lunes, 12 de noviembre de 2012

BARRO QUE BRILLA

«Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros» (2 Corintios 4:7, NVI).

Hoy vamos a caminar por el barro. ¡Qué desastre! ¡Es tan pegajoso y espeso! Si alguna vez has caminado sobre barro húmedo sabrás de lo que estoy hablando. El barro está hecho de minúsculas partículas de roca que son tan pequeñas que el viento las levanta y las lleva por muchos kilómetros. Cuando estas pequeñas partículas se humedecen, se ponen resbalosas, espesas y pegajosas.
Ahora, te preguntarás de qué puede servir un desastre pegajoso y resbaloso como ese. Bueno, el barro es mucho más útil de lo que te imaginas. Cuando el barro está húmedo puede moldearse en diferentes formas. Después de que has formado un objeto, debes dejar que se seque y colocarlo en un horno muy caliente. Cuando el objeto se hornea, se pone duro. Tal vez tú tienes vasijas o estatuas de barro en tu casa. Pues fue así como las hicieron.
El versículo de hoy dice que puede haber un tesoro en una vasija de barro, pero no está hablando de la misma clase de barro por el que hemos caminando hoy.  Está hablando de nosotros. Nosotros somos como vasijas de barro. El pecado nos hace comunes y corrientes, y nos ensucia, pero si Jesús está en nuestra vida, nos convertimos en un tesoro. ¡De hecho, podemos decir que con Jesús en nuestra vida somos como barro que brilla!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

HOSPITALIDAD


No os olvidéis de la hospitalidad porque por ella algunos, sin saberlo hospedaron ángeles. (Hebreos 13:2).

Cada uno de los frutos del Espíritu Santo constituye para nosotros un desafío a poner en práctica tanto en nuestra vida personal como en el desempeño de nuestro ministerio. De entre todos los frutos que el Espíritu da a nuestras vidas, considero que la paciencia es una de las virtudes que más necesitamos como creyentes, y en especial como esposas de pastores.
En una ocasión leí que algunas de las cualidades que debe tener la esposa de un pastor incluyen la mansedumbre de una oveja, la melodía de una alondra, la disposición de un ángel y la paciencia de una hormiga. Lo cierto es que nos hace falta una gran dosis de paciencia a lo largo de nuestra vida, porque no son fáciles las pruebas que debemos enfrentar. Cuando las esposas de pastor somos jóvenes nos critican porque nos falta experiencia; pero por otro lado, cuando somos mayores, algunos nos consideran anticuadas. Asimismo, si ayudamos a nuestro esposo, nos etiquetan como entrometidas; si no lo hacemos, entonces no somos la ayuda idónea que todo el mundo espera que seamos.
Cada vez que somos trasladados a un nuevo distrito debemos ejercer mucha paciencia. Hemos de esperar con calma para que nuestras relaciones con los hermanos de la nueva iglesia se fortalezcan, y ellos reserven un lugar en su corazón y en sus afectos para nosotras, al igual que lo reservaron para la esposa del pastor anterior.
A menudo las actitudes impacientes pueden perjudicar las relaciones con la familia y con los hermanos y hermanas de la iglesia. Sin embargo, si dependemos del Espíritu Santo, quien es el que nos da la paciencia, no mostraremos un fruto artificial o perecedero, sino uno que podrá durar indefinidamente. Recordemos que el fruto de la paciencia, o el de cualquier otra virtud, no es algo fabricado o confeccionado,  ¡sino que es algo que brota cuando tenemos el amor de Dios en nuestros corazones.
Elena G. de White escribió: «Aquellos en quienes habita este Espíritu revelan sus frutos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe» (La maravillosa grada de '; Dios, p. 195). Que el Espíritu de Dios pueda habitar en ti, querida amiga esposa de pastor, para que recibas los frutos que necesitaras en el desarrollo de tu ministerio.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa

MI ESCUDO PROTECTOR Y MI GLORIA


No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe: Él [Cristo] se manifestó como hombre; fue vindicado por el Espíritu, visto pon los ángeles,  proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria. 1 Timoteo 3:16, NVI

