martes, 21 de junio de 2011

LÁGRIMAS DIVINAS

Sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. (Romanos 8:22).
Cuenta el pastor Alejandro Bullón que cuando era apenas un muchacho, le parecían divertidas cosas como tomar las frutas del vecino, romper puertas y ventanas o tocar el timbre de las casas y echar a correr. Un día su padre le advirtió de que le daría diez latigazos si volvía a hacer alguna travesura. En una ocasión, cuando regresaba a casa, vio que el vecino hablaba con su padre y que este estaba muy alterado. Corrió al cuarto y se puso tres pantalones. Cuando oyó la voz del padre ya sabía lo que le esperaba, así que fue a su encuentro temblando.
Al llegar ante su presencia, el padre se percató de que llevaba demasiada ropa encima, pero en lugar de mandarle quitarse los pantalones, sus ojos se inundaron de lágrimas, y dijo: «Hijo, yo no quiero castigarte, no me duele como si estuviera recibiendo yo mismo el castigo, pero ¿por qué no entiendes que no puedes continuar haciendo esas cosas? Eso solamente va a traerte problemas en el futuro».
El pastor Bullón comenta: «Si mi padre me hubiera castigado, no estaría contando este incidente porque lo hubiera olvidado, como tantos otros castigos. Pero las lágrimas de mi padre me hicieron más daño que cincuenta latigazos; su abrazo me dolió en el corazón y descubrí que no valía la pena continuar por aquel camino».
Al leer el texto de hoy, pienso que Dios dio al hombre un mundo para que lo protegiera, no para que se deleitara en hacer travesuras con él. Constantemente vemos cómo se maltrata a la naturaleza, pero Dios, en lugar de quitarnos la tierra, nos amonesta a protegerla. El deshielo de los polos por causa del efecto invernadero, la deforestación por causa de la tala indiscriminada de árboles y la extinción de especies por causa de la caza despiadada de animales o de la contaminación, están cambiando nuestro planeta a pasos agigantados. La ilimitada codicia humana hace llorar a Dios.
No dejes que Dios vierta lágrimas porque no haces nada en favor de su creación.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

LA SEGURIDAD DE LA SALVACIÓN

He peleado la buena, batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida. 2 Timoteo 4:7, 8.

Si hubo un apóstol que sobresalió entre los creyentes por su entrega a Dios, por su erudición y por su dedicación a la tarea evangelizadora, ese fue Pablo. Incansable y perseverante, Pablo dio su vida para que el mensaje de salvación se escuchara en todo el mundo, y a los ojos de Dios tuvo éxito.
Recibió el evangelio por revelación de Jesús, y a partir de ese momento fue osado, sabio y tenaz al transmitir a los gentiles el mensaje de Dios. Sus cartas pastorales rebosan entusiasmo para animar a los que habían abrazado la fe a continuar en el camino de la vida.
La vida no fue fácil para este hombre de Dios. Tuvo que realizar su labor a pesar de sufrir un problema de salud, fue perseguido por judíos y romanos durante muchos años, padeció naufragios y apedreamientos y, por si fuera poco, pasó en prisión los últimos años de su existencia, hasta que ofrendó su vida a Cristo en el martirio.
Para muchos hombres de su época, Pablo fue un perdedor. Sin familia, sin amigos, sin éxito financiero ni reconocimientos. Perseguido, apedreado, azotado y difamado por las autoridades judías, su vida transcurrió entre continuos padecimientos al esparcir el evangelio. Luego de su muerte, los incrédulos se preguntaron, ¿de qué valió tanta osadía al defender el nombre de Cristo, si su vida terminó como la de un criminal?
Pero esa osadía no pasó inadvertida a los ojos del cielo, y ese hombre que para muchos fue un fracasado, a la vista del Altísimo fue un hombre de éxito. Cuando se aproximaba el fin de su vida, le escribió a Timoteo: "He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida". ¡Qué extraordinaria fe! Pablo no tenía ni una sombra de duda sobre su salvación, y por eso, lejos de morir como un perdedor, murió victorioso, en comunión con Jesús.
Nadie está a salvo de sufrir chascos y sinsabores, pero la meta final del cristiano es la vida eterna por gracia de Dios. Quienes la reciban podrán considerarse triunfadores, como lo fue Pablo.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

EXTIENDE LA MANO

Peca el que menosprecia a su prójimo; mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado. Proverbios 14:21.

El hombre de barba blanca y ropas viejas espera en silencio. La espera se hace larga, y ya está anocheciendo. Hace meses que se reúne con los otros mendigos de la ciudad a fin de recibir un plato de sopa, que una señora caritativa sirve a los indigentes. Aquella esquina de Humboldt y La Ensenada se ha convertido en la esquina salvadora de personas como él que, si no fuese por el amor de aquella señora, dormirían con hambre.
El desconocido pasa la mano por su barba, y parece inquieto. Nunca antes había tenido que esperar tanto. No es impaciencia ni enfado sino, más bien, la extraña sensación de que la mujer no vendrá; de que no volverá; de que se ha ido para siempre, y que los pobres de la plaza volverán a tener hambre en las noches frías de aquella ciudad sin alma.
Tres días después, cuando las sombras de la noche aprisionan de nuevo a la metrópoli, aparecen dos jóvenes, trayendo la olla de sopa. Los mendigos gritan de alegría, y aplauden; el hombre de barba blanca y ropas viejas, no. Se queda parado, observando, casi confirmando su presentimiento. Algo terrible ha pasado. Puede intuirlo...
Los jóvenes confirman la mala noticia: Doña Ana, la buena señora, ha muerto. Los jóvenes son sus hijos, y aseveran que descansó con una sonrisa en los labios; pero que, antes de morir, les suplicó que no se olvidasen de llevar la sopa a los pobres.
"El que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado", declara el texto de hoy. Bienaventurado significa "feliz". No existe felicidad más grande que extender la mano al que necesita. Una vida centralizada en las propias necesidades es como pozo de agua sin salida: en poco tiempo, acaba malográndose.
Haz de este un día de amor y de generosidad. Sé un manantial: brota y corre para regar los corazones tristes. Sé cómo el trigo: aunque tengas que desaparecer en la tierra, que tus obras renazcan en una espiga llena, para continuar siendo una bendición, porque: "Peca el que menosprecia a su prójimo; mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón