lunes, 27 de febrero de 2012

QUEMADO PARA DIOS

«Ordena a Eleazar, hijo de Aarón, que saque los incensarios de entre los restos del incendio, y que arroje lejos las brasas que aún haya en ellos» (Números 16:37).

Hoy exploraremos juntos el antiguo servicio de adoración de los israelitas, en el que se quemaban cosas. En el versículo de arriba vemos que el sacerdote tenía incensarios, que eran unas pequeñas vasijas hechas de oro. El sacerdote ponía en ellos incienso de aroma agradable que representaba las oraciones del pueblo subiendo hacia Dios. El incienso casi nunca se quemaba completo, así que quedaban brasas en el incensario.
A lo mejor alguna vez has ayudado a encender una fogata. Cuando el fuego no quema la madera completamente, lo que quedan son brasas (o carbón). Esas brasas pueden usarse de diferentes maneras. Pueden ser quemadas de nuevo a temperaturas muy altas y usadas para cubrir con una capa dura algunos metales. Puede ser molida y tomada para aliviar el malestar del estómago. Puede ser usada como un ingrediente para hacer pólvora. Incluso puede usarse para filtrar el agua.
Aunque algunas personas piensen que nosotros no servimos para algunas cosas, Dios puede usarnos para hacer grandes cosas para él. No dejes que nadie te haga pensar que tu vida no sirve. Si Dios puede usar hasta lo que queda de la madera quemada, seguramente puede usarnos a nosotros, con todos nuestros defectos, para ayudar a los demás a aprender de él.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

¡DE LO COMÚN A LO ETERNO!

Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mateo 25; 34).

Si tuvieras que dejarle algo en herencia a una persona que estimas y aprecias, ¿Cuál de tus pertenencias elegirías? Yo tal vez legaría mis cuadernos y libros de música, o mis cotosos zapatos. Quizá esos es algo que tengas que pensar y analizar con detenimiento. ¿Quién sería el agraciado? ¿Cuidará esa persona de tus pertenencias en la misma forma en que tú lo has hecho? Sin embargo, la pregunta más importante podría ser: ¿Llegará a beneficiar a esa persona el objeto o la posesión que le dejamos?
En Navidad, muchas personas han regalado obsequios a varios miembros de mi familia, en especial a mi papá. Entre otras cosas él recibió un regalo algo «extraño». Un amigo de la familia le entregó un frasco que contenía un líquido antibacterial. No sé si nuestro amigo estaba pensando en la cantidad de bacterias que mi papá estaba en capacidad de transmitir, o en las que podría recibir. Creo que esa duda habría que aclararla en otra ocasión.
Por otro lado, me llamó la atención que ese día dicha persona llevaba consigo artículos de mayor valor monetario: una computadora personal, un equipo de música de los más recientes, tarjetas bancarias, y quizá algo de efectivo. Sin embargo, decidió obsequiarle a mi padre un frasco de líquido antibacterial.
Quizá creas que soy una ilusa al pensar que aquel visitante podría haberle regalado su computadora a mi papá, pero a veces lo que cuenta no es tanto el valor del obsequio como el posible beneficio que puede aportar.
Alguien dijo: «Lo eterno no se busca en los grandes milagros y bendiciones de la vida, sino en un simple encuentro, en una simple bendición que a veces no vemos, y que pasamos por alto». En nuestra relación con Jesús podría sucedemos algo parecido.
Tal vez ya hayas identificado lo que deseas poner en las manos de la persona que aprecias. En mi caso, creo haber recibido el don de la salvación, y eso mismo es lo que desearía legarle a alguien que sea especial para mí. Y tú, ¿qué has recibido hoy?

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Yoela Murillo

¡LE ECHÓ LA CULPA AL DIABLO?

Oh Dios, examíname [...]; mira si voy por el camino del mal, y guíame por el camino eterno. Salmo 139:23,24.