Herbert C. Gabhart estaba de visita en una universidad cristiana dirigiendo una Semana de Énfasis Espiritual. Cierta tarde, le tocó reunirse con los alumnos de la clase de inglés. Al entrar vio un anuncio comercial en el cual aparecían varios personajes famosos, y que tenía a Abraham Lincoln en el centro. En la parte superior del anuncio se podía leer una inscripción que decía: «El era como uno de nosotros. Solo que un poquito más alto». Lo que quería decir el anuncio era que Lincoln había sido «grande entre los grandes».
Cuenta el pastor que, después de ver ese anuncio, se quedó pensativo. Luego se dijo a sí mismo: «Es verdad que Lincoln fue un gran hombre, pero esa descripción le encaja perfectamente al Señor Jesús: Él fue como uno de nosotros, solo que mucho más grande» (En Calvin Miller, The Book of Jesús [El libro de Jesús], p. 39).
«Como uno de nosotros, pero mucho más grande». Mejor dicho, infinitamente más grande. Si de alguna manera se pudiera reunir en algún lugar a todos los grandes de la tierra, de todas las edades, al lado de ellos Cristo sería el más grande. Si se pudieran reunir las enseñanzas más sublimes de los maestros más brillantes de la tierra, las enseñanzas de Cristo serían las más grandes. Y si alguien recopilara las piezas de oratoria más elocuentes de toda la historia, los discursos del Señor Jesús aparecerían como los más grandes.
Lo más hermoso de todo esto es que esa grandeza, a diferencia de los poderosos y los famosos de la tierra, no le impidió mezclarse con toda clase de gente. Por ello, con sobrada razón, alguien escribió que para el arquitecto, Cristo es la piedra angular; para el enfermo, el Médico divino; para el filósofo, la Sabiduría de Dios; para la ovejita descarriada, el Buen Pastor; para el hambriento, el Pan de Vida; para el sediento,
el Agua de Vida; para el moribundo, la Resurrección y la Vida...
Te diré lo que significa para mí: Es mi bendito Salvador, mi Señor, «mi escudo protector, mi gloria» (Sal 3:3).

Gracias, Padre celestial, por el precioso regalo que nos diste en la persona de tu amado Hijo Jesucristo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

«ELLAS SON LAS QUE DAN TESTIMONIO DE MÍ»


«Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39).

A mi esposa le encantan los mapas, sobre todo los atlas. Los estudia y descubre las semejanzas entre unos países y otros. ¿Cuáles son las principales ciudades? ¿Cuáles son los accidentes geográficos, los ríos, las montañas y las costas? ¿Cómo es el clima? ¿Las ciudades son, principalmente rurales o industriales? Aunque un mapa puede informar sobre un destino, no puede llevarnos a él.
Los hijos de Dios se preparan para emprender un viaje. Nuestro destino está muy lejos, pero tenemos un mapa que nos habla de cómo es el país. Nos habla de su capital, de sus accidentes geográficos, de sus ríos, de sus árboles, de sus animales, de sus mansiones, de un mar, de un templo y de un trono. El mapa nos habla de quién vive allí y de la gente que, a lo largo de todos los tiempos, espera llegar a él. Pero, aunque es un mapa excelente, no puede llevarnos al destino.
Este mapa es la Santa Biblia. Está a la disposición de casi todo el mundo y nos dice todo lo que necesitamos saber de nuestro destino: el cielo. Algunos piensan que basta con tener uno de esos mapas para llegar. Pero el solo hecho de escudriñar las Escrituras no es suficiente para asegurarnos la vida eterna. Tenemos que seguir a nuestro guía, Jesucristo, hacia nuestro destino. El mapa nos dice qué podemos hacer para que Jesús sea nuestro guía.
Desde el comienzo hasta el fin de su vida, Jesús vivió por la Palabra de Dios. «Escrito está» fue la espada del Espíritu con la que conquistó a Satanás (ver Mat. 4:4,7,10). «El Espíritu del Señor está sobre mí» (Lúc. 4:18). Abrió su ministerio evangélico citando este versículo del libro de Isaías. Explicó su sufrimiento y muerte con las palabras: «Para que la Escritura se cumpliera» (Juan 17:12). Después de la resurrección, explicó a los discípulos «en todas las Escrituras lo que de él decían» (Luc. 24:27).
La Biblia nos enseña a ser como Jesús. Había una vez un hombre que afirmaba no haber recibido inspiración de la Biblia a pesar de «haberla examinado de principio a fin». Su amigo le respondió: «Deja que ella te examine a ti "de principio a fin" y tu historia será otra».  Basado en Juan 5:39.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill