sábado, 24 de agosto de 2013

CABRAS PERDIDAS

Lugar: Turquía
Palabra de Dios: Salmo 48:14

Pavlos se apresuró a volver a la aldea, esperando que las cabras hubieran encontrado por su propia cuenta el camino a casa. Se suponía que el debía cuidarlas, pero de alguna manera habían desaparecido; mientras, el estaba preocupado. «Estoy seguro de que volvieron a casa sin mí, pensó.
Pero, las cabras no habían vuelto, y cuando el dueño se enteró de lo que había sucedido, se molestó muchísimo.
Vuelve allá y encuéntralas le ordenó. No las puedes dejar alla afuera, solas.
En ese momento, se oyó el aullido de un chacal a la distancia. El sonido asustó a Pavlos. El no quería salir solo, pero sabía que debía hacerlo. Reuniendo todos los pedacitos de coraje que tenía, se adentró en la oscuridad, alejándose de las luces de la aldea. Las estrellas brillaban sobre el.
Mientras caminaba por los cerros, tropezándose con las piedras y las ramas, prestaba atención, tratando de oír el sonido de las campanitas de bronce que usaban las cabras. Perdió todo sentido de dirección, mientras buscaba el rebaño perdido. Cuando finalmente encontró a las cabras todas amontonadas, sintió un gran alivio.
Vamos a casa dijo.
En ese momento, se dio cuenta de que estaba en problemas. No sabía por dónde volver. Miró a su alrededor, pero todo lo que podía ver era oscuridad. Algunos cerros escondían las luces de su aldea. Pavlos sabía que su aldea quedaba al norte de los cerros, pero ¿dónde quedaba el norte? Miró hacia arriba. ¡La Estrella del Norte! ¡Eso era! La estrella lo guiaría de vuelta a casa.
Siguiendo la Estrella del Norte, Pavlos pudo encontrar el camino de regreso a su aldea. Ella fue su guía. Nosotros también tenemos un guía, alguien que puede evitar que nos perdamos. «‘Este Dios es nuestro Dios eterno! 1E1 nos guiara para siempre!»

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

¿A QUÉ GRUPO PERTENECES?

Bendito el hombre que confía en el Señor, y pone su confianza en él. Será como un árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme que llegue el calor, y sus hojas están siempre verdes. En época de sequía no se angustia, y nunca deja de dar fruto. Jeremías 17: 7-8

Hoy hablaremos de dos tipos de personas, las optimistas y las que confían en Dios. Por supuesto, hay grandes diferencias entre ellas. Los optimistas se concentran en sí mismos. Determinan cómo quieren vivir confiando en sus habilidades. Sacan poder y fuerza de su vida interior. Establecen sus propias estrategias de supervivencia apoyándose en sus habilidades naturales y en sus experiencias cotidianas. Ellos mismos generan la chispa que los impulsa a ser positivos y a ver las cosas por su lado amable. Sin embargo, corren el peligro de agotar sus energías y caer en el derrotismo y en el pesimismo.
Los que confían en Dios, esperan también cosas maravillosas de la vida. No se derrumban por los problemas, ni se dejan intimidar por las dificultades, ya que encuentran en Dios su fortaleza. El Señor es su fuente de poder. Todos los que confían en Dios tienen una fe activa. Saben que su fuerza aumentará cuando hagan uso de ella. Confiar en Dios no significa ser indolentes y negligentes con la parte que nos corresponde hacer. Quienes confían en Dios enfrentan los momentos difíciles en una tranquila espera, pues saben que el Señor está al mando, y que cuando las pruebas hayan terminado cosecharán la mejor de las bendiciones: su confianza en Dios se habrá incrementado. Pero, ¿acaso existe algún parámetro que nos ayude a reconocer nuestros niveles de confianza en Dios? Por supuesto que sí. La paz es la compañera fiel de todo aquel que confía en Dios. La esperanza siempre alumbra la senda de los que tienen su voluntad fundida con la de Dios. El gozo y la alabanza están presentes aun cuando el dolor apremie y el futuro se vea incierto.
Amiga, seguramente habrás recibido muchas invitaciones para unirte al grupo de los optimistas; yo más bien deseo hoy invitarte a que formes parte de los bienaventurados que han puesto su confianza en Dios. La invitación divina hoy es: «Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna» (lsa. 26: 4).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

SACIANDO LA SED DEL ALMA

Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla.
Juan 4:15.

La mujer estaba tan atónita por sus palabras que colocó su cántaro sobre el pozo, y olvidando la sed del extraño y su pedido de bebida, olvidando por qué había venido al pozo, quedó absorta en su ferviente deseo de escuchar cada palabra...
Entonces Jesús cambió bruscamente el tema de la conversación, y le ordenó a la mujer que llamara a su esposo.  Ella respondió francamente: “No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (Juan 4:17, 18).
Según se revelaba su pasado ante ella, la mujer temblaba. Se despertó la convicción por el pecado. Dijo: “Señor, me parece que tú eres profeta” (vers. 19). Y entonces, para cambiar la conversación a otro tema, intentó conducir a Cristo a una discusión sobre sus diferencias religiosas... La convicción del Espíritu de Dios había llegado al corazón de la mujer samaritana... Ninguna enseñanza escuchada hasta ese momento había estimulado su naturaleza moral y despertado en ella la sensación de una necesidad superior.
Cristo leyó debajo de la superficie, y le reveló a la mujer de Samaria la sed su propia alma; algo que el agua del pozo de Sicar jamás podría satisfacer... La sed natural de la mujer de Samaria la había llevado a una sed del alma por el agua de vida...
Habiendo olvidado qué propósito la había traído al pozo, la mujer dejó su cántaro de agua y se fue a la ciudad, a decirles a todos los que encontraba: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” (vers. 29).
Las cisternas de la tierra a menudo están vacías, sus estanques se secan; pero en Cristo hay una fuente viva de la que siempre podemos sacar... No hay peligro de agotar su contenido; porque Cristo es la fuente inagotable de la verdad.
Él ha sido la fuente de agua viva desde la caída de Adán. Él afirma: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). Y añadió: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14) –Signs of the Times, 22 de abril de 1897.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White