jueves, 1 de abril de 2010

SABIDURÍA DE PRINCIPIO A FIN

El principio de la sabiduría es el temor del Señor; buen juicio demuestran quienes cumplen sus preceptos. ¡Su alabanza permanece para siempre! salmos 111:10.

El doctor Marcelo Hammerly Dupuy bajó del automóvil para visitar a los vecinos de la doctora Raquel de Korniejczuk. Sus hi-jitos jugaban en el patio frente a la casa y miraban con curiosidad cómo el anciano se bajaba del vehícu¬lo. «¿Saben quién es este señor?», dijo la madre a sus pequeños. «Él es quien escribió la Enciclopedia médica moderna».
Ellos sabían que su mamá utilizaba la Enciclopedia médica moderna para diagnosticar y tratar las enfermedades comunes de toda la familia, y lógicamente veían siempre con respeto y admiración los tres tomos de esa colección que contiene tan buena y completa información médica. «¡Es un sabio!», susurraron los niños.
¿Quién es un sabio? ¿La persona que puede escribir una obra literaria o científica de éxito? ¿La que tiene un nivel de posgrado? ¿Será más bien la que gana el premio Nobel? ¿En realidad la sabiduría la alcanzó la persona capaz de repetir de memoria libros enteros de la Biblia? Pues fíjate, que no.
El rey David señala que el temor del Señor es el origen de la sabiduría. La sapiencia no se consigue con la acumulación de conocimiento, ni con la fama, ni con el ejercicio de la memoria. Salomón, el hijo del rey David, descubrió en su juventud cuál es el secreto de la sabiduría. El Señor se le apareció en sueños y le ofreció que le concedería lo que quisiera, algo así como un cheque en blanco.
Salomón identificó su necesidad: La inexperiencia. Así que su petición no fue ni riquezas, ni fama, ni poder: «Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal» (1 Reyes 3: 9). A Dios le agradó la solicitud de Salomón y le dijo: «Yo te concedo sabiduría e inteligencia como nadie las ha tenido antes que tú ni las tendrá después de ti» (1 Reyes 3: 12, DHH).
«Los que dan oído a las instrucciones del Maestro divino obtienen constantemente más sabiduría y nobleza del alma». MJ 169.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

ESCLAVOS DE CRISTO

Así que si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres (Juan 8: 36).

Para mostrar el hecho de que somos hijos de Dios y libres del poder del mal, el apóstol Pablo usa dos ilustraciones que eran muy importantes en sus días, aunque no tanto en los nuestros. En primer lugar, Pablo enseña la nueva vida que el cristiano vive bajo la gracia de Dios por medio de la liberación de la esclavitud. Esta, casi desconocida en nuestros días como institución social, era el fundamento económico del Imperio Romano en tiempos de Pablo. Pagar a las personas para que trabajaran, no era muy común en aquellos días. Lo usual era tener esclavos que hicieran gratis los trabajos que estaban debajo de la dignidad de un ciudadano. En aquel mundo había dos clases de personas: Los libres y los esclavos. Había leyes estrictas que regían la vida de los siervos. Estos estaban a la entera disposición de sus amos. Aun sus vidas estaban en manos de ellos. Les debían obediencia incondicional, y fuertes castigos aguardaban a los desobedientes. El esclavo no tenía pensamiento propio, era regido por las órdenes de su amo.
En un sentido real, el pecado presente en nuestra naturaleza carnal, era nuestro amo. Le debíamos obediencia. Se enseñoreaba de nosotros. No podíamos hacer otra cosa que seguir sus órdenes. Pero cuando conocimos el evangelio, supimos que había alguien que nos podía emancipar de esa esclavitud terrible: «Gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, ha¬biendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom. 6: 17, 18).
Según las leyes romanas, los esclavos podían alcanzar la liberación de dos maneras: mediante la voluntad del propio amo, o que alguien pagara el precio de su liberación. Cristo pagó el precio de nuestra libertad, y ya no somos siervos del pecado. Nuestro nuevo amo es Cristo. A él es a quien debemos obedecer.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C