sábado, 29 de octubre de 2011

APTA PARA LA VIDA

Y vinieron mago, astrólogos, caldeos y adivinos, y les conté el sueño, pero no me pudieron dar la interpretación. (Daniel 4:7)

El rey Nabucodonosor había experimentado la grandeza del Dios de Daniel al recibir la interpretación exacta de un sueño que lo había estado atormentando. Sus palabras fueron: «Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, Señor de los reyes y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio» (Dan. 2: 47). Sin embargo, aunque se dice que se postró y se humillo delante de Daniel, el corazón de este orgulloso monarca todavía carecía de la humildad que Dios quería enseñarle. Este rey se consideraba demasiado grande e importante como para ser solo una parte de la historia. Él quería ser la historia. Así que erigió en la llanura de Dura una estatua completamente de oro con el único propósito cíe que todos la adoraran. De este modo le estaba diciendo a Dios que en realidad él no regía los designios de los hombres, por lo menos no en su caso.
He aquí la grandeza infinita de Dios y su misericordia: estaba dispuesto a moldear a aquel orgulloso rey para que un día obtuviera una corona incorruptible. Nabucodonosor quería perdurar por la eternidad, pero iba por el camino equivocado. Solo Dios podría darle inmortalidad, así que el amor divino siguió moldeando a aquel testarudo.
¿Te parece que esta experiencia guarda alguna similitud con la tuya? Dios desea moldearte, por eso vuelve una y oirá vez a pasarte por el crisol, hasta que obtengas la pureza necesaria para que vivas con él. Si aquel rey hubiera aprendido con la primera experiencia, se hubiera ahorrado muchos problemas. Si nosotras pudiéramos ser humildes y dóciles a la enseñanza divina, nos ahorraríamos muchas lágrimas y estaríamos más dispuestas a aprender.
¿Nos está pasando Dios por el crisol? Frente al calor de la prueba tenemos dos opciones: protestar porque considerarnos que lo que nos pasa es injusto o preguntar con humildad al Señor cuál es el objetivo de la prueba.
Si estás pasando por diversas pruebas recuerda que Dios convierte los reveses en victoria si, con humildad, pasas el examen.
Tienes que presentarte al examen y aprobarlo para ser apta para la vida.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

POR AMOR A JESÚS

Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. Juan 14:23.

¿Qué estarías dispuesto a hacer por amor? ¿Serías capaz de sufrir y padecer por alguien que amas? ¿Tolerarías que te maltraten y procuren matarte por el objeto de tu amor?
Quizás el apóstol Pablo se hizo estas preguntas alguna vez en su vida. Quizá no tenía las respuestas para cada una de ellas; pero cuando le entregó su corazón a Jesús, toda su vida cambió y giró en torno a aquel a quien amaba.
Desde que decidió amar a Cristo, la vida de Pablo no fue fácil. En algunos sentidos, y de manera literal, sufrió y padeció grandes torturas. Él mismo nos cuenta su experiencia al decirnos: "De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias" (2 Cor. 11:24-28).
Si Pablo hubiera sido un delincuente, un malhechor o un asesino, quizá veríamos bien que él haya padecido tantas persecuciones y castigos, pero al saber que todo eso lo vivió por ser un apóstol de Jesús, la perspectiva cambia. Pablo repitió en su mente las palabras de Cristo que decían: "El que me ama, mi palabra guardará", y por amor a ese Cristo, estaba dispuesto a sufrir hasta la muerte.
Las Escrituras expresan la voluntad divina para una raza caída. Esa raza, que eligió vivir en pecado, tenía la posibilidad de estar en armonía nuevamente con su Creador si guardaba su Palabra. Y por esta causa millones de hombres y mujeres a lo largo de la historia humana han padecido hasta lo sumo, por amor al mismo Cristo que amó Pablo.
En tu caso, ¿le estás expresando tu amor a Jesús? ¿Vives y haces lo que su Palabra ordena? En este día que se inicia, procura vivir de acuerdo con las Escrituras; procura vivir por amor a Jesús.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

MI PAZ

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14:27.

La paz que Cristo ofrece no es la que nosotros conocemos como paz. Para el ser humano, la paz es únicamente ausencia de guerra, de conflicto y de lucha exterior. El mejor ejemplo lo puedes ver en una manifestación popular en favor de la paz. Ahí ves a multitudes portando banderas y cartelones: "Queremos paz"; "No a la guerra"; "No más sangre de inocentes"; "No más armas; queremos educación"...
Pero, en medio de esa multitud, puedes observar rostros enardecidos, ojos llenos de odio, gente atormentada por conflictos interiores, esposos que abandonaron a sus esposas e hijos, quienes no respetan a sus padres. Pero, quieren paz. ¿Qué tipo de paz? La paz que el mundo ofrece: solo ausencia de guerra exterior, y nada más.
Otro ejemplo. Hay personas que tienen dinero: pueden comprar todo lo que quieren, viajar adonde deseen, tener lo que se les antoje. Cualquiera que los ve de lejos piensa que esas personas no deben tener conflictos ni dificultades, y que vivirán en paz. Pero, cuando llega la noche, esas mismas personas desean morir, porque la vida no tiene sentido. Algunas se hunden en los placeres, las drogas, los barbitúricos; y, cuando eso no les alivia el dolor interior, muchas veces llegan hasta el suicidio. Tienen la paz que el mundo ofrece, pero no la paz que Jesús da.
Los hombres y las mujeres, en su manera humana de percibir las cosas, invierten los valores: buscan la paz antes que a Jesús; pero no la hallan. El cristiano tiene paz en su relación con Dios, pero aflicción en su relación con el mundo; el hombre sin Cristo tiene paz en su relación con el mundo, pero aflicción y tribulación en su relación con Dios.
La paz de Cristo es paz interior; calma en medio de la tormenta; serenidad cuando todo a tu alrededor parece que se viene abajo: eso es lo que Jesús quiso enseñarnos, aquella noche, en el mar de Galilea. Había tormenta, tempestad, olas gigantescas; todo parecía perdido. Pero, Jesús dormía como si nada malo sucediese: tenía paz. Por eso, él puede decir: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón