miércoles, 1 de mayo de 2013

UNA CARRERA HASTA EL BANCO

Lugar: Massachusetts, EE.UU. 
Palabra de Dios: Filipenses 1:6

El doctor Trevor*, cirujano ortopedista, levantó la vista desde la cirugía de columna que estaba llevando a cabo. Una rápida mirada al reloj que se hallaba en la sala de operaciones le mostró que el banco cerraría pronto. La cirugía le estaba llevando más tiempo de lo estimado, y él realmente necesitaba ir hasta el banco a cobrar su cheque del sueldo, para poder pagar algunas cuentas que ya habían vencido. Al mirar al paciente acostado sobre la mesa de operaciones, al doctor Trevor se le ocurrió una idea. Podía correr hasta el banco y volver a terminar la operación. El hombre estaba profundamente dormido, y nunca se enteraría de lo sucedido.
Dejando al hombre acostado allí, con una incisión abierta en la espalda, el doctor Trevor se dirigió rápidamente hasta el banco y cobró su cheque. En una media hora estaba de vuelta. Se lavó las manos y volvió a la sala de cirugía, para continuar con el procedimiento. El paciente seguía dormido.
Un par de horas más tarde, el paciente despertó y se quejó de un fuerte dolor en la pierna derecha; el dolor no se le iba. Y cuando el hombre, de alguna manera, se enteró de lo que había ocurrido, se puso furioso. Hizo un juicio al médico, y el Colegio Médico del Estado, le suspendió la licencia a Trevor. ¿Cómo te habrías sentido si hubieras sido tú el paciente, acostado en esa mesa de operación mientras el médico se iba? La idea asusta, ¿no es verdad?
Felizmente, tenemos un Gran Médico que es mucho más confiable. Puedes confiarle tu vida y ponerla en sus manos. Y puedes estar seguro de que "el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús". Jesús quiere sanarte; él quiere ser tu médico. No te preocupes, él no te dejará solo sobre la "mesa de operaciones".

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

DIOS, COMIENZA CON LO QUE TIENES

¿Y qué puedo hacer por ti? —Le preguntó Eliseo—. Dime, ¿qué tienes en casa? 2 Reyes 4:2

El relato del capítulo 4 del segundo libro de los Reyes tiene como dos de sus temas principales no solamente la obra del profeta Elíseo, sino también la destacada actitud de una mujer de fe. Aquella pobre mujer no enfrentaba únicamente la viudez, sino también la bancarrota y la posible pérdida de sus dos hijos. Su situación no podría haber sido más desesperada.
Presa de la desolación, sintió que ya no le quedaba nada, como bien atestigua la respuesta que dio a la pregunta de Eliseo: «Su servidora no tiene nada en casa excepto un poco de aceite» (2 Rey 4:2). Atrapada en las deudas que le había dejado su esposo antes de morir y viviendo en la triste condición social de viuda, su único recurso era un «poco de aceite», que ella misma consideraba como «nada». Sin embargo, con eso que a ella le parecía tan insignificante, se realizó un milagro extraordinario. Ese milagro cambió su vida y la de su familia para siempre. Lo que a nosotros puede parecemos nada, puede convertirse en un instrumento en las manos de Dios para revertir una situación difícil.
¿Has tenido alguna vez la impresión de que te has quedado sin recursos? ¿Te has sentido acorralada en medio de la miseria física, mental y espiritual? ¿Socialmente marginada por alguna circunstancia de tu vida que no podías cambiar? ¿Has llegado a pensar que todos tus recursos se habían agotado? Y no solo eso, ¿has sentido que tú misma no vales nada? ¿Has conocido la frustración de no poder hacer nada por salvar a tus hijos de un mal inminente?
Es cuando vivimos este tipo de situaciones que Dios puede comenzar su obra restauradora en nosotras. Únicamente necesitas reconocer tu miseria y ofrecerte a él como una ofrenda, tal vez imperfecta, pero genuina. Entonces Dios hará el milagro; de la escasez pasarás a la abundancia, de la miseria a la prosperidad, del abandono y el menosprecio de los demás a disfrutar de la dulce compañía de nuestro gran Dios. Su promesa para ti hoy es: «El Señor se complacerá de nuevo en tu bienestar, así como se deleitó en la prosperidad de tus antepasados» (Deut. 30:9).
Amiga, no importa lo escasos e ínfimos que puedan parecerte tus recursos. El Señor puede hacer asombrosos milagros con lo que tienes, si tan solo confías en él y con fe te propones hacer lo que él te diga. El éxito está garantizado.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

LA CASA DE DOS MIL MILLONES DE DÓLARES

El Señor Todopoderoso me ha dicho al oído: «Muchas casas quedarán desoladas, y no habrá quien habite las grandes mansiones» (Isaías 5:9).

La revista Forbes sitúa a Mukesh Ambani, empresario indio, en el decimonoveno lugar de los multimillonarios del planeta. Pero Ambani es más conocido porque es propietario de la casa-vivienda privada más costosa del mundo: su residencia, Antilia, ha sido valorada en aproximadamente dos mil millones de dólares. Es la mansión de la familia Ambani, que consta solo de cinco miembros. El edificio, que se parece a una serie de cubos superpuestos, aparentemente inspirada por los jardines colgantes de Babilonia, fue diseñada por la empresa norteamericana Perkins&Wills.
Antilia es un ejemplo de la extravagancia de Ambani. Las cifras hablan por sí solas. El edificio tiene 173 metros de alto y 37,000 metros cuadrados de construcción distribuidos en veintisiete pisos. En el estacionamiento pueden acomodarse ciento sesenta automóviles. Tiene tres helipuertos, una sala de cine para cincuenta personas, tres pisos de jardines colgantes... Por supuesto, no podían faltar el gimnasio, el salón de baile y el estudio de yoga. Tiene, además, tres piscinas y nueve ascensores; y se ha declarado que la servidumbre consta de seiscientas personas.
La construcción de Antilia ha estado rodeada de polémica. Las autoridades aeronáuticas indias consideran que sus helipuertos no cumplen con las normas legales y amenazan la tranquilidad del sector. Asimismo, algunos activistas medioambientales han cuestionado el consumo de energía de la construcción, ya que la primera factura de la electricidad alcanzó la suma de 158,000 dólares. No lejos de allí sobreviven familias en condiciones deplorables de pobreza, apretujadas en improvisadas casuchas de cartón, sin agua ni electricidad y alimentándose de la basura.
¿Qué haces con las riquezas que tienes? ¿Las dedicas a crear monumentos a tu propia grandeza mientras que te olvidas de aquellos que están a tu alrededor y aun de Dios? La Biblia dice que Dios «da el poder para hacer las riquezas» (Deut. 8:18).
La pregunta es ¿para qué? ¿Con qué propósito?
Es posible que estés pensando: «No te preocupes por mí. Yo no soy rico». La verdad es, sin embargo, que todos tenemos algún tipo de riqueza, por ejemplo, en tiempo o en talentos y habilidades. ¿Qué haces con ellos? ¿Estás preocupado únicamente por crear monumentos a tu propia grandeza, o beneficiarte a ti mismo, mientras te olvidas de tus semejantes y aun de Dios?
La Biblia dice que esos monumentos, como Antilia, «quedarán desolados». Invierte mejor tus riquezas.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

COMPARE AL PECADOR CON EL JUSTO

Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tú vara y tu cayado me infundirá aliento. Salmo 23:4.

A menudo escuchamos que se describe la vida del cristiano como llena de pruebas, tristeza y pena, sin mucho motivo de alegría o alivio; y demasiado a menudo se da la impresión de que si rindieran su fe y sus esfuerzos por obtener la vida eterna, la escena cambiaría a una de placer y felicidad. Pero se me ha llevado a comparar la vida del pecador con la vida del justo. Los pecadores no tienen el deseo de agradar a Dios, por lo tanto no tienen el agradable sentido de su aprobación. No disfrutan su condición de pecado y placer mundanal sin problemas. Sienten profundamente los males de esta vida mortal. Por supuesto, a veces están temerosamente preocupados. Temen a Dios, pero no lo aman.
¿Están los pecadores libres del desánimo, la perplejidad, las pérdidas terrenales, la pobreza y el dolor? ¡Oh, no! En este sentido no están más seguros que los justos. A menudo sufren enfermedades persistentes, pero no tienen un brazo fuerte y poderoso sobre el cual apoyarse, ni la gracia fortalecedora de un poder superior que los sostenga. En su debilidad deben apoyarse en su propia fuerza. No pueden augurar con placer alguno la mañana de la resurrección, porque no tienen la esperanza gozosa que tendrán parte con los bendecidos. No obtienen consolación al mirar hacia el futuro. Una incertidumbre temerosa los atormenta y así cierran los ojos en la muerte. Este es el final de la vida de vanos placeres de los pobres pecadores.
Los cristianos están sujetos a la enfermedad, el desánimo, la pobreza, el reproche y el dolor. Pero en medio de todo esto aman a Dios, y aman hacer su voluntad, y no valoran otra cosa por encima de su aprobación. En los conflictos, las pruebas y las cambiantes escenas de esta vida, saben que hay Uno que todo entiende; Uno que inclina su oído para escuchar el clamor de los que penan y sufren; Uno que puede simpatizar con toda pena y aliviar la angustia más aguda de cada corazón. Ha invitado a los afligidos a ir a él y encontrar reposo. En medio de todas sus aflicciones, los cristianos tienen un fuerte consuelo, y si sufren una enfermedad persistente y dolorosa antes de cerrar los ojos en la muerte, pueden con alegría soportarlo todo, porque mantienen comunión con su Redentor.— Review and Herald, 28 de abril de 1859.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White