domingo, 28 de octubre de 2012

SUEÑO CONTIGO


«Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad; los hijos e hijas de ustedes comunicarán mensajes proféticos, los jóvenes tendrán visiones los viejos tendrán sueños» (Hechos 2:17).

¡Ahhh! No hay nada mejor después de una excursión al aire libre que meterse en la bolsa de dormir y descansar.  A mí me encanta. ¿No crees que buscar un buen lugar para dormir es lo máximo cuando uno está muy cansado? Una de las cosas más extrañas que hacemos mientras dormimos es soñar.  Podemos tener sueños buenos, malos, felices y tristes.
En los tiempos bíblicos Dios usaba los sueños para hablarle a su pueblo del futuro. A través de un sueño él le comunicó a José que una terrible hambruna vendría. A Daniel le dijo lo que le ocurriría al rey Nabucodonosor, y a Pedro que debía predicarle a todo el mundo y no solo a los judíos.
Al parecer Dios no usa mucho ese método hoy en día, pero sigue comunicándose a través de su Palabra. Ella también nos habla del futuro y nos dice que Jesús está a punto de regresar.  Nos dice cómo debemos estar preparados.
Lee hoy su Palabra y sueña con ese día glorioso en que él regrese a llevarte al hogar celestial.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

DIOS PROVEERÁ


Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos. (Génesis 22:8).

Un monte mencionado en la Biblia está relacionado con la fe de un padre en las promesas, en el amor y en la misericordia de Dios. Un día Abraham escuchó un mandato divino: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas [...] y ofrécelo allí en holocausto» (Gen. 22:2). ¿Te imaginas la noche de insomnio y de angustia que pasó Abraham? ¡Su hijo, su único hijo, tendría que morir porque Dios así lo ordenaba! La historia nos muestra la forma en que Abraham confió y cómo Dios proveyó un cordero que moriría en lugar de su amado hijo.
Pensemos en el trayecto hacia el monte Moria. ¿Qué pudo haber estado pensando Abraham mientras Isaac caminaba dócilmente hacia el lugar donde le esperaba la muerte? ¿Qué pensaría aquel padre al contemplar a su joven hijo, a aquel que representaba el cumplimiento de una promesa? Un hijo que había sido dedicado a Dios y que ahora iba camino de la muerte.
Abraham estaba obedeciendo un mandato de Dios. Tal vez pasó la noche orando con la esperanza de recibir una contraorden por parte de Dios. Por otro lado, Isaac caminaba silenciosamente a su lado, preguntándose dónde estaría la víctima para el sacrificio. Finalmente dijo: «Padre mío, ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Al responder a la pregunta de Isaac, Abraham se estaba contestando a sí mismo: «¡Dios proveerá!». Abraham sabía que Dios no podía dejarlo solo en aquel angustioso momento. Como madres quizá estemos llorando y orando mientras nos dirigimos a nuestro Monte Moria particular. Quizá nuestro hijo o nuestra hija estén transitando por un sendero que conduce a la muerte, y como Abraham sufrimos intensamente. Pensamos, muy dentro de nosotras, que Dios proveerá.
Si eres madre, si ruegas por un hijo o por una hija, ten confianza en Dios y no dejes de orar. El Espíritu Santo obrará para su salvación y para que acepte la muerte expiatoria del Cordero de Dios.
Si te encuentras ascendiendo al Monte Moria, recuerda que Dios puede proveer una salida, un milagro. Abraham no sabía cuál iba a ser la solución, pero creyó y Dios actuó.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Dina Presentía escribe desde México

LO QUE PUDO HABER SIDO


Dios mío, tú me has enseñado desde mi juventud, y aún sigo anunciando tus grandes obras. Salmo 71:17

