sábado, 12 de noviembre de 2011

¡RECONCILIADOS!

Porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida: (Romanos 5:10).

Ernesto y Vivían habían roto su relación matrimonial de una forma muy drástica. El amor que una vez los había unido había dado paso al odio. Tanto se despreciaban mutuamente que decidieron no volver a verse nunca más. Los dos tomaron rumbos diferentes y la tutela del hijo fue concedida a la madre.
Los años pasaron sin que hubiera ningún tipo de comunicación entre ellos, hasta que un día, mientras Vivían yacía de rodillas sobre un suelo enlutado y cubierta de lágrimas por la muerte súbita de su único hijo, sintió que una mano se apoyaba en su hombro. Allí estaba Ernesto. Olvidando las rencillas del pasado, los dos se abrazaron y lloraron junto a la tumba de su hijo. Desde ese momento las cosas cambiaron, y aquellas personas que se habían distanciado volvieron a unir sus vidas formando el hogar que siempre habían querido tener. Una nueva familia surgió de esa reconciliación. Fue necesaria la muerte del hijo amado para que ellos volvieran a encontrarse y se reconciliaran.
Hace mucho tiempo nuestro mundo sufrió la más dolorosa y abrupta separación. Dos seres que se amaban profundamente quedaban separados por una brecha enorme. Dios y Adán, quienes vivían en armonía y disfrutaban de un amor perfecto y puro, vieron interrumpidas sus buenas relaciones por causa del pecado. El amor de Adán se transformó en justificación propia, y terminó culpando al propio Creador por su falta. Tan terribles fueron las consecuencias de su pecado que las generaciones futuras se olvidaron de Dios y se revelaron contra él. Fue necesario que el único Hijo de Dios muriera para reconciliar al hombre con la divinidad.
Allí, en la cruz del Calvario, mientras el Hijo pendía agonizante del madero, «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados» (2 Cor. 5: 19). ¿Qué impacto produce en tu corazón este mensaje tan sublime?
Mientras Cristo moría, le estaba reconciliando con Dios por medio de su sangre redentora. Ahora has pasado a ser hija de Dios por creación y por redención.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

LA FLUCTUACIÓN EN LA VIDA ESPIRITUAL

Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Hebreos 10:23.

Uno de los hechos más notables del pueblo israelita durante el período de los jueces fue su constante vaivén en su vida religiosa. Las Escrituras nos dicen al respecto: "Y cuando Jehová les levantaba jueces, Jehová estaba con el juez, y los libraba de la mano de los enemigos todo el tiempo de aquel juez; porque Jehová era movido a misericordia por sus gemidos a causa de los que los oprimían y afligían. Mas acontecía que al morir el juez, ellos volvían atrás, y se corrompían más que sus padres, siguiendo a dioses ajenos para servirles" (Jue. 2:18, 19).
Pero esta oscilación en la vida religiosa no fue exclusiva al período de los jueces, ya que "la fluctuación entre la adoración al Dios de Israel y la idolatría prosiguió durante el tiempo de los reyes, con frecuencia fortalecida por alianzas políticas y casamientos con paganos" (Alfonso Lockward, Nuevo diccionario de la Biblia, pp. 85, 86).
Podemos observar este error común, que impide el crecimiento espiritual y que puede llevar a la apostasía, en los creyentes que se sienten en la cima espiritual después de un buen sermón o de una semana de reavivamiento. Pero terminado el evento que avivó la llama de su fe, se vuelve a caer en una rutina espiritual que socava toda esa euforia, y se termina igual que antes. ¿Cuál es la causa de esta fluctuación? La falta de fe. Hebreos anima a sus lectores a no cometer este error, cuando dice: "Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza". La firmeza de nuestra fe tiene que imitar la firmeza del amor de Dios y la seguridad de sus promesas para nosotros. Este Dios a quien servimos y de quien nos decimos sus hijos, tiene la cualidad de no variar, de no fluctuar, de no vacilar (Sant. 1:17); y así como debemos imitarlo en todo (Juan 13:15), debemos procurar desarrollar una fe creciente y estable.
Nuestra iglesia necesita cada vez más de jóvenes que se comprometan con Dios. Anímate a ser uno de ellos y mantén firme tu compromiso hasta que te encuentres con Jesús cara a cara.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

EL PODER DE LA CRUZ

Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Lucas 23:42.

Conocí a Andrés en una de las ciudades más violentas del mundo. Tenía fama de malo. Había pasado varios años en la prisión, pagando por sus crímenes. Fue en la cárcel que se encontró con el Señor Jesucristo.
Una noche helada, de invierno, Andrés agonizaba; temblaba de frío, casi congelado, esperando la muerte. Fue en esas condiciones que me oyó, a través de la radio de un compañero de celda. Aquella noche, el Espíritu de Dios tocó su corazón. Había oído muchas veces hablar de Jesús, pero creía que la religión era cosa de personas débiles; él siempre se había considerado un valiente.
Armado hasta los dientes, había provocado dolor a mucha gente. Era malo y cruel. Había escogido el camino del crimen cuando era apenas un adolescente; y culpaba a la sociedad por no haberle brindado otro camino que escoger. Aquella noche, moría poco a poco; y la muerte lo asustó. En la casi penumbra de su agonía, entendió que Dios lo amaba y que quería darle un nuevo corazón. Suplicó. Clamó a Jesús por una segunda oportunidad. Y se adormeció.
A la mañana siguiente, vio entrar el sol por la ventana. Se encontraba en la enfermería de la prisión. Los rayos del sol eran insistentes, a pesar de la fuerte neblina. "Yo estaba vivo", me dijo, sin poder esconder la emoción. "Yo no había muerto. Dios me estaba dando una segunda oportunidad".
En el momento mismo de su muerte, hace más de dos mil años, un ladrón también fue tocado por la escena de la agonía de Cristo. El ladrón sabía que debía morir: él había pecado, había vivido una vida de desobediencia, había rechazado el amor y los consejos divinos. Pero, el sufrimiento de Jesús tocó su corazón y, en el último minuto de su vida, aceptó la muerte de Cristo en su favor.
Desde aquel día y a lo largo de la historia, millones de seres humanos han sido transformados por Jesús. Pero, todos ellos, de una manera u otra, han tenido que aceptar, de nada vale el sacrificio de Cristo, sin la aceptación personal.
La Cruz es un monumento a la misericordia y a la gracia de Jesús: por su misericordia, Dios no nos da la muerte que merecemos; y, por su gracia, nos da la vida que no merecemos.
No salgas hoy de tu casa sin recordar que un ladrón "dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón