martes, 4 de enero de 2011

SIN AMOR, NADA TIENE VALOR

«Si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada», 1 Corintios 13:2.

Hace poco tuve la oportunidad de ver un diálogo representado por un grupo de muchachas y muchachos. Iban en un barco. Se divertían; algunos estaban algo distraídos de lo que sucedía a su alrededor.
Un muchacho se cayó al agua. Se escuchaban sus gritos desesperados pidiendo que lo rescataran. Algunos pasajeros continuaron con lo que hacían sin darle importancia. Otros pocos se acercaron al borde del navío por curiosidad, para ver quién pedía ayuda con tanta insistencia.
El primero que se acercó fue el joven Egoísmo. Cuando vio quién estaba en el agua, no quiso ayudarlo. Después se acercó la jovencita Envidia, pero igualmente, al enterarse de quién era la víctima, tampoco quiso hacer algo para salvarla. Así sucesivamente se acercaron más jóvenes, como Ambición y Odio; cada vez que preguntaban quién estaba en apuros, o lo reconocían, perdían interés en salvarlo.
Entre los pasajeros de ese barco también se encontraba la jovencita Humildad. Al escuchar las voces de auxilio, se acercó para ver quién necesitaba ayuda. Entonces vio al joven desesperado, lo reconoció: era Amor. Rápidamente tomó un salvavidas y se lo arrojó para salvarlo.
En el ser humano se manifiestan la envidia, el egoísmo y la vanidad. Hace falta que demostremos más amor en este mundo para que vivamos en paz, para buscar el bien de las demás personas y evitar hacerles daño. Es inútil tener todo, si carecemos de amor. Pide amor suficiente para el día de hoy, que lo puedas expresar ante la demás gente y este mundo en que te ha tocado vivir cambie.

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

MANOS Y OÍDO

He aquí que no se ha acortado la mana de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír.(Lucas 59:1)

Se dice a veces de las manos que son «las amigas inseparables» y del oído que es «el guía invisible». Y estos son calificativos justos, pues cuando por alguna razón nos falta alguno de estos sentidos, enseguida buscamos algún invento humano que pueda desempeñar la función que realizan.
Nos preocupamos por cuidar nuestras manos, protegiéndolas con cremas y evitando los golpes y rozaduras. Desde pequeñas se nos enseña a mantenerlas limpias. Del mismo modo, protegemos nuestros oídos de los insectos, de líquidos o agentes extraños, y evitamos cualquier cosa que nos pueda producir dolor o enfermedad.
Sin embargo, no hay forma de garantizar la seguridad de estos dos órganos tan importantes. Constantemente estamos expuestos a imprevistos que pueden ocasionarnos lesiones físicas, que impidan el desarrollo de estos sentidos vitales.
Recuerdo algo que me sucedió en una ocasión, cuando mi esposo y yo trabajábamos como obreros ministeriales. Para desplazarnos de un pueblo a otro teníamos que tomar un tren conocido como «el tren lechero», porque hacía muchas paradas y lo acompañaba un permanente y característico ruido a viejo. Emprendimos viaje. Por naturaleza tengo un oído muy delicado, así que, presintiendo que el ruido del tren podría afectarme, me recosté sobre el hombro de mi esposo para protegerme. Pero mi otro oído quedó al descubierto, tan desprovisto e indefenso que sucumbió ante tan agudos ruidos. Poco después, los dolores comenzaron a avisarme de que algo no andaba bien. En cuanto pude fui al médico, quien me recetó un medicamento que me produjo alergia y me quemó las paredes internas del oído. ¡Qué desesperación!
Cuando por fin encontramos el medicamento adecuado, y mi oído se restableció, sentí una gratitud enorme porque Dios no tiene oídos finitos como los míos. Los suyos nunca se enferman. El no pierde su capacidad de escuchar, ni lo perturban ruidos extraños.
Te invito hoy a que te aferres de la promesa: «No se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oír». El cielo siempre tiene manos para socorremos y oídos para escucharnos.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

LÁGRIMAS DE SALVACIÓN

Entonces la mujer de quien era el hijo vivo, habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y dijo: ¡Ah, señor mío! dad a esta el niño vivo, y no lo matéis. 1 Reyes 3:26.

En cierta ocasión la madre de una alumna del colegio donde trabajaba pidió una entrevista. Ese mismo día la atendí, y después de un corto diálogo informal me expuso sus problemas familiares. Era la madre de varias hijas y la menor, desde hacía algunos meses, había tomado la decisión de abandonar a Dios y a su iglesia.
La madre no contaba con el apoyo de su esposo no creyente; luchó y oró para que su hija recapacitara sobre la decisión tomada, pero lamentablemente sus ruegos no tuvieron el efecto deseado. No quería darse por vencida, no se rendía a la evidencia que mostraba que su hija estaba rechazando la salvación, por eso recurrió al pastor de la iglesia local, a algunos hermanos de confianza y finalmente a mí. Con dolor me expresó la desilusión y el desencanto que sentía cada día por no poder convencer a su hija, y después de pensar lo que podría ocurrir si Jesús regresara en ese momento, se desahogó llorando por largo tiempo. Me limité a escucharla, sentí que las palabras estaban de más, ya que parecía no existir el término apropiado para darle ánimo y consuelo. Le prometí que hablaría con su hija y luego pensé: "¡Qué tremendo es el amor de una madre!"
¿Por qué lloraba y luchaba esta madre? Porque no quería que su hija perdiera la salvación. En el tiempo del rey Salomón, una madre mostró una actitud similar. Dos mujeres se acercaron al rey para solicitar justicia, ya que ambas aseveraban ser la madre de un pequeño bebé. El rey, con sabiduría divina, hizo traer una espada y amenazó cortar el niño por la mitad y entregar una parte a cada una de ellas, pero "la mujer de quien era el hijo vivo, habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y dijo: ¡Ah, señor mío! dad a esta el niño vivo, y no lo matéis". De esta manera el rey Salomón averiguó quién era la verdadera madre y ordenó que ella quedara al cuidado del niño.
Presta atención: Para describir el sentimiento de aquella madre, las Escrituras dicen que "sus entrañas se le conmovieron" cuando supo que su hijo moriría, y ese mismo sentimiento se manifiesta en las madres y los padres cristianos cuando ven que sus hijos abandonan los caminos del Señor. Por eso, no te permitas abandonar el conocimiento de la salvación que ellos te transmitieron. Entrégale hoy mismo tu vida al Salvador, y además de ser salvo, le darás paz y alegría al corazón de tus padres.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

¡MARAVILLAS!

Yo les mostraré maravillas como el día que saliste de Egipto. Miqueas 7:15.

Quisiera escribir un texto que alegre los corazones tristes. Un texto capaz de levantar al caído y de mostrarle que aún hay esperanza. Que la pareja a punto de divorciarse vea de repente, en el fondo del pozo, un tenue rayo de luz, y sepa que no todo está perdido. Que el padre del joven drogadicto entienda que su hijo puede ser liberado.
¡Oh! Cómo quisiera tener la capacidad de decir, al desahuciado por la ciencia médica, que la extrema necesidad del ser humano es la oportunidad de Dios.
Quisiera ser el sol de un nuevo día, anunciando que la noche se fue y que ya no hay motivo para tener miedo; que las lágrimas son el recuerdo de un momento difícil, pero lo que realmente importa es el día que está naciendo.
Todo eso quisiera. Y solo tengo un pedazo de papel y un lápiz. Solo tengo mis propios miedos, mis limitados recursos. Y aun así, quiero continuar siendo la trompeta que anuncia la victoria.
Por eso, acudo a la Biblia y me refugio en la Palabra eterna de un Dios que no cambia; que trasciende el tiempo y gobierna el espacio. Es mi Dios y el tuyo. Y hoy viene a decirte que, aunque las sombras del dolor te envuelvan; aunque en tu cielo no haya estrellas; aunque tu cisterna no tenga agua y tus sueños parezcan desmoronarse como un castillo de arena, él hará maravillas en tu vida, como el día en que sacó a Israel de Egipto.
Esa fue la promesa que Dios hizo a Israel, cuando daba la impresión de que las huestes enemigas estaban venciendo: "En ese día", les había dicho Dios, "vendrán hasta ti desde Asiria y las ciudades fortificadas, y desde las ciudades fortificadas hasta el río, y de mar a mar, y de monte a monte. Y será asolada la tierra a causa de sus moradores, por el fruto de sus obras" (vers. 12,13).
¿Qué hacer frente a una situación como esa? La muerte se aproximaba, inexorable; no había salvación, desde la perspectiva humana. Pero entonces, aparece Dios y promete a su pueblo hacer maravillas.
¿Cuál es la maravilla que necesitas que Dios opere hoy, en tu vida? ¿Cuál es el drama que parece no tener solución? ¿Qué es lo que necesitas?
Antes de iniciar las actividades de un nuevo día, reconoce tu incapacidad y ve a Dios, como al Padre de amor que él es. Llora a sus pies y, a pesar de las dificultades que puedan estar aguardándote, escucha su voz que te dice: "Yo te mostraré hoy maravillas como el día en que saqué a Israel de Egipto".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón