miércoles, 20 de enero de 2010

ROCÍO FRESCO

Goteará como la lluvia mi enseñanza; destilará como el rocío mi razonamiento: como la grama, y como las gotas sobre la hierba (Deuteronomio 32:2).

Mientras caminaba hacia el edificio de aulas, la naturaleza completa brillaba después de una llovizna fresca. Estábamos en la estación lluviosa de Sudáfrica, y las flores silvestres se mecían con la brisa suave.
La estación lluviosa en esta parte del mundo puede variar de un día para el otro. Hacía poco habíamos tenido un diluvio. El agua corría a raudales por este mismo camino aplastando o quebrando las flores y el pasto con la fuerza del viento y la lluvia. Había sostenido mi paraguas fuertemente para que no se me volara. No había disfrutado de esa caminata y sentí pena por las flores que eran azotadas de un lugar a otro.
Pero el rocío fresco de esa mañana era hermoso. Las flores se veían brillantes y felices. Tenían sus capullos en alto para recibir la luz del sol cálido. ¡Qué contraste con el otro día!
Pensé en los niños que encontramos cada día en casa, en la escuela y en la iglesia. Nuestras palabras producen un efecto muy grande en sus emociones. Los niños necesitan formación, así como las flores y el pasto necesitan agua, pero dependiendo de la manera como impartamos la disciplina se verán diferencias en sus actitudes. Muy a menudo nos enojamos, y nuestras emociones se traducen en palabras ásperas y vehementes. Él niño se siente lastimado y trata de escapar del ataque, así como las flores que estaban aplastadas bajo la lluvia torrencial. Algunos niños quedan afectados de por vida. Sin embargo, si con paciencia y amor les recordamos que deben comportarse bien, los más jóvenes todavía pueden sonreír y levantar sus cabezas, enderezar sus hombros e intentarlo otra vez.
Señor, cuan suave fuiste con los niños que erraban. Enséñanos tus caminos y tus métodos a medida que tratamos con ellos, para que podamos traer sonrisas y felicidad a sus corazones mientras se enfrentan con las estaciones tormentosas de la vida,
"Mas Jesús, llamándolos, dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios" (Lucas 18:16). Que el Señor nos bendiga al traer el rocío fresco al corazón de los niños.
Francés Osborne Morford
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

LIBRES EN UN MUNDO DE ESCLAVITUD

En Egipto, los madianitas lo vendieron a un tal Potifar, funcionario del faraón y capitán de la guardia. Génesis 37:36.

Te imaginas, ¿qué futuro podía trazarse José en esas condiciones? ¿Qué proyecto de vida? ¿Has llegado a algún lugar en el cual no conocías a nadie, como la ciudad en donde continuarías tus estudios, o el sitio donde debías iniciar tu trabajo, o el territorio que te asignaron para colportar? José había llegado a una de las mayores metrópolis del mundo antiguo, arrancado abruptamente de la seguridad familiar. Era un lugar con idioma, estilo de vida y costumbres radicalmente diferentes.
Pero cuando tú llegaste sabías que ibas a trabajar al día siguiente, o que realizarías un proceso de inscripción en la escuela, o participarías de una entrevista de trabajo o, en el último caso, que recorrerías las calles en busca de compradores. José, en cambio, no sabía nada, no era dueño de sus planes. Ni siquiera podía trazarlos. Llegó como esclavo. Lo único que sabía era que lo habían comprado, ya no podía entrar y salir libremente. ¿Un plan de vida para la incertidumbre? ¿Era el fondo de su infortunio? ¿Faltaba más? ¿Cuál sería la sorpresa el día de mañana? ¿Cuándo iba a parar de rodar? En medio de la crisis, no importa cuáles fueran las circunstancias, decidió enfrentarse a la incertidumbre. La enfrentó con la mejor de las certezas: En aquellas terribles y trágicas circunstancias, su proyecto de vida sería la fidelidad al Dios de su padre. Decidió que no se apartaría de la Ley de Dios que su padre le enseñó a amar. Decidió que nada lo iba a separar del amor que le profesaba a Dios. Decidió que no importaba cuáles fueran las circunstancias de la esclavitud a las que estaba sometido, mantendría su mente en un estado de libertad basada en su fe en el Altísimo.

«En este conflicto de la justicia contra la injusticia, únicamente podemos tener éxito mediante la ayuda divina. Nuestra voluntad finita debe ser sometida a la voluntad del Infinito; la voluntad humana debe unirse a la divina». MJ 53.


Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

RECONCILIACIÓN TOTAL

Esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados (2 Corintios 5: 19).

En el texto de hoy, hay dos cosas interesantes. Primeramente, cuando Dios se reconcilió con el ser humano lo hizo con todos: ricos y pobres, educados e ignorantes, blancos y negros, buenos y malos. Dice el apóstol que Dios se reconcilió con el mundo entero. A veces pensamos que Dios solo se reconcilia con los buenos, no con los malos; con los que van a la iglesia, no con los que no van; con los cristianos, no con los paganos. Sin embargo, la reconciliación divina abarcó a todos. No hubo nadie por quien Cristo no muriera.
Esto nos obliga a hacernos la pregunta: ¿Cómo hizo Dios para reconciliarse con todos los seres humanos, cuando la mayoría de ellos son malos o no quieren aceptar la amistad que les ofrece? La respuesta parcial de nuestro texto es que Dios no les tomó en cuenta a los hombres sus pecados. Pero, ¿es esa la manera como un Dios justo soluciona el problema de la enemistad con el ser humano? ¿Puede un Dios, que dice ser justo, gobernar el universo de ese modo? Desde la caída del ser humano y a través de los siglos, cuando la iniquidad del hombre se desencadenó abiertamente, se cuestionó la justicia de Dios, porque parecía que, con pocas excepciones, él no hacía nada para castigarla.
Este era uno de los cuestionamientos del atribulado Job (Job 21: 7, 13). Los malos prosperaban y los buenos sufrían. Pablo añade que Dios, en su paciencia, pasó «por alto los pecados» (Rom. 3: 25). Sí, parecía que Dios no hacía nada. Pero no ha sido el plan de Dios tratar con el pecado con el principio de «borrón y cuenta nueva». Dios no le dio una palmadita en el hombro a Adán, y le dijo: «Aquí no ha pasado nada». Con el tiempo se reveló el plan de Dios para tratar con el problema del pecado: colocar sobre Cristo el pecado del mundo. Por eso Pablo concluye: «Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios» (2 Cor. 5: 21). Dios reveló en Cristo que es justo.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C