Veamos si adivinas los nombres de estos dos personajes bíblicos. Los dos fueron elegidos por Dios desde su juventud para ser líderes en Israel. 
Ambos vencieron a los filisteos, y llegaron a ser muy queridos por el pueblo. Los dos cometieron graves errores, pero uno murió con honores; el otro, en servidumbre. ¿De quiénes estoy hablando?
De David y Sansón. ¿Dónde estuvo la diferencia?  Jueces 16:19, 20 nos presenta a Sansón mientras duerme con la cabeza recostada en las piernas de Dalila, «la consumidora».  Esa serpiente venenosa hace que un cómplice le corte a Sansón siete mechones de pelo, y luego grita: «¡Sansón, te atacan los filisteos!». Cuando despierta, ¿qué es lo primero que dice Sansón? «Esta vez saldré como las otras, y escaparé» (vers. 20, NRV2000). Pero no escapó, porque «el Señor lo había abandonado» (vers. 20).
Por otra parte, 1 Samuel 17:37 nos presenta a David mientras se ofrece como voluntario para enfrentar a Goliat. ¿Y qué argumentos usa para vencer al campeón de los filisteos? «El Señor... me librará de las manos de este filisteo».
Sansón depende de sus fuerzas para «salirse con la suya»; David se apoya en Dios para enfrentar sus desafíos. Sansón no busca la dirección divina para cumplir su misión. En cambio, David con frecuencia ora: «Oh Señor, enséñame tu camino, para que yo lo siga fielmente» (Sal. 86:11). Las únicas oraciones que se conocen de Sansón fueron, una, para no morir de sed (Juec. 15:18); la otra, cuando pidió fuerzas a Dios para derribar las columnas del templo (16:28).
De David dice el apóstol Pablo que «sirvió a los de su tiempo, según Dios se lo había ordenado» (Hech. 13:36). Sansón terminó como el hazmerreír de sus enemigos y solo pudo cumplir su misión «en la derrota, la servidumbre y la muerte» (Patriarcas y profetas, p. 550).
¿Te imaginas lo que Sansón pudo haber logrado si, al igual que David, hubiera orado: «Señor, enséñame tu camino, para que yo lo siga fielmente»? ¿Qué tal si tú, ahora mismo, le pides a Dios que te muestre el camino que debes seguir, y te dé poder de lo alto para cumplir fielmente tu misión en la vida?

Señor, quiero que mi vida glorifique tu nombre. Lléname de tu Espíritu para lograrlo comenzando hoy.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

¿AMARGO O DULCE?


«El que piensa estar firme, mire que no caiga»1 Corintios 10:12.

Dos adoradores están de pie: un fariseo y un publicano. Ambos saben de la presencia del otro, por lo que el fariseo se pavonea. Se pone en pie y ora para sí. Aunque el fariseo se dirige a Dios, la suya no podría llamarse oración. Es un inventario de todas sus supuestas buenas obras. Está totalmente centrado en sí mismo, no contempla nada que no sea su yo y su propia alabanza, no la gloria de Dios.
Dice muchas cosas buenas de sí mismo que, suponemos, pueden ser ciertas. No es un ladrón, ni injusto o adúltero; tampoco es como ese miserable publicano que se ha quedado en una esquina. Ayuna dos veces por semana y da el diezmo de todo lo que tiene. ¿Qué más podría querer el Señor de él? Cuando termina su recital, se envuelve con su manto para protegerse de la turba y cruza majestuosamente la multitud. Es como una de esas mandarinas: de aspecto agradable, pero de interior amargo y repulsivo.
El publicano, en cambio, se mantiene a distancia, consciente de su indignidad para acercarse a Dios. Expresa su arrepentimiento y su humildad. 
Apenas osa levantar los ojos del cielo y no se atreve a levantar las manos, como seria habitual en la oración.  En su lugar, se golpea el pecho y dice: «Dios, sé propicio a mí, pecador».
Jesús dijo: «Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro». Jesús sabe qué mandarina es la dulce.
«El fariseo y el publicano representan las dos grandes clases en que se dividen los que adoran a Dios. Sus dos primeros representantes son los dos primeros niños que nacieron en el mundo. Caín se creía justo y solo presentó a Dios una ofrenda de agradecimiento. No hizo ninguna confesión de pecado y no reconoció ninguna necesidad de misericordia. Abel, en cambio, se presentó con la sangre que simbolizaba al Cordero de Dios. Lo hizo en calidad de pecador, confesando que estaba perdido; su única esperanza era el amor inmerecido de Dios. [...] La sensación de la necesidad, el reconocimiento de nuestra pobreza y pecado, es la primera condición para que Dios nos acepte» (Palabras de vida del gran Maestro, cap. 13, pp. 117,118).
Señor, haz de mí una dulce bendición para los demás.  Basado en Lucas 18:9-14.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill