sábado, 12 de septiembre de 2009

¿ENOJADA, YO?

El iracundo tendrá que afrontar el castigo; el que intente disuadirlo aumentará su enojo (Proverbios 19: 19).

A palabra de Dios nos da muchos ejemplos para aprender a discernir la apropiada solución para el enojo. El enojo es una emoción; y en si mismo no es un pecado, se transforma en uno cuando las circunstancias cambian, de otro modo creo que no hay nada que indique un problema espiritual. ¿Qué es lo que hacemos cuando notamos que nuestros hijos pierden el control ante el enojo? Tratamos de aleccionarlos, y es allí cuando empiezan los problemas: no quieren ser disciplinados, anhelan ser escuchados y con suma frecuencia no lo hacemos. Estamos condicionadas a tratar de detener esta clase de emociones, pero ¿te has puesto a examinar tu propio comportamiento? ¿No me digas que nunca te has enojado a tal punto que has querido eliminar del mapa a alguien?
El otro día caminaba por la calle y me atropello un joven que conducía una bicicleta. Antes de que me pudiera dar cuenta ya había reaccionado muy mal. Le dije palabras muy hirientes y, luego de haber destilado mi veneno, me sentí culpable, increíble. Después de calmarme, busqué al joven para disculparme y le pedí que orara conmigo. Resulta que él acababa de insultar a su propia madre y huía de su casa, así que el hecho de haberlo buscado y pedido perdón creó un efecto de arrepentimiento y me pidió que lo acompañara a ver a su madre. Sin darme cuenta, una situación desagradable se transformó en una bendición para otra familia. Dios manda a todos los padres cristianos a enseñar diligentemente a sus hijos (Deut. 6: 7).
Deja que el Creador se acerque a tu corazón y pídele que te ayude a controlar tu enojo durante el culto familiar. Pero debes de sentir también la necesidad de pedirle perdón a tus hijos por las malas decisiones que hayas tomado estando muy enojada. Te invito a tener una actitud de amor y paciencia.

Larissa Serrano
Tomado de Manifestaciones de su amor

LO QUE MÁS IMPORTA

Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo como a ti mismo. Lucas 10: 27

El día en que las torres gemelas fueron destruidas, los Estados Unidos pararon su actividad habitual. De repente nadie pensaba en qué programas de televisión se emitían esa noche. Nadie hizo planes para pasar la velada divirtiéndose en un club nocturno, en un estadio de béisbol o viendo una película en el cine. A nadie le importaba el último chismorreo de Hollywood. En cuestión de minutos, los Estados Unidos suspendieron la búsqueda del placer, la fama y la fortuna. Nadie pensó que se tratase un día más en la escuela o en la oficina. La tragedia nos forzó a pensar en una pregunta: ¿Qué es más importante, cuáles deberían ser nuestras prioridades? De repente, gente que no tenía tiempo para Dios estaba orando. Todos se olvidaron de los pleitos para suprimir la oración en las ceremonias de graduación de los institutos o del movimiento para quitar los Diez Mandamientos de los edificios públicos. Cuando la vida parecía fuera de control la sociedad estaba dispuesta a dar una oportunidad a Dios. La economía se resintió por la pérdida de interés de las personas por ir de compras. Presa del miedo y la tristeza, se dieron cuenta de que comprar más cosas no llenaría el vacío y la inseguridad que sentían. Empezaron a entender lo mucho que les importaban la familia y los amigos. Durante más de seis mil años Dios ha intentado decirnos que solo hay dos cosas a las que vale la pena dedicar tiempo y atención: amarlo a él y amar a los demás. Hizo falta una tragedia nacional para que nos diésemos cuenta. Todas las cosas de este mundo pronto serán destruidas. Las únicas cosas que durarán siempre son Dios y las personas. Ponlos a ellos en primer lugar y el resto de tu vida quedará en el lugar que le corresponde.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

ENFERMEDADES INFECCIOSAS DE LA BOCA

Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Santiago 3: 8

Santiago dice que, pese a ser un miembro muy pequeño, la lengua, es un mundo de maldad que puede contaminar todo el cuerpo e inflamar la creación entera. Es mucho el mal que una lengua enferma puede ocasionar. Por eso es importante vacunarse contra las enfermedades infecciosas de la boca. ¿Cuáles son las enfermedades de la lengua?

1. Hablar demasiado.— El sabio Salomón dice: «En las muchas palabras no falta pecado» (Prov. 10: 19). Según la Palabra de Dios, no hay alternativa: si hablas demasiado, cometerás errores. Nunca olvides que un ángel registra toda palabra que pronunciamos, y algún día tendremos que hacer frente a los meticulosos registros que consignan cuanto hemos dicho. Los que hablan demasiado dicen cosas que no deberían decir. Quizá por eso Dios le puso doble candado a la lengua: uno de hueso (los dientes) y otro de carne (los labios).

2. Hablar palabras descuidadas.— Jesús dijo: «Mas yo os digo, que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mat. 12: 36). No siempre son malas palabras, ni tampoco mentiras o calumnias. Son, sencillamente, palabras ociosas, innecesarias, que sería mejor no pronunciar. Hay un mal que no es fácil comprender en el uso de la lengua. Quizá era lo que nuestro Señor quería explicar cuando dijo: «Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede» (Mat. 5: 37). Esta advertencia debería bastar para que los cristianos fuéramos más prudentes en el excesivo uso de la lengua. ¡Cuántas palabras decimos que no cumplen el requisito básico de toda palabra: que sea verdad, que sea edificante para los demás y que sea necesaria!

3. Los chismes.— «No andarás chismeando entre tu pueblo» (Lev. 19: 16), dice la Palabra de Dios. La calumnia, la falsedad y una larga lista de formas menos evidentes de decir lo que no es cierto quedan calificadas como chismes. Propagar tales cosas es hacer la obra de Satanás.

4. La mentira.— La Palabra de Dios dice: «Los labios mentirosos son abominación a Jehová» (Prov. 12: 22), pero decir la verdad es deleitar al Señor. ¿Deleitan tus palabras a Dios? Pídele hoy al Señor que te libre de la enfermedad contagiosa de la lengua. Porque solamente habitará en el monte de Dios «el que habla verdad en su corazón, y no calumnia con su lengua» (Sal 15: 2,3).

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.