domingo, 14 de marzo de 2010

NO PUDO ESPERAR

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía (Salmo 42:1).
La primavera se demoró varias semanas en llegar, dando lugar a los días fríos y grises de un invierno inusualmente largo. Después de varias semanas de tormentas furiosas, la tierra se secó y los árboles comenzaron a florecer. Una tarde cálida, después de salir del trabajo, me preparé para trabajar en el jardín de mi casa. Había sido un día estresante, y añoraba estirar los músculos al aire libre. Una capa gruesa de hojas había protegido, de la helada y la escarcha, el cantero que estaba junto al camino de entrada; pero ahora era el momento de preparar la tierra para los retoños.
El crepúsculo proyectaba sombras largas en el jardín, donde las ardillas jugaban entre los árboles. Los petirrojos, los cardenales, incluso un pájaro azul, me cantaban una serenata mientras yo rastrillaba y embolsaba el creciente montón de maleza. De pronto algo me llamó la atención en uno de los extremos del cantero. Un pequeño petirrojo avanzaba hacia adelante y luego retrocedía un poco, pero siempre seguía avanzando. Yo continuaba con mi trabajo, pero miraba curiosamente la extraña danza. Al poco tiempo, un petirrojo más grande se le había unido.
Las aves veían lo que yo había pasado por alto. Con cada pala de hojas que sacaba, quedaba expuesta una porción de tierra fresca, y también los pequeños espacios que habían albergado a una gran cantidad de insectos. Aquellas aves estaban tan entusiasmadas que habían olvidado su temor innato a los seres es humanos. Se habían unido a mí en el cantero, y se alimentaban a pocos metros de distancia. Tenían hambre. Estaban ansiosos. No compartían conmigo el sueño de un cantero de flores, sino de uno de alimentos.
Mientras me retiraba a mi hogar, más aves se unieron a los dos aventureros valientes. En pocos minutos, los insectos descubrieron nuevos lugares de refugio y la oscuridad envió a las aves a sus nidos. A la luz de la luna, levanté mis ojos a los cielos y oré para tener hambre de pasar más tiempo con el Señor así como esos petirrojos tenían hambre de mi cantero de flores ¿Oué tesoros buscarías en el cantero de flores de tu Padre?
Sbirley Kingbrough Grear
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

SEGURIDAD BAJO EL CUIDADO DE DIOS

El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida; ¿quién podrá amedrentarme? Salmos 27:1.

¿Alguna vez has pasado por una experiencia que te produjo un pánico tal que sentiste que las piernas se te paralizaban y el corazón parecía que se te iba a salir del pecho? Piensa en alguna de esas situaciones y analiza lo que sientes al recordarla. El Diccionario de la Real Academia Española define el temor como «perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario». ¿A qué le tienes miedo tú? ¿A qué le tengo yo miedo? ¿A qué le tienen miedo las personas?
Adalís López Ramírez vivía en la Ciudad de México en 1985. El 19 de septiembre de ese año un devastador terremoto estremeció a la urbe, y a causa de sus destructivos efectos más de diez mil personas perdieron la vida. En aquel entonces Adalís tenía 6 años, y ese día el movimiento telúrico la despertó mientras dormía. Su casa se movía con gran fuerza bajo el aterrador crepitar de los muros. El temor se apoderó de la pequeña. Inmediatamente su padre apareció en la recámara. Con la calma que lo caracteriza, le dijo: «Hija, ven, vamos a ver como se mueven los automóviles». La tomó en sus brazos y la llevó hasta la ventana que daba al patio del edificio. Entonces, junto con su madre, observó cómo los automóviles estacionados se movían y se balanceaban con gran fuerza.
Su padre transformó con su presencia esa experiencia de temor en una observación confiada de lo que pasaba en ese momento. La puso en un lugar seguro e hizo que su temor desapareciera. La niña no sabía que en ese momento la Ciudad de México estaba convirtiéndose en un campo de muerte, ni ella ni sus padres sabían en ese momento que cientos de edificios estaban derrumbados; pero lo que sí sabía Adalís es que estaba segura en los brazos de su papá.
¿Cuántas veces Dios te ha puesto en un lugar seguro cuando has tenido miedo? ¿Cuántas veces te ha tomado en sus manos para que no sientas temor? Y si él te dice que es tu luz, tu salvación y la fortaleza de tu vida, entonces, ¿habrá algún motivo para sentir pánico?
«La fe es la mano que se ase de la ayuda infinita; es el medio por el cual el corazón renovado late al unísono con el corazón de Cristo». MJ 100.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

EL EJEMPLO MÁS TRISTE

Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos. He pecado —les dijo— porque he entregado sangre ¡nocente. ¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú! Entonces judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó (Mateo 27: 3-5)

Tal vez el ejemplo más triste en todo el Nuevo Testamento es el caso de Judas Iscariote. Hombre talentoso y educado que se unió a Jesús porque estaba convencido de que era el Mesías, y que pronto establecería su reino. Anhelaba el establecimiento del reino de Dios y deseaba que Jesús lo hiciera rápido y a su manera. Con el paso del tiempo, se dio cuenta de que Jesús se demoraba. Luego llegó a la conclusión que era necesario presionar al Maestro para que se viera obligado a actuar con más agresividad. Fue entonces que decidió poner a Jesús en una situación en la que no le quedaría otra opción que actuar.
Como sabía del odio criminal de los dirigentes hacia Jesús, fue a ellos para ofrecerles la oportunidad que buscaban: Hallar un lugar solitario dónde aprehender a Jesús. Como también amaba el dinero, no quiso hacerlo gratis. Cobró treinta piezas de plata para entregar a su Maestro. Pensó que sería una ganancia doble, ya que ganaría dinero por algo que los dirigentes judíos nunca podrían hacer, y, por otro lado, obligaría a Jesús a establecer su reino esperado. Pero se asustó cuando vio que Jesús no hizo nada para evitar ser aprehendido. Tampoco hizo nada ante los insultos y las vejaciones. Cuando se dio cuenta de que lo iban a condenar a la pena capital, se llenó de terror y desesperación. Se dio cuenta de que había cometido un error fatal. Bajo la dirección del poder de las tinieblas, que hizo que se enfocara en el castigo, fue llevado a tal grado de dolor y sufrimiento interno, que no pudo hacer otra cosa para hallar descanso que lo que muchos hacen en circunstancias análogas, quitarse la vida. Como dice el apóstol: «La tristeza del mundo produce la muerte» (2 Cor. 7: 10).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C