lunes, 1 de octubre de 2012

EN EL ORDEN CORRECTO


«¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que separan para Dios la décima parte de la menta, del anís y del comino, pero no hacen caso de las enseñanzas más importantes de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que deben hacer, sin dejar de hacer lo otro» (Mateo 23:23).

¡Mmmm! Huele delicioso. Es e aroma de todas esas plantas de menta. Hoy estamos caminando por un jardín de hierbas. Herbario, el encargado del jardín, ha plantado toda clase de mentas: hierbabuena, menta piperina, menta de caballo y muchas otras. La mayoría de la gente usa la menta para cocinar pero hace muchos años se usaba la menta como dinero. Bueno, los fariseos usaban la menta para pagar sus diezmos en la iglesia. Ellos se preocupaban tanto por ser correctos, que hasta diezmaban su jardín.
Ser correctos no tiene nada de malo. De hecho, Dios quiere que lo seamos. Pero los fariseos tenían un problema. Ellos se preocupaban tanto por ser correctos, que se olvidaban de lo más importante, amar al prójimo y ser bondadosos. A nadie le importaba realmente que ellos fueran unos diezmadores tan cuidadosos. La verdad es que a veces se portaban muy mal con la gente, y nadie puede llegar a Dios de esa manera. Esfuérzate por ser correcto, pero no olvides lo que realmente es importante: ser bondadoso y amar a los demás. No al revés.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA VERDADERA PACIENCIA


Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza.  (Romanos 5:3-4).

Si te pidieran que identificaras una ostra con grandes probabilidades de contener una valiosa perla, ¿en qué basarías tu elección? ¿Seleccionarías la que aparentara ser más joven, una simétrica, o quizá la que parece gozar de mejor salud? Los expertos en la materia afirman que por lo general, las perlas abundan en las conchas viejas, desfiguradas, irregulares, cubiertas y horadadas por toda clase de enemigos de la madreperla.
Nuestras vidas pueden parecerse a la madreperla. Nuestros caracteres han sido deformados, horadados y cubiertos por toda clase de pruebas y sufrimientos; pero es en medio del dolor, las penurias, la pobreza y las carencias donde surgen las vidas más bendecidas.
Existe una falsa paciencia que surge de la naturaleza no controlada por el espíritu, pero que en realidad tiene su origen en el orgullo. Hay quienes incluso están dispuestos a sufrir toda clase de atropellos sin quejarse, porque según ellos eso es ser muy hombre o muy mujer; una rara versión de la paciencia.
La paciencia verdadera es la cualidad o don que Dios concede a los hombres y mujeres para que acepten serenamente situaciones dolorosas o adversas entregándolas a Dios y a su fiel cuidado.
Nelson Mándela, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en 1993, pasó veintisiete años en prisión, la mayor parte de ellos obligado a trabajar en una cantera picando piedra. Cuando entró a la cárcel odiaba a todos los causantes de sus desdichas debido a las injusticias y sufrimientos a los que había sido sometido. Sin embargo, en la adversidad floreció en él la paciencia, que le permitió soportar la separación de las personas que tanto amaba. Al salir de prisión su odio fue remplazado por el amor. Se había efectuado en él un verdadero milagro.
Si hoy sufres abusos, privaciones y dolor, no te desesperes, porque el mismo Señor que confortó a Juan en la isla de Patmos te dice: No temas. «Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero vivo por los siglos de los siglos, amén» (Apoc. 1:17-18).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa

LIBERAR AL PRISIONERO


Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes.  Colosenses 3:13.

«Odiar a alguien —escribió Harry Emerson Fosdick— es como quemar tu casa para matar al ratón que te está molestando». Y yo añadiría algo más: es como quemar la casa y que el ratoncito se escape. En otras palabras, odiar no vale la pena. El precio es demasiado elevado.
No voy a decirte ahora cuáles son las consecuencias que odiar a alguien puede ocasionar a tu salud. Esto ya lo has escuchado. Quiero más bien referirme a un efecto que Anthony de Mello ilustra muy bien en su libro La oración de la rana. Es el relato de un exprisionero de un campo de concentración nazi que visitó a un amigo que también había sufrido esa terrible experiencia.
—¿Has logrado olvidar a esos nazis? —preguntó a su amigo.
—Sí —contestó él.
—Yo en cambio no he podido olvidar. Sigo odiándolos con todo mi corazón.
—En ese caso —le contestó su amigo— todavía eres su prisionero.
¿Albergas odio en tu corazón hacia alguien? ¿Hacia algún amigo o amiga, por algo que esa persona hizo que todavía te causa dolor cuando lo recuerdas? ¿O quizás hacia algún familiar? Pues acaso te convendría elevar un ruego a Dios como el del Salmista, pidiéndole al Señor que examine tu corazón para ver si hay en él algún odio o resentimiento hacia otra persona (ver Sal. 139:23,24), y para que con su poder lo quite de ti. Porque si hay algo que el relato del exprisionero nos enseña es que en el juego de la vida, el que odia siempre resulta perdedor. No importa cuánto daño te haya hecho esa persona o cuánto dolor te haya causado, si la odias, ella es el carcelero y tú eres su prisionero.
Es verdad que todavía puedes sentir dolor por lo que te hizo esa persona, pero como bien escribió Lewis Smedes, ese dolor no va a sanar por sí mismo. La única manera de que sane es perdonando a quien te hirió. Cuando eso hagas, estarás extirpando un tumor maligno de tu cuerpo. Y mejor aún, «liberarás a un prisionero; solo que descubrirás que ese prisionero eres tú mismo» (Forgive and Forget. Heahng the Hurts We Don't Deserve [Perdonar y olvidar: Para sanar las heridas que no nos merecemos], p. 133).

Limpia, Señor, mi corazón de cualquier odio o rencor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

EL AMOR ES HONORABLE


Y vosotros, maridos, igualmente, convivid de manera comprensiva con vuestras mujeres [...] dándole honor como a coheredera de la gracia de la vida (1 Pedro 3:7.

En nuestro idioma, hay ciertas palabras que tienen un significado poderoso. Cuando se usan, las asociamos al respeto. Estas palabras nunca pierden su carácter eterno, su clase ni su dignidad. Hoy, nos concentraremos en una de ellas. Es la palabra honor.
Honrar a alguien significa respetarlo y tenerlo en alta estima, tratarlo como a una persona especial y de gran valor. Cuando le hablas, tus palabras son puras y comprensibles; eres cortés y educado. Cuando esa persona te habla, tomas en serio lo que dice, dándoles peso y relevancia a sus palabras. Cuando te pide que hagas algo, te adaptas como puedes, por el solo respeto que le tienes.
La Biblia nos dice que "honremos" a nuestro padre y a nuestra madre, y a las autoridades. Es un llamado a reconocer la posición o el valor de otra persona. El honor es una palabra noble. En especial, esto es cierto en el matrimonio. Honrar a tu pareja significa prestarle toda tu atención, en lugar de hablarle desde atrás de un periódico o con un ojo en la televisión. Cuando se toman decisiones que afecten a ambos o a toda la familia, le das la misma importancia en tu mente a la opinión de tu cónyuge. Honras lo que tiene para decir. Significa mucho para ti, y debería saberlo por la manera en que lo tratas.
Sin embargo, hay otra palabra que nos llama a alcanzar un propósito más alto, una palabra que a menudo no identificamos con el matrimonio, aunque no se puede subestimar su relevancia. Es una palabra que constituye el fundamento del honor: la razón misma por la cual respetamos y tenemos en alta estima a nuestro cónyuge. Esa palabra es santo.
Reflexión: HOY HARÉ QUE EL VERDADERO SIGINIFICADO DEL AMOR SE VEA REFLEJADO EN LA RELACIÓN CON MI PAREJA. DILE A DIOS QUE PERMEE TU VIDA CON LA INFLUENCIA DE SU ESPÍRITU PARA HACER POSIBLE ESTA META.

Tomado del 50 días de Oración
Por Pr. Juan Caicedo Solís
Secretario Ministerial, Dir. Hogar y Familia
Unión Colombiana del Sur

UN DÍA A LA VEZ


«Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio mal» (Mateo 6:34).

Hay quienes sugieren que sufrimos porque nos falta fe. La vida me enseña que la fe en Dios no hace que mis problemas o mi sufrimiento desaparezcan, sino que me ayuda a vencerlos. Las Escrituras enseñan que no hay que vivir más que un día a la vez (ver Mat. 6: 34). Si pensáramos que todos los días iban a ser iguales, nos desesperaríamos.
Mientras dirigía unas charlas en una reunión campestre, visité un cementerio cercano del siglo XVII. Yendo de una tumba a otra, me conmoví profundamente. Fue impresionante observar que, aunque algunos de los que ahí yacían habían muerto a una edad no muy avanzada, la muerte había sorprendido a la mayoría en su juventud. Muchos de ellos habían sido sepultados a los treinta, los cuarenta o, como mucho, los cincuenta años de edad. Asimismo, también pude ver que había muchos niños. Una inscripción sobre la tumba de un niño de 12 años de edad decía que había muerto mientras nadaba en el río. Apenas pude imaginar el dolor de sus padres.
Esta vida es sufrimiento y, finalmente, muerte. Si eso fuera todo, la vida no sería más que una macabra burla. Sin embargo, al abrir el corazón a Dios en oración, aunque el presente parezca sombrío (como en el caso de Jesús en Getsemaní), podemos mirar aún más allá espléndido y, con el apóstol  Pablo, decir: «Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» (Rom. 8:18). Más que someternos a la voluntad de Dios, estaremos de acuerdo con él porque «fiel es el que prometió» (Heb. 10:23).
Es una lástima que, al hablar de calamidades, las achaquemos a la voluntad de Dios. La oración debería hacernos crecer hasta que veamos la voluntad de Dios Como una victoria y no como una derrota. Una vez me hablaron de una mujer que estaba encantada de que Dios no respondiera a sus oraciones de la manera que ella quería porque entonces estaba segura de que se hacía la voluntad de Dios y no la suya.
Sus caminos no son nuestros caminos; son mejores.  Basado en Lucas 18:1-8

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill