sábado, 20 de febrero de 2010

PIERNAS FLACAS

El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón (1 Samuel 16:7).

Era muy pequeña cuando nací y he sido pequeña toda mi vida. Incluso después de haber tenido mis dos hijos, perdí el peso que tanto me había tostado subir. Me veo más joven de lo que soy, y a menudo la gente se confunde con mi edad. Mientras escribo esta meditación, trato de convencerme a mí misma de que no suena tan mal lo que les cuento. Sin embargo, la verdad es que nací pequeña en un lugar equivocado del mundo. Nací en la pequeña isla de Haití, y ser pequeña en esa cultura es una señal de pobreza, hambre y necesidad. Sin generalizar, algunos amigos de otras islas me han contado que la gordura es reverenciada en sus países.
De niña me llamaban Piernas Flacas, y ahora, siendo adulta, mi peso es a menudo el tema de conversación. "Nunca engordas"; "Pensé que ya no estabas tan flaca"; o "¿Qué talla usas ahora?" Estos son los comentarios que suelo escuchar de mi familia y mis amigos. Sin embargo, nada se iguala a la manera en que mi madre trató el tema de mi talla. Cuando era niña, ella me alimenta para "poner un poco de carne en esos huesos". También me compraba ropa que era varias veces más grande que mi talla real, y me encantaba usarlas porque me hacían sentir más grande.
Cuando fui adulta, mi madre continuó comprándome ropa grande. La compraba como obsequio, pero luego comencé a sentirme incómoda con esos “obsequios”. ¿Por qué me sentía tan mal? ¿Quería ser grande... o no?
Al contemplar mi vida, me doy cuenta de que yo no elegí nacer así, ni tampoco quise cambiarme a mí misma. Soy más que un cuerpo pequeño e insignificante. ¡Soy una hija del Rey! Él me acepta tal como soy. De hecho, estoy segura de que se deleita en mi tamaño pequeño porque demuestra su creatividad al hacer cada persona tan única como los copos de nieve que caen del cielo. Él me redimió, me liberó del pecado y me llamó hija suya. Como si la salvación no fuera poco, me dio una familia maravillosa, salud y amigos. Todo esto, pero no mi peso, me da motivos para gritar de gozo.
Señor, ayúdame a amar a los demás así como son. Ayúdame también a valorar las cosas que son eternas, y a. aceptar las que son temporales.
Rosejoseph Thomas
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

INVITADO A LA MESA

Y moraba Mefi-boset en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey; y estaba lisiado de ambos pies. 2 Samuel 9:13.

Mefi-boset es uno de los protagonistas de una de las historias mas conmovedoras de la Biblia. El relato comienza con un brote de misericordia. David, consolidado ya como rey, busca honrar la amistad
y amor por Jonatán. Entonces dice la Biblia: «El rey David averiguó si había alguien de la familia de Saúl a quien pudiera beneficiar en memoria de Jonatán» (2 Samuel 9: 1). Así es como reaparece en el escenario Mefi-boset. Habla sido mencionado en 2 Samuel 4: 4 con muy mala fortuna. Cuando llegó la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán, su nodriza huyó del lugar y, en las prisas, el niño, entonces de cinco años, se le cayó, así quedo tullido de sus piernas.
Mefi-boset tuvo, entonces, que vivir escondido, a pesar de su parálisis, por temor a las represalias del rey contra su familia. Pero el clamor de David llegó hasta Lodebar, así como el clamor divino había ido tras Adán y Eva, quienes se escondieron al pensar que Dios tomaría venganza contra ellos. Su manera de presentarse ante el rey habla de la baja autoestima que Mefi-boset tenía y de sus escasas expectativas hacia el futuro: «¿Y quién es este siervo suyo, para que Su Majestad se fije en él? ¡Si no valgo más que un perro muerto!» (2 Samuel 9: 8).
«No temas», fueron las primeras palabras de David; las segundas fueron de misericordia; las terceras de redención; y las últimas de adopción como miembro de la familia real (vers. 7). Es una historia realmente impresionante, porque ilustra muy bien la tierna misericordia de Dios hacia nosotros, que nos amó de tal manera que nos redime y adopta para formar parte de la familia que comerá siempre a su mesa (Apocalipsis 3: 20). No tengas temor, tu mala fortuna ha terminado. Dios ha enviado a su Hijo para conducirte al palacio.
«Cristo nos escogió primero, pagando un precio infinito por nuestra redención, y el verdadero creyente escoge a Cristo como lo primero, lo último y lo mejor en todo». MJ 116.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

EL ÚNICO CAMINO

Separados de mí no pueden ustedes hacer nada (Juan 15: 5).

La fe que salva debe dirigirse hacia una persona, es decir, la fe es una condición que implica una relación personal con Cristo. Uno puede creer en muchas cosas o personas, pero para alcanzar la justificación delante de Dios hay que tener fe en Jesús.
Esto está en armonía con las enseñanzas de Cristo registradas en los evangelios. Él dijo: «Yo soy la puerta; el que entre por esta puerta, que soy yo, será salvo» (Juan 10: 9). Es interesante que Jesús no dijo que él era "una" de muchas puertas que conducen al redil de Dios y a la salvación. Dijo que era "la puerta". Es obvio que para él no hay tantas puertas, no hay tantas maneras de llegar a Dios y de salvarse. Si queremos ser salvos tenemos que entrar por esa puerta, que es él; es decir, tenemos que creer en él.
Cristo también hizo otra declaración impresionante: «Yo soy el camino, la verdad y la vida [...]. Nadie llega al Padre sino por mí» (Juan 14:6). También es importante notar que Jesús no dijo que era un camino para llegar a Dios. Para él no había muchos caminos para llegar al Padre. Dijo que había uno solo, y que él era ese camino. También dijo que era la verdad. Vino a revelar el plan de la salvación que incluía su muerte para redimir al hombre. Y también dijo que era la vida. Es decir, la vida eterna, que hay solo una. Para hallar el camino de regreso a Dios, tenemos que creer en Jesús. No hay otra fórmula.
Los seres humanos han inventado muchos caminos para llegar a Dios, muchas maneras de salvarse. Llámese Buda, Confucio, Lao Tsé, Mahoma, Krishna, etcétera, todos son caminos falsos que no llevan al Dios verdadero. Pedro lo dijo con claridad meridiana: «De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual poda¬mos ser salvos» (Hech. 4: 12).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C