martes, 30 de marzo de 2010

PARA NO OLVIDAR

Alaba, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él perdona todos tus pecados y sana todas tus dolencias. Salmos 103:2,3.

Te imaginas que carecieras de la capacidad de recordar? ¿Que no pudieras recordar la fiesta de tu graduación, el día de tu boda, quiénes son tus seres más queridos? Imagina que cada día tuvieras que mirar un álbum de fotos o una película sobre tu pasado para conocerlo, porque te despiertas con la mente en blanco. Por más que te esfuerzas, no recuerdas nada.
¿Te imaginas que no pudieses olvidar? ¿Cómo te sentirías si en cada momento tu cabeza explotara con recuerdos de aquella desagradable persona que te hizo enojar, de la otra que te ofendió, de un accidente que ocurrió ya hace muchos años, del episodio de un jefe o maestro que te trató mal injustamente, de la muerte de alguno de tus más allegados? Y, cuando tratas de espantar esos recuerdos de tu mente vienen otros que son peores o mejores.
Dios nos ha dado ambas capacidades: Recordar y olvidar. Las dos son una bendición. ¿Qué es lo que no debemos olvidar? Moisés le dijo al pueblo de Israel en su discurso final: «¡Tengan cuidado! Presten atención y no olviden las cosas que han visto sus ojos, ni las aparten de su corazón mientras vivan. Cuéntenselas a sus hijos y a sus nietos». «Tengan, pues, cuidado de no olvidar el pacto que el Señor su Dios ha hecho con ustedes. No se fabriquen ídolos de ninguna figura que el Señor su Dios les haya prohi¬bido» (Deuteronomio 4: 9, 23).
El texto de hoy, es una invitación a no olvidar a quien sana toda dolencia y perdona cada pecado. Tanto el recuerdo excesivo de los males pasados, como el olvido de los beneficios divinos, provocan incertidumbre y temor. «No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada» (Eventos de los últimos días, p. 73). Ofrezcamos nuestra alabanza a Dios por su gracia y compasión, por las bondades concretas y por el perdón. El día de hoy recuerda sus bendiciones y olvida tus pecados perdonados.
«Cuando estamos rodeados por influencias destinadas a apartarnos de Dios, nuestras peticiones de ayuda y fuerza deber ser incansables». MJ 246.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

SIERVOS TODAVÍA

Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad (Romanos 6: 19).

El hecho de ser liberados del poder del pecado no significa que nunca más vamos a cometer una falta o a caer en un pecado. La liberación es del dominio del mal en la vida, no de la posibilidad de pecar. Notemos las palabras del apóstol Pablo: «Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos» (Rom. 6: 12). Antes de conocer a Cristo pensábamos que lo normal era ser como éramos. Vivir como vivíamos era para nosotros el modo común y natural de vivir. Pensábamos que lo que hacíamos era lo normal. Pero al relacionamos con Cristo, cambia nuestra manera de ver las cosas. Ahora vemos que hay otra manera de vivir; otra manera de ser. Se abre delante de nosotros la posibilidad de vivir una vida diferente. Ya el pecado no se apodera de nuestra vida; no reina más, ni somos más sus súbditos leales ante quien tenemos que inclinarnos en obediencia ciega. Ese dominio se rompió. Cristo lo eliminó. Pero esta liberación del yugo del pecado trae un nuevo estatus y condición. Antes éramos esclavos de Satanás; ahora somos esclavos de Cristo. Antes éramos siervos del pecado; ahora somos siervos de la justicia. Pablo lo ilustra bien: «En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom. 6: 18). En el mundo existen solo dos poderes: el bien y el mal. Existen solo dos señoríos: el de Cristo y el de Satanás. No hay terreno medio, ni medias aguas. No hay neutralidad. Cuando Cristo nos libera, llegamos a ser de él. Al llegar a ser suyos, el dominio del mal se rompe, y ahora somos aliados de la justicia. Ese es el indicativo: Somos libres del mal, y por ese mismo hecho, ahora somos siervos de la justicia. Ya no tenemos que vivir a la manera antigua. De allí viene el imperativo: Vivamos como se vive la vida en Cristo.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C