No puedo evitar una sonrisa cada vez que recuerdo un incidente que se produjo en una de las iglesias que dirigí en mis primeros años de pastor.
Sucedió durante un culto de oración, un miércoles de noche, en la iglesia principal del distrito. La iluminación del lugar no era buena, y le correspondía hacer los anuncios al anciano de turno. El buen hombre dijo lo que tenía que decir, pero cuando quiso sentarse, por alguna razón calculó mal el sitio donde había quedado su silla. Al darse cuenta de que había calculado mal, mientras caía hacia atrás instintivamente buscó algo a lo que agarrarse. Logró asirse de una silla vacía, pero el impulso que llevaba era tan fuerte que la silla no pudo detener la caída. Al caer, con su cabeza golpeó un florero. Las flores se dispersaron, el agua se derramó y ya puedes imaginar la escena.
Cuando se restableció la calma, nuestro hermano, con ese humor que siempre lo caracterizaba, nos reservó lo mejor para el final. Poniéndose de pie, tomó el micrófono y, como si nada hubiese ocurrido, dijo riéndose: «¡Ese diablo sí que tiene cosas!».
Para él, el diablo era el culpable de lo que le había pasado. Este incidente nos hace reír, pero también nos recuerda parte de la herencia que nos dejaron nuestros primeros padres. Adán culpó a Eva por haber comido del fruto prohibido (ver Gen. 3:12). Por su parte, Eva culpó a la serpiente (vers. 13). Y desde entonces nos hemos especializado en buscar chivos expiatorios para justificar nuestras caídas. Tiene razón Erica Jong cuando escribe: «¡Qué bueno es tener a alguien a quien culpar!».
Es así como culpamos a nuestros padres por nuestros defectos de carácter; a los profesores por las malas calificaciones; al novio o a la novia, por nuestros problemas sentimentales; a los amigos, las suegras, los pastores, los gobernantes... y a todo el que se nos cruce, por los desastres que nosotros mismos hemos causado.
Una clara señal de que estás madurando como persona se manifiesta cuando te haces responsable de tus errores. Cuando reconoces que has fallado y te propones hacer mejor las cosas. Es de humanos errar, y de sabios rectificar. Y lo que es aún más importante: recuerda que tu Padre celestial estará siempre a tu lado para ayudarte.
Capacítame, Señor, para responder por mis errores y para corregirlos a tiempo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

AMAR AL PRÓJIMO

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:39).

¿Alguna vez ha pensado en qué querría decir Jesús al ordenarnos que amemos al prójimo como a nosotros mismos? No dijo que tenemos que amar al prójimo y ya está. Si eso fuera todo, quizá pudiéramos amarlo a distancia. Quizá lo tratásemos como si fuera de la familia, pero un poco menos. Probablemente haríamos por él la mitad, una tercera parte o una décima parte de lo que hacemos por nosotros mismos. Sí, habría resultado más cómodo que Jesús dijera: «Amad al prójimo». Pero no, dijo que tenemos que amar al prójimo como a nosotros mismos.
Ahora repito la pregunta: ¿Qué significa amar a alguien como a uno mismo? Está bien, responda a esta pregunta: ¿De quién son los dientes que cepilló esta mañana? ¿De quién es el pelo que peinó? ¿De quién, la ropa que cuelga en su armario? ¿Y la cuenta de ahorros que tiene en el banco? Nos ocupamos de nosotros mismos. Nos amamos. Amar es ocuparse de las necesidades. Aceptémoslo. Nos ocupamos de nuestras necesidades.
Cuando tenemos un interés personal, queremos satisfacerlo. Cuando tenemos una necesidad, queremos satisfacerla. Cuando tenemos un deseo, queremos cumplirlo. Si tenemos una esperanza, queremos que se cumpla.
Estamos preocupados por nuestro bienestar, nuestra comodidad, nuestra seguridad, nuestros intereses y nuestra salud, tanto física como espiritual, temporal y eterna. Nos preocupamos mucho por nuestros asuntos. Buscamos nuestro propio placer y no conocemos límite a la hora de obtener lo que deseamos. Ya ve, esta es exactamente la forma en que tenemos que amar a los demás.
En otras palabras, tenemos que alimentar por el prójimo un amor completamente sincero, ferviente, habitual y permanente, que ponga en nuestro corazón su interés, sus necesidades, sus deseos, sus ansias, sus esperanzas y sus ambiciones; a la vez que nos impulsa a hacer todo lo posible para asegurarnos de que todo su bienestar, toda su seguridad, toda su comodidad y todos sus intereses se cumplen, de modo que cumplir para él todo lo que necesite, lo que quiera o lo que le da placer, sea nuestro principal anhelo. Eso es lo que Jesús quiso decir con el mandato de amar al prójimo como a nosotros mismos.
Hoy le sugiero que piense en todo lo bueno que Dios ha hecho por usted. Luego ore para que él le muestre de qué manera usted puede convertirse en una bendición para los demás. (Basado en Mateo 5: 44)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill