sábado, 4 de julio de 2009

UN MÉDICO INCOMPARABLE

Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas (Josué 1: 9).

Cuando tenía seis años de edad pasé por una dura experiencia que me ha acompañado toda mi vida: un terrible accidente automovilístico. Los seis miembros de la familia sufrimos fuertes golpes y quedamos malheridos. La peor parte la había llevado yo, quien a criterio de los médicos, no volvería a caminar. Nadie me habló sobre mi verdadera situación, tal vez por temor a que tuviera una reacción descontrolada. Pero los días pasaban y yo seguía en el hospital sin saber lo que me pasaba. Una mañana se acercó un hombre alto y de buen parecer. Me preguntó si yo quería caminar y yo le respondí que sí, que lo deseaba mucho. Este caballero me tocó unas tres partes de mi cuerpo y yo grité del dolor. Me miró con un rostro amable y me aseguró que volvería a caminar, que no me preocupara. Más tarde le comenté a la enfermera sobre el médico que me habla visitado, pero después de oír mi descripción del caballero, ella me dijo que no conocía a alguien con esas características. Pasadas las horas tuve la necesidad de ir al baño pero nadie venía ayudarme, y como pude fui al sanitario. Cuando llegó la enfermera y se dio cuenta que no estaba en la cama se asustó mucho. De inmediato fue a buscarme y me dijo que era imposible que yo me moviera porque estaba inválida. Me llevó a la cama tomada de la mano, como cuando se le enseña a un niño caminar. Aquella dama no podía entender lo que sucedía. Hasta el día de hoy creo que aquel Médico que puso su mano poderosa en mi dañado cuerpo y que me sanó, es Jesús. Tengo la convicción y me aferró a sus promesas de que él estará a nuestro lado siempre. Su gracia me permitió disfrutar de una vida plena. Hoy tengo treinta y siete años, estoy casada con un maravilloso esposo y tengo dos hijos. Alabo a Dios por su poder y estoy segura que él tiene grandes proezas que hará en tu vida.
María Guadalupe Garría Martínez
Tomado de la Matutinas Manifestaciones de su amor

UN FAVOR DEVUELTO

Hagan ustedes con los demás como quieren que los demás hagan con ustedes. Lucas 6:31

A los cuatro años, Roger Lausier estaba de vacaciones con sus papas en una playa junto a Salem, Massachusetts. Roger jugaba en la arena mientras sus papas descansaban tomando el sol. Cuando los castillos de arena dejaron de interesarlo, Roger fue al agua. Braceó hacia otros niños que estaban jugando en las olas. Pero la corriente era demasiado fuerte y perdió el equilibro, cayendo de cara en el agua. Roger intentó sacar la cabeza del agua, pero las olas se la mantenían hacia abajo. Le cubrían la cara y no podía respirar. De repente, sintió que algo lo sacaba del agua y lo llevaba a un lugar seguro. Alice Blaise andaba junto a la orilla cuando vio al niño que se debatía con las olas. Después de rescatarlo, llevó a Roger junto a sus papas que lo buscaban inquietos. Avancemos unos cuantos años. Ahora Roger ya tiene trece. Ha vuelto a la misma playa en que, nueve años antes casi pierde la vida, pero esta vez el agua ya no es una amenaza para él porque es un buen nadador. Mientras Roger está de pie en la orilla, oye un grito de auxilio. Un hombre lucha con las olas para conservar la vida. Roger toma una balsa neumática, rema hada el nadador y tira de él hasta subirlo en la balsa. Roger se echa al agua y remolca la balsa rusta la orilla. Salvar a alguien de morir ahogado es un logro extraordinario. Pero cuando Roger descubrió a quién había salvado tuvo aún mucho más significado. El hombre a quien había salvado era el esposo de Alice Blaise. Los actos de hoy pueden tener un efecto de gran alcance en el futuro. Jamás sabremos cómo un pequeño favor puede llegar a cambiar la historia, la nuestra o la de alguien más.

Tomado de la Matutina El viaje increíble.

CUANDO DIOS SE DEMORA, SOMÉTETE A SU AUTORIDAD

Dijo Jesús: «Quitad la piedra». Marta, la hermana del que había muerto, le dijo:«Señor, hiede ya, porque es de cuatro días». Juan 11:39

Cuando Dios tarda en responder a nuestras peticiones, no solo debemos mostrar confianza en su amor, sino someternos a su autoridad. Él no solo es el Salvador; es también el Señor, y sus seguidores deben reconocer su autoridad en todo.

Jesús ordenó que se quitase la piedra del sepulcro donde Lázaro había sido sepultado. Marta y María tenían razón. Los cuerpos se descomponen después de tanto tiempo en el sepulcro: «Señor, hiede ya, porque es de cuatro días» (Juan 11: 39). Pero Jesús había dado la orden, y ellas debían obedecer el mandato de su Señor. Este es un cuadro de sumisión y obediencia.
Cuando Dios guarda silencio y no contesta inmediatamente tus peticiones, recuerda que él te ama con amor eterno. Confía en él, deposita toda tu confianza en su cuidado amoroso. Pero además de eso, debes mostrar absoluta y total sumisión a su autoridad.
Nuestro problema no son las cosas que desconocemos, sino aquellas que, pese a conocerlas muy bien, no estamos dispuestos a obedecer. Hay muchas cosas que sabemos que Dios ha ordenado que se hagan, pero que son difíciles de aceptar, como la orden de quitar la piedra. Como Creador soberano, Dios tiene toda la autoridad y ha dado órdenes que deben cumplirse. ¿Vives una vida de total obediencia a lo que Dios ha ordenado? Dios espera que obedezcas y te sometas a su voluntad. No temas, porque todo lo que Dios manda es para nuestro bien. Debemos obedecerlo, porque es lo que más nos conviene.
Hace tiempo, una joven miembro de iglesia me dijo: «Pastor, tengo treinta y tres años de edad, y durante más de doce años he esperado pacientemente encontrar un hombre digno para que sea mi esposo. He orado todos estos años para que Dios actuara, y nada ha sucedido. No puedo esperar más. Estoy decidida a aceptar lo que venga. Incluso a tener cualquier aventura amorosa fuera del matrimonio. Si Dios no actúa, actuaré yo».
Es una experiencia difícil. Pero tomar esa decisión es lanzarse por el camino de la rebelión. Lo que el cristiano debe saber es que, independientemente de lo que Dios se "demore", es mejor esperar pacientemente la revelación de su voluntad.
Dile a Dios esta mañana: «Señor, haz lo que quieras con mi vida. Maneja las cosas conforme a tu voluntad. Me someto a tu autoridad. Tú me amas y estoy seguro de que obrarás en mi favor».

Tomado de la matutina Siempre Gozosos