sábado, 17 de noviembre de 2012

NO UNA CERCA, SINO ESTAR CERCA


«Cuídense de esos perros, cuídense de esos que hacen el mal, cuídense de esos que mutilan el cuerpo» (Filipenses 3:2, NVI).

En casa tenemos un perrito al cual queremos mucho. Es una motita blