lunes, 30 de julio de 2012

UN CORDÓN DE AMOR


«El día en que naciste no te cortaron el cordón umbilical» (Ezequiel 16:4, NVI).

Hoy en nuestra aventura presenciaremos una de las experiencias más maravillosas de la vida. ¿Sabes cuál es? ¡El nacimiento de un bebé! Mira qué lindo y pequeño, aún conectado a su mamá por el cordón umbilical. Toda la sangre, la comida, las vitaminas y los minerales que el bebé necesitó durante nueve meses mientras creció dentro de su madre los recibió a través del cordón umbilical. Qué maravilloso es Dios por habernos creado de esa manera tan asombrosa.
¿Sabías que Dios siempre quiere que estemos conectados a él? No a través de un cordón umbilical, sino de un «cordón de amor» y de vida. Toda la fuerza, el amor y el cuidado que necesitamos para desarrollarnos como cristianos proviene de Dios. Si no permanecemos conectados a él, nuestra vida cristiana morirá.
Satanás tratará de desconectarte de Dios, pero no se lo permitas. Dios nunca te abandonará y tú tampoco debes abandonarlo a él. Fija tus ojos en Jesús y permanece siempre cerca de él a través de su cordón de amor.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

NO TEMAS, ¡CUENTA CONMIGO!


No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia. (Isaías 41:10)

Cuando Gustavo, nuestro hijo mayor, tenía dos meses fuimos a visitar a unos familiares que vivían en el interior del país. Al bebé le dio un cólico, y nos ofrecieron un remedio casero. Sin embargo, el agua estaba contaminada, lo que le provocó al niño una diarrea. Era de noche y no había asistencia médica, ni forma de regresar a la capital. Al amanecer, Dios permitió que encontráramos un autobús para emprender el viaje de regreso. Al llegar a la ciudad llamamos a nuestro médico, quien nos llevó de emergencia al hospital cuando rayaba la medianoche.
Los médicos y enfermeras corrían de un lado a otro de la sala de emergencias, tratando de salvar la vida de nuestro bebé. Finalmente pudieron hidratarlo por vía intravenosa. Aparentemente, lo peor había pasado. Al amanecer le pedimos a Dios que nos mostrara si el niño viviría. Mi esposo abrió al azar el libro El Deseado de todas las gentes, y su dedo cayó en el capítulo veinte, donde se habla de la curación del hijo del noble. Le dimos gracias a Dios por contestarnos y hablamos con el médico, quien nos informó de que, debido a la deshidratación sufrida, el niño había convulsionado y parecía haber una complicación cerebral. Nos explicó que otra posibilidad era que él bebe tuviera meningitis. Continuó diciendo que si ese era el caso, y el niño sobrevivía, podría quedar ciego, sordo o con retraso mental. Había que hacerle una punción, con el riesgo de que se quedara paralítico.
Estábamos desconsolados. Debíamos tomar una decisión a la mayor brevedad. Nos arrodillamos y clamamos a Dios, sin importarnos que la gente nos viera; le dijimos que él nos había prometido que el niño se iba a salvar y que nos indicara lo que debíamos hacer. Tras orar, nos sentimos confiados y más tranquilos. Le hicieron la prueba al niño y gracias a Dios los resultados fueron negativos. Dios lo había sanado con su mano poderosa. Gracias, Señor Jesús, por prestármelo de nuevo. ¡Gracias porque, incluso en medio del valle de sombra y de muerte, siempre podemos contar contigo!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Belmi de Menéndez 

HAY CONSECUENCIAS


El Señor ama a los que odian el mal. Salmo 97:10

Cuando ni tú ni yo habíamos nacido, a un sociólogo norteamericano se le ocurrió rastrear la pista a los descendientes de un tal Martín Kalikak, un borracho empedernido que vivió en el siglo XVIII y que se casó con una mujer tan mala como él.
Durante los ciento cincuenta años que cubrió el estudio, el investigador logró ubicar 480 descendientes de los esposos Kalikak. De ese total, 143 tuvieron problemas mentales, 82 murieron en la infancia, 36 fueron hijos ilegítimos, 24 fueron alcohólicos, tres sufrieron de epilepsia y tres recibieron la pena de muerte por sus delitos (Denis Duncan, Day by Day with William Barclay [Día a día con William Barclay], p. 165). ¡Vaya herencia!
Tiempo después se realizó un estudio similar con los descendientes de Maximiliano Jukes, un incrédulo que se casó con una mujer también incrédula. De 1,026 descendientes de esta pareja, se encontró que trescientos murieron en forma prematura, cien fueron encarcelados por varios delitos, 109 fueron adictos a algún vicio o a algún tipo de inmoralidad, y 102 fueron borrachos empedernidos (Enrique Chaij, Dicha y armonía en el hogar, pp.179, 180).
¿Se les habrá ocurrido a estas parejas pensar que lo que hacemos con nuestra vida también afecta a otros? Muy probablemente no. Lo más seguro es que eran de esa clase de gente que aún podemos escuchar hoy día. Son los que dicen: «¡Hago con mi vida lo que me da la gana!».
¡Cuán diferente fue el legado de Jonathan Edwards! Edwards (1703-1758), un hijo de pastor que se casó con una joven cristiana, es hoy recordado por su contribución al Gran Despertar Religioso del siglo XVIII en los Estados Unidos. De los 729 descendientes que un estudio logró ubicar, se encontraron trescientos predicadores, 65 profesores, trece rectores de universidades, seis escritores, tres diputados, y un vicepresidente de la Nación (Ibíd.).
¿Qué lecciones nos enseñan estas investigaciones? Al menos dos. Una es que cosechamos lo que sembramos. Tus actos, tus palabras, aun tus pensamientos, tienen consecuencias. Te afectan y afectan a otros. Como bien lo expresó Newton en su tercera ley del movimiento: por cada acción hay una reacción. La segunda lección es que, cuando te llegue la hora de escoger a tu futuro esposo, o esposa, ¡más vale que escojas bien!
Tu puedes hacer que el mundo sea mejor o peor.  Vive de la manera que sea mucho mejor.
Dios mío, que en este día mis actos, palabras y pensamientos glorifiquen tu nombre.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

PARA LA GLORIA DE DIOS



 «Si, pues, coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios 10:31).


Desde sus inicios, una de las primeras características de nuestra iglesia ha sido la vida saludable. El estudio de las Escrituras no deja lugar a dudas al expresar que los cristianos deben vivir de manera saludable. La Palabra de Dios es absolutamente clara en cuanto a que no somos dueños de nuestro cuerpo y, si insistimos en maltratarlo, no vamos a salvarnos (1 Cor. 6:10,19). Aunque el versículo diez se refiere a la sentencia definitiva, no cabe duda de que aquellos que violan constantemente su salud, tarde o temprano se destruyen, por no hablar de que, por el camino, causan dolor y sufrimiento a los miembros de sus familias.
He llegado a la conclusión de que, después de Dios, mi esposa es la dueña de mi cuerpo. Cuando digo esto, no me refiero a la intimidad, sino al hecho de que, en caso de que un día sufra un percance, ¿quién se imagina que me levantará del suelo? ¿Adivina quién verá su vida arruinada por mi descuidado estilo de vida? Cuando el día de nuestra boda estamos ante el pastor oficiante prometemos amarnos, respetarnos y cuidarnos mutuamente hasta que la muerte nos separe. Me parece que en ello va implícita la promesa de que viviremos de manera tan saludable como sea posible para que nuestro cónyuge no tenga que sufrir innecesariamente a causa de nuestras indiscreciones en nuestra manera de Vivir.
Desde su fundación, la Iglesia Adventista del Séptimo Día incorporó ciertos principios de salud a su lista de normas. A menudo, los no adventistas son más sensibles a la importancia de vivir de manera saludable que muchos que dicen haber abrazado el adventismo. Reconozco que en el cielo habrá gente que jamás ha practicado el vegetarianismo; pero, en mi momento en que la sociedad en general se convence más y más de los beneficios de seguir ciertos principios de salud, resulta difícil entender por qué hay tantos que parecen ir en la dirección opuesta.
Entre usted y yo, no nos salvamos por ni a causa del mensaje de salud.  Pero el llamado a vivir una vida cristiana es también un llamado a llevar una vida saludable. «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas y que tengas salud, así como prospera tu alma» (3 Juan 2). Basado en Lucas 9:1,2

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill