domingo, 8 de julio de 2012

PIES PRESUMIDOS


«El Señor dice también: "A las mujeres de Sión, que son orgullosos, que andan con la cabeza levantada, mirando con insolencia, caminando con pasitos cortos y haciendo sonar los adornos de los pies"» (Isaías 3:16).

Tus pies son vitales para poder caminar: Si tus pies se fracturan, te será imposible caminar. Si tus pies se inflaman, no vas a querer caminar por el dolor.  Sin duda los pies son vitales para caminar.
Pero el versículo de hoy nos habla de otra cosa diferente a caminar.  Habla de presumir con los pies. ¿Cómo es eso? Isaías 3:16 dice que tus pies, tus ojos e incluso la manera como caminas pueden usarse para presumir y hacer creer a los demás que tú eres mejor que ellos. Dios no quiere que seas así. Él envió a su único Hijo como un humilde siervo para que muriera por nuestros pecados. Si Jesús se humilló de esa manera por nosotros, nosotros deberíamos humillarnos también por los demás.
Cuando creemos que somos mejores que los demás no podemos ayudarlos, y ellos tampoco a nosotros, y lo peor de todo, a Dios le cuesta enseñarnos las cosas. Haz caso al consejo de Isaías: usa tus pies para caminar y no para presumir: Humíllate y sirve a los que te rodean. Sé como Jesús y ayuda a los demás a acercarse a él.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA ESPOSA DE LOT


Acordaos de la mujer de Lot. (Lucas 17:35)

La biblia contiene muchos relatos que nos instruyen y nos advierten respecto a vivir alejados de Dios. En los capítulos 17 y 18 del libro de Génesis encontramos una historia que es a la vez interesante, sobrecogedora y triste.
Dios decidió destruir las ciudades de Sodoma y Gomorra porque habían llegado a un punto de depravación insoportable. Sin embargo, en su gran misericordia, decidió salvar a la familia de Lot, tras la intercesión de su tío Abraham. Los ángeles que fueron enviados a socorrer a Lot tuvieron que hacer un esfuerzo especial con el fin de sacarlos a él y a su familia de aquel lugar. Ni Lot, ni su esposa, ni tampoco sus hijas, deseaban marcharse así no más. Finalmente, se les dio la orden: «¡Escapen por sus vidas!».
Quizá sea fácil criticar a la esposa de Lot, pero mirémonos cuidadosamente en un espejo, y tal vez veamos reflejado el rostro de la mujer de Lot. ¿Por qué? Porque a lo mejor vivimos apegadas a nuestras amistades, modas, trabajo o costumbres. Probablemente en nuestro estilo de vida se observa una gran conformidad y tibieza espiritual. El nuestro es probablemente un cristianismo fácil, poco comprometido con Dios. Por lo tanto, quizá no entendamos la voz que nos dice: «¡Huye y salva tu vida!». Tampoco sentimos los jalones que nos dan los ángeles que nos cuidan. Me pregunto: «¿Qué estamos esperando?».
Querida hermana, estamos cerca del día del fin y nuestro Dios y los ángeles nos dicen a cada momento «¡Huye y salva tu vida!». Nos sentimos muy bien en esta tierra llena de pecado, aunque nos ahoga el trajín de la vida diaria. ¿Deseamos llegar al cielo a nuestro ansiado hogar? ¡Ojalá que sí!
Elena G. de White menciona algunos elementos que forman parte de nuestra necesaria preparación, como estudiar la Palabra de Dios, orar, estar limpios de pecado, entregarnos por completo a Dios, trabajar para Cristo y no mirar atrás. No menospreciemos el gran sacrificio que hizo nuestro Señor Jesucristo en la cruz del calvario para darnos la salvación (ver Preparación para la crisis final, p. 140).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Patricia de Puerta

NÚMERO UNO


También se parece el reino de los cielos a un comerciante que andaba buscando perlas finas. Cuando encontró una de gran valor fue y vendió todo lo que tenía y la compró.  Mateo 13:45,46, NVI

Sundar era un joven hindú a quien aparentemente no le faltaba nada. Pertenecía a una familia adinerada, había sido bien instruido en los principios del hinduismo, y se perfilaba como un promisorio maestro de religión.
Cierto día, cuando Sundar tenía solo catorce años de edad, su madre murió. Entonces su vida cambió por completo. El joven tranquilo se tornó violento. Perseguía a los predicadores cristianos, lanzaba piedras a los misioneros, e incluso llegó a quemar una Biblia delante de sus amigos.
Mientras tanto, había un enorme vacío en su corazón. Trató de llenarlo con las prácticas del hinduismo, pero no lo logró. Entonces Sundar pensó en quitarse la vida, pero la noche previa a la ejecución de su fatídico plan, escuchó la voz de Cristo que le decía: «¿Por qué me persigues? Yo morí por ti». Apenas amaneció, comunicó a su padre su firme decisión de aceptar a Jesús como su Salvador.
Su padre lo expulsó de la casa y lo desheredó. De nada sirvió. Sundar dedicó el resto de su vida a predicar, de pueblo en pueblo, el nombre de su Salvador.
¿Qué encontró en el cristianismo? Esta pregunta se la hizo cierta vez un profesor de Religiones Comparadas.
—Sundar, ¿qué has encontrado en el cristianismo que no encontraste en el hinduismo?
—He encontrado a Cristo —respondió Sundar, sin vacilar, —Eso lo sé —replicó el profesor—. Lo que quiero decir es qué enseñanza en particular encontraste.
—Lo particular que he encontrado es... Cristo.  Al igual que el comerciante de la parábola (ver Mat. 13:45,46), el joven Sundar encontró la Perla de gran valor: Cristo.
Ahora, en un plano más personal, te pregunto: ¿Es el Señor Jesús tu mayor tesoro? ¿Podrías decir que todo lo que más amas en esta vida ocupa el segundo lugar, porque Cristo es el número uno en tu corazón? Solo tú puedes responder, pero si permites que Cristo sea el número uno de tu vida, entonces todo lo demás vendrá por añadidura.  Y  todo lo demás significa todo lo que en esta vida verdaderamente vale la pena.
Señor Jesús, quiero que seas el número uno en mi vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

DIOS ESTÁ MÁS CERCA DE LO QUE PENSAMOS


«En mi angustia invoqué a Jehová y clamé a mi Dios Él oyó mi voz desde su templo y mi clamor llego hasta sus oídos» (Salmo 18:6).

Cuando a Nazaret llegó la noticia de que el predicador del desierto bautizaba cerca, en el Jordán, Jesús colgó su ropa de carpintero por última vez y se unió a la multitud que se dirigía apresurada para verlo.
Cuando tengo presente que, como hombre, Jesús aprendió quién era y cuál era su misión por el estudio de las Escrituras, no puedo menos que conmoverme. El había leído las profecías y ahora reconocía su misión. Seguía al pie de la letra, y con todo esmero, un plan que había sido dispuesto para nosotros antes de la creación del mundo. No podía saltarse ni un paso. Tenía que cumplir todas y cada una de las profecías.
Decir que Jesús vivió por fe no es ningún disparate. El mismo dijo que hacía lo que su Padre le había dicho que hiciera. Su preocupación diaria era procurar que nada de lo que hiciera fuese su propia iniciativa. Jamás entenderemos del todo cómo es posible que Dios y el hombre estuvieran unidos en una Persona. Pero Jesús vivió el día a día como un hombre cuya misión era revelar el carácter del Padre al cumplir su voluntad.
Su vida cotidiana no estaba programada; de otro modo, no habría pasado noches enteras en oración. La oración era el medio que Jesús tenía para estar en contacto con su Padre. La oración le proporcionó fuerzas para cumplir la misión profetizada para el Mesías.
Con frecuencia nos preguntamos por qué fallamos tan a menudo y, en consecuencia, estamos destituidos de la gloria de Dios. Esto se debe a dos cosas, indispensables para Jesús. Una de ellas es que a menudo no conocemos la voluntad de nuestro Padre celestial; no acudimos a su Palabra, a través de la cual, por medio del Espíritu Santo, habla con nosotros. La otra razón es que no oramos, no hablamos con él, como debiéramos.
Estoy seguro de que a veces Jesús pudo haber tenido la sensación de que su Padre estaba muy lejos. A veces nos sucede lo mismo. La vida de Jesús nos ensena que, aunque pueda parecer que Dios está lejos, en realidad está cerca. Está tan cerca como lo están su Palabra y nuestras oraciones. Basado en Marcos 1:9-11.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill