viernes, 14 de septiembre de 2012

ENTRENADO PARA LA ETERNIDAD


«Porque hasta estos días no había paga para los hombres ni para las bestias» (Zacarías 8:10).

Hoy estamos justo en medio de los tres aros. Y, ¿qué son los tres aros? Estoy hablando del circo, ¡claro está! ¿Alguna vez has escuchado hablar de un circo con tres aros? Estamos aquí porque el versículo de hoy habla de paga para los animales. En el circo trabajan animales, ¿no es así? ¿No te parece que esos elefantes, tigres y chimpancés deberían recibir un pago por lo que hacen? Bueno, a los animales lo único que les importa es que los alimenten bien. Ellos no tienen cuentas bancarias (ni siquiera los «bancos» de peces que vimos unos días atrás). Los que sí reciben un pago son sus propietarios y entrenadores humanos.
¿Sabías que tú también estás siendo entrenado? No como los animales, obviamente, porque Dios te dio la capacidad de pensar y sentir muchas más cosas que un chimpancé. Tú estás siendo entrenado para ser un joven honesto que ame a Jesús. Por eso es que estás leyendo este libro. ¿Sabías eso? Y el único pago que tus padres y maestros esperan es que tú seas un seguidor de Jesús y que estés con ellos en el cielo algún día.
Toma seriamente tu entrenamiento, y no te preocupes si no recibes un pago. ¡Jesús ya pagó el precio del cielo para ti!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

SEAMOS AGRADECIDAS


El hombre que tiene amigos debe ser amistoso, y amigos hay más unidos que un hermano. (Proverbios 18:24).

A lo largo de mi vida he ido encontrando a personas que han ocupado un lugar muy especial en mi corazón, aunque el tiempo, las ocupaciones cotidianas y tantas otras cosas del diario vivir, nos han llevado por senderos diferentes. Todos ellos son personas especiales que no se parecen a ninguna otra. Aunque muchas de ellas ya no estén físicamente conmigo, vivirán en mi memoria. Mientras tanto, les estaré siempre agradecida por su amistad y por todo lo que hicieron por mí.
Sin embargo, mis hermanos y mis verdaderos amigos son los que han permanecido a mi lado con el paso del tiempo y que estarán escribiendo conmigo las páginas de mi futuro; sobre todos ellos, se encuentra mi amado Jesús. Hoy quiero agradecer en especial a Jesús, mi mejor amigo, porque en los momentos más difíciles ha estado a mi lado. Le doy gracias porque me dio la vida y me permitió conocer y tener amigos sinceros y leales. Quiero abrirle mi corazón a él y andar en sus caminos, con alabanza, gratitud y entrega.
Alabar es hacer que el mundo sepa lo que mi Dios, mi Jesús y el Espíritu Santo, han hecho y hacen por mí y por todos sus hijos a diario. Agradecer implica salir de la belleza de las palabras para entrar en la dimensión de los hechos; significa llevar la teoría a la práctica. Lo que pocas veces sabemos es que al agradecer se llenará nuestro ser de un sentimiento de paz y satisfacción. Reconoceremos que todo es hermoso si Jesús está con nosotros, incluso cuando estemos enfrentando situaciones difíciles.
La plata y el oro son refinados mediante el fuego; asimismo recuerda que las pruebas nos llegan para acrisolar nuestro carácter. Por ello, amiga, te exhorto a que, aunque estés en medio del dolor, te acuerdes de tu mejor amigo. Al contemplar la luz de un nuevo día, agradécele porque estás viva y exclama: «Voluntariamente me entregaré a ti, y alabaré tu nombre, Señor, porque eres bueno».

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por María Teresa López Montoya

¿BUENA O MALA SUERTE?


Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman. Romanos 8:28

«¡Este es mi día de suerte!», exclama uno. «Me persigue la mala suerte», dice otro. «¿Cómo puedo mejorar mi suerte?», pregunta un tercero. Esta es la manera usual como mucha gente entiende los sucesos comunes de la vida. Pasan sus días esperando «el golpe de suerte». ¿Qué actitud debería tener el joven cristiano? Una antigua historia que relata Max Lucado nos puede ayudar a responder esta pregunta.
Se cuenta que un anciano campesino tenía un hermoso caballo. Mucha gente quería comprárselo, pero el hombre por nada del mundo quería venderlo. Cierto día el caballo se escapó. Entonces los vecinos visitaron al anciano. — ¿No es una señal de mala suerte que su caballo se haya ido? —Si es buena o mala suerte, no lo sé —respondió el campesino—. Solo Dios lo sabe.
Días después el caballo regresó con una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos lo visitaron de nuevo. Esta vez para felicitarlo por su buena suerte —Si es buena o mala suerte, no lo sé —dijo—. Solo Dios lo sabe. 
Al poco tiempo de la llegada de los caballos, el panorama cambió por completo: el hijo del campesino se cayó de uno de los caballos y se fracturó una pierna. Nuevamente llegaron los vecinos, esta vez para decirle que se habían equivocado al decir que tenía buena suerte.
—Si es buena o mala suerte, no lo sé. Solo Dios lo sabe.
Semanas después estalló una guerra entre su país y un país vecino. Se decretó que cada joven mayor de edad que estuviera sano tenía que ser reclutado. El hijo del anciano fue excluido por tener una pierna fracturada. Otra vez vinieron los vecinos...
—Si es buena o mala suerte, no lo sé. Solo lo Dios sabe (In the Eye of the Storm [En el ojo de la tormenta], pp. 144-147).
¿Tenía el anciano buena suerte o mala suerte? La respuesta del cristiano es: Ni la suerte ni el destino dirigen nuestra vida. No hay que consultar el horóscopo ni a los adivinos porque ¡es Dios quien dirige nuestras vidas! Su Palabra nos guía, su poder nos sostiene y él está de nuestra parte en las buenas y en las malas. ¿Qué más se puede pedir?
Gracias, Señor, porque mi vida está en tus manos.  No hay mejor lugar donde yo pueda estar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

HAY ESPERANZA PARA NOSOTROS


«¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo, ¡salvación mía y Dios mío!» (Salmo 42:11).

Cierto día, Jesús y sus discípulos andaban por Samaria y Galilea. Al llegar a una aldea, diez leprosos vinieron a su encuentro, pero se mantuvieron a distancia. En aquella época, la lepra era la enfermedad más temida. En la actualidad, el equivalente emocional más cercano sería el sida. La lepra era, y es, una enfermedad dolorosa, pero el dolor físico no era su única consecuencia. Quien recibía un diagnóstico positivo se enfrentaba al aislamiento. Los enfermos eran expulsados de la familia. Sus amigos no querían nada con ellos. Incluso eran apartados de Dios, en el sentido de que tenían prohibido entrar a adorar en el templo. Los leprosos eran enviados a colonias aisladas y, cosa humillante, obligados a gritar: «¡Inmundo, inmundo!» (ver Lev. 13:45,46). 
Padecer lepra equivalía a humillación. ¿Se imagina que los niños lo señalasen con el dedo o huyeran de usted despavoridos? ¿Se figura qué sensación producía que, al verlo, todos volvieran la cabeza con gesto de repugnancia? ¿Cómo sería depender de la misericordia de las personas para conseguir suficiente comida? La lepra era una enfermedad humillante porque se pensaba era consecuencia de los pecados cometidos por quienes la padecían. En la mente de la gente se había arraigado la idea de que los leprosos eran impuros y, por tanto, incapaces de mantener una relación adecuada con Dios.
Al mismo tiempo, la lepra significaba la pérdida del medio de ganarse la vida. El leproso era abandonado a su suerte. Lo que nos lleva al efecto final de un diagnóstico de lepra: una muerte lenta y horrible.
La lepra es una ilustración excelente de los efectos del pecado. Cuando Adán y Eva pecaron fueron expulsados del Edén. La relación directa y cara a cara que tenían con Dios se interrumpió. El resultado del pecado es la muerte.
Pero al igual que los diez leprosos vinieron a Jesús para que los sanara, nosotros tenemos que acudir a él para recibir la curación de nuestros pecados. Del mismo modo que Jesús sanó a los diez leprosos, también nos sanará a nosotros, si reconocemos nuestros pecados. Si se siente aislado, humillado y desesperado, no olvido que Jesús conoce sus necesidades y lo limpiará de toda maldad (ver 1 Juan 1:9). Basado en Lucas 17: 11-19

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

CELOS OPUESTOS AL AMOR


Porque los celos enfurecen al esposo, el cual no perdonará en el día de la venganza (Proverbios 6:34).

Los celos son una lucha común. Se disparan cuando otra persona te eclipsa y obtiene algo que tú quieres, lo que puede ser sumamente doloroso, según tu nivel de egoísmo. En lugar de felicitar a la otra persona, estás que echas chispas y piensas mal de ella. Si no tienes cuidado, los celos se meten como una víbora en tu corazón y atacan tus motivaciones y relaciones. Pueden envenenarte y evitar que tengas la vida de amor que Dios diseñó para ti.
Si no disipas tu enojo aprendiendo a amar a los demás, quizá, con el tiempo, comiences a conspirar contra ellos. La Biblia dice que la envidia lleva a las peleas, a las riñas y a toda cosa mala (Santiago 3:16,4:1-2).
En las Escrituras, podemos observar una sucesión de celos violentos. Provocaron el primer asesinato cuando Caín despreció la aprobación de Dios a la ofrenda de su hermano. Sara despidió a su sierva Agar porque podía tener hijos y ella no. Los hermanos de José se dieron cuenta de que era el preferido de su padre, así que lo arrojaron a un pozo y lo vendieron como esclavo. Jesús era más amoroso, poderoso y popular que los sumos sacerdotes, así que, por envidia, tramaron traicionarlo y crucificarlo.
En general, los extraños no te producen celos. Más que nada, te sientes tentado (a) a tener celos de los que están en el mismo ámbito que tú. Trabajan en tu oficina, están en tu equipo, se mueven en tu círculo... o viven en tu casa. Sí, si no tienes cuidado, los celos también pueden infectar tu matrimonio.
Cuando te casaste, se te asignó la tarea de transformarte en el mayor animador de tu cónyuge y en el capitán de su club de admiradores, los dos se transformaron en uno y tienen que participar del placer del otro. No obstante, si reinan los celos esta meta no se logrará.
HOY, PÍDELE A DIOS EN ORACIÓN QUE TE AYUDE A CONTROLAR ESE SENTIMIENTO DE CELOS QUE HACE DAÑO.

Tomado del 50 días de Oración
Por Pr. Juan Caicedo Solís
Secretario Ministerial, Dir. Hogar y Familia
Unión Colombiana del Sur.