viernes, 25 de mayo de 2012

CALADORES DE BACTERIAS


«¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede permanecer en su santo templo? El que tiene las manos y la mente limpias de todo pecado; el que no adora ídolos ni hace juramentos falsos» (Salmo 24:3,4).

Adivina qué les piden la mayoría de las mamás a sus hijos cuando regresan a casa después de estar jugando afuera. Espera, no me lo digas todavía. ¿Qué les piden las mamas a sus hijos que hagan antes de sentarse a la mesa a comer? Ya lo sabes: que se laven las manos.
¿Sabes por qué las mamás quieren que sus hijos se laven las manos? Por las bacterias. Las bacterias son unos seres vivos tan pequeños que solo se pueden ver a través de un microscopio. Ciertas clases de bacterias pueden hacer que te enfermes. Las bacterias viven en todas partes, y puedes eliminar muchas de ellas lavándote las manos con jabón y agua tibia.
El versículo de hoy habla de manos limpias y de mente limpia. Dios, por supuesto, quiere que te laves las manos, pero en este versículo está hablando de algo diferente. Lo que significa aquí tener las manos limpias y la mente limpia es que Dios quiere que mantengamos nuestras manos y nuestro corazón lejos del mal. Él sabe el daño que puede hacernos el pecado.  Cuando te laves las manos hoy, recuerda que Dios quiere que todo tu ser esté limpio por dentro y por fuera. Lava tus manos con jabón y mantén tu corazón puro permaneciendo cerca de Jesús.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN ÁNGEL NOS CUIDA


Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás. (Salmo 32:7)

Todo indicaba que mi papá necesitaba ser intervenido quirúrgicamente, debido a sus problemas de salud. Pero no contábamos con los recursos para pagar una cirugía del corazón en una clínica privada y mucho menos para que le colocaran una prótesis. Así que nos trasladamos a la ciudad de Monterrey para que lo trataran en un centro público.
Papá es un hombre muy misionero. Yo sé que ese es un don que Dios le ha dado. A pesar de su enfermedad aprovechaba toda oportunidad para testificar acerca de su fe. Estar un mes en un hospital no es fácil, viendo personas que sufren y que luchan por su vida, familias preocupadas y pacientes que mueren a diario. Pero mi padre no se desanimaba: se lo podía ver en los pasillos, en la sala de visitas, o junto a la cama de otro enfermo, siempre testificando.
En aquel hospital tuvieron que prepararle una dieta especial, ya que no consume grasas, ni carne, ni azúcar y muy poca sal. Ese fue otro medio para testificar. Cierto día una de las nutricionistas de turno llegó a la habitación de papá: «Bueno, me gustaría saber quién es el señor Juan que nos hace trabajar tanto en la cocina». Todos nos reímos. Luego continuó: «Usted es adventista ¿verdad? Me doy cuenta por su estilo de alimentación».
Una madrugada, mientras dormíamos, mamá despertó y vio a alguien con sandalias que estaba parado junto a la cabecera de la cama de papá. Sus ropas eran blancas y resplandecientes. Mamá se levantó, pero el hombre dio la vuelta y salió por detrás de las cortinas. Mi madre lo siguió y únicamente pudo verlo de espaldas. Luego aquel personaje desapareció, precisamente en el pasillo donde estaba el ascensor. Mamá regresó y le preguntó a las enfermeras de guardia si habían visto pasar a alguien, o si el médico había visitado a papá. Las enfermeras le dijeron que no habían visto a nadie y que ellas eran las únicas personas que estaban en aquella planta. Entonces mi mamá entendió que el ángel del Señor había visitado a nuestro padre.
Hermana, no olvides que el ángel del Señor siempre se encuentra junto a tu cabecera cuidando de ti. Además, un olvidemos testificar acerca del amor de Jesús, en cualquier circunstancia o situación en las que nos encontremos.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Cruzy de la Cruz 

«¡TIENE SENTIDO PARA MI!»


Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron. Mateo 25:40

Una vieja historia cuenta que un anciano acostumbraba recorrer la orilla de la playa muy temprano cada mañana. Caminaba largas distancias, aunque con frecuencia se agachaba, parecía recoger algo de la arena y luego lo lanzaba al mar.
Cierto día un joven decidió seguirlo. En varias ocasiones lo había observado realizar esta extraña tarea hasta que desaparecía en la distancia. ¿Qué recogía? ¿Y por qué lo devolvía al mar? La única manera de saberlo era siguiéndolo. Y lo hizo. Cuando pudo darle alcance, su sorpresa fue grande cuando vio que se trataba de muchas estrellas de mar.
—¿Por qué hace usted eso? —preguntó el joven, curioso.
— Es la única manera de salvarles la vida —contestó el anciano—. Si permanecen en la orilla por mucho tiempo, mueren deshidratadas.
— ¡Pero son muchas! ¿Qué sentido tiene lo que está haciendo?
Mientras mostraba al joven la estrella que acababa de recoger, el anciano respondió:
— Tiene sentido para ella.
Entonces el anciano lanzó la estrellita de regreso al mar.
Si hubiera sido capaz de hablar, esto es lo que la estrellita de mar le habría dicho al joven: «¡Tiene sentido para mil».
Gracias, Padre, porque soy importante para tí.
¿Tiene sentido aliviar el dolor de una persona en una época en la que millones sufren? ¿Tiene sentido dar de comer a un hambriento? ¿Vestir a un desnudo? ¿Consolar a uno que sufre la pérdida de un ser querido? ¿Visitar a uno que está en la cárcel? La respuesta es sí, aunque solo sea uno. Tiene sentido porque estamos hablando de un hijo de Dios. Porque además, un favor hecho al hambriento, al sediento, al desnudo, al preso, es como hacérselo a Dios mismo. Tiene sentido, en última instancia, porque para el Padre celestial cada hijo suyo cuenta. Y la mayor demostración de que cada ser humano cuenta para Dios es que, por uno solo de nosotros, Cristo habría venido a este mundo. Al comenzar este día, medita en este gran misterio: Por ti, solo por ti, Cristo habría venido a sufrir y a morir. Por eso cuando alguien pregunte: «¿Qué sentido tiene todo lo que Cristo sufrió, si de todos modos la mayoría no lo acepta?». Tú bien podrías responder: «¡Tiene sentido para mí!»
Gracias, Padre, porque soy importante para ti.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

EL PADRE DE FAMILIA


«Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16,17).

Perdida en el fondo de algún armario de mi casa hay una caja llena de cartas. En ella, mi esposa y yo guardamos las cartas que nos escribíamos durante nuestro noviazgo. Leyéndolas se puede ver cómo una amistad progresó hasta convertirse en un matrimonio que ha durado cincuenta años... y contando.
¿Al limpiar el armario encontró algo que pensaba que había perdido? Quizá oiga una canción que no había escuchado en años. ¿Quién no ha encontrado la tarjeta de un amigo que hacía tiempo que había olvidado o descubierto los detalles de un acontecimiento al que asistió y ha dicho: «Lo había olvidado por completo», o: «Esto es nuevo para mí»? Algo así son las cosas nuevas y viejas que el cabeza de familia sacó del tesoro.
Jesús pasó tres años preparando a sus discípulos para que llevaran a cabo su obra. Quería que entendieran el valioso tesoro que tenían en el evangelio y la Palabra de Dios. El evangelio es de aquella clase de tesoros que uno no puede quedarse para sí, sino que tiene que compartirlos.
Después de ilustrar sus enseñanzas con varias parábolas, «Jesús les preguntó: "Habéis entendido todas estas cosas?" Ellos respondieron: "Sí, Señor"» (Mat. 13:51). Tenemos razones para creer que lo que decían era cierto porque, cuando no lo entendían pedirle una explicación. Entonces Jesús puso ante sus ojos la responsabilidad que tenían con respecto a las verdades que acababan de recibir. Los llamó «escribas doctos en el reino de los cielos». Aprendían para poder enseñar y, para los judíos, los maestros eran los escribas.
Los que comparten el evangelio son como un buen anfitrión. Un buen anfitrión quiere agasajar bien a su familia y a sus amigos. Por eso saca de su despensa cosas agradables, nuevas y viejas. Saca frutas y verduras frescas, de la cosecha del año, y conservas y salazones, de las cosechas de años anteriores. El buen obrero del evangelio presentará las verdades del Antiguo Testamento y las del Nuevo y las aplicará a situaciones actuales, haciendo que la verdad sea siempre nueva e importante.
Señor, ayúdame a servir a mis invitados con el buen alimento de tu Palabra. Basado en Mateo 13:52.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill