades llegan a ocupar el lugar más importante de nuestras vidas.
Elena G. de White afirma que «el carácter es el único tesoro que llevaremos al mundo venidero» (Reflejemos a Jesús p. 290). La formación del carácter se logra mediante un esfuerzo perseverante e incansable. Recordemos que lo que pensamos influye en nuestros sentimientos, y que estos luego nos llevarán a actuar en determinada forma. Por su parte, las acciones que se repiten tienden a convertirse en hábitos y un conjunto de ellos es lo que determina el carácter.
La tristeza, los problemas, el desánimo, la crítica, la ira, el orgullo, el egoísmo, la codicia, ingerir alimentos chatarra, acudir a lugares inapropiados, leer y escuchar cosas obscenas, todo ello tiene un efecto negativo sobre nosotros. No podemos engañarnos: lo que pensamos, vemos, comemos y hacemos es lo que somos y lo que definitivamente vamos a exteriorizar.
A todos nos incumbe cultivar el buen ánimo en vez de rumiar nuestros defectos, dificultades, tristezas y fracasos. «Nadie diga "no puedo remediar mis defectos de carácter". Si llegas a esta conclusión, dejaréis ciertamente de obtener la vida eterna». «Pueden existir defectos notables en el carácter de una persona, pero cuando llega a ser verdaderamente discípulo de Cristo, el poder de la gracia divina lo transforma y santifica» (Reflejemos a Jesús, pp. 291, 86).
Amiga, afortunadamente la ayuda está a nuestro alcance. Dios promete que nos ayudará en nuestra debilidad. Pidamos el socorro divino y plantemos buenas semillas en nuestra mente mediante el hábito de la lectura de la Palabra de Dios y la oración. Únicamente así podremos obrar con poder y sabiduría.
Amado Padre, permite que pueda tener un carácter sólido, lomudo a la semejanza divina.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lorena Reyes

CADA GOTA DEJA SU «HUELLA»

Instrúyeme, Señor en tu camino para conducirme con fidelidad. Salmo 86:11, IMVI.

¿Sabes lo que es una estalactita? ¿Y un carámbano? La estalactita es un pedazo de roca con forma de cono y con la punta hacia abajo que se forma en los techos de las cavernas. Su nombre viene de una palabra griega que significa «gota», porque su formación es el resultado de miles de gotas de agua mineralizada que, cuando caen, dejan detrás una sustancia de carbonato de calcio llamada «calcita». Cada gota que cae deja una «huella», hasta que forman una especie de tubo que con el paso de los años se convierte en una estalactita.
El carámbano, por su parte, es un pedazo de hielo que queda colgando al congelarse el agua que gotea de los techos. Su proceso de formación es similar al de la estalactita, solo que el agua que cae no tiene carbonato de calcio.
¿Qué tienen en común el carámbano y la estalactita? Su formación comienza con una simple gotita de agua que a su paso deja una marca, seguida de otra gota, y de otra, y otra durante días, meses y a veces años. Una sola gota de agua no es suficiente para formarlos, pero cada gotita aporta su pequeña cuota a la «obra de construcción».
¿No es así como se forma el carácter? Cada pensamiento, cada acción, cada decisión, es como una gota que deja su huella. Los libros que leemos, la música escuchamos, las películas que vemos: cada actividad deja su huella en nuestro carácter. Nos hace mejores o peores personas. Lo mismo sucede con los amigos que escogemos y los lugares que visitamos. Si cada gota de agua es limpia, el resultado será un carácter noble. Si lo que ingresa a la mente es sucio, ya puedes imaginar lo que sucede.
¿Es fácil desarrollar un carácter puro, trasparente? No lo es, porque hoy día hay muchas «gotas sucias» que salpican con facilidad. Y están en todas partes. Por esta razón hay que apartar la vista de algunas cosas, negarse a ir a lugares y alejarse de ciertos amigos.
Y aquí viene la gran noticia: si algunas de esas gotas ya han dejado una marca en tu mente, pídele a Dios que te limpie con su preciosa sangre. No importa cuánto te hayas manchado, en Cristo hay poder para limpiarte.
Señor, dame la integridad de corazón para que honre siempre tu nombre.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NUESTRO MAYOR GOZO

«Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud» (Salmo 143:10).

El aeropuerto de Atlanta, Georgia, es el más transitado del mundo. Es también la base de operaciones de al menos una de las mayores compañías aéreas del planeta. Por ese aeropuerto pasan cada día más de 240,000 personas de camino a casi todos los destinos de la tierra.
Es imposible no fijarse en cuánta gente trabaja allí. Los hay que limpian el piso, otros vacían las papeleras y aún otros que se pasan el día limpiando los baños.
Hay empleados que se llevan la basura que depositamos en los contenedores que ponemos delante de nuestras casas. Llueva, nieve o haga sol, ellos cumplen fielmente su tarea. Todas esas personas que trabajan limpiando los baños del aeropuerto o llevándose la basura trabajan para poder mantener a sus familias. Su trabajo es humilde, pero importante.
Hace años leí una ilustración sobre la importancia de hacer la voluntad de Dios, sea la que sea. Se trataba de dos ángeles que habían sido llamados ante el Todopoderoso, a uno de los cuales se le había pedido que viniera a la tierra y gobernara la más poderosa nación y al otro se le pidió que bajara y fuera a la aldea más pobre y trabajara en el basurero. Ambos ángeles eran felices porque su mayor gozo era hacer la voluntad de su Padre.
Cada vez que pienso en este ejemplo, me emociono. Hace que recuerde las palabras de Jesús: «El que es el mayor de vosotros sea vuestro siervo, porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla enaltecido» (Mat. 23:11-12).
Hacemos todo lo posible para que nuestros hijos reciban la mejor educación posible y no tengan que limpiar suelos o recoger basura. Además, queremos que se formen para dar lo mejor de sí mismos. Con todo, no debemos olvidar que hay algo aún más importante que nuestro trabajo — de basurero u oficinista, da lo mismo —: se trata de hacer la voluntad de Dios. Nuestro mayor gozo radica, no en hacer propia voluntad, sino la suya. (Basado en Mateo 6:10)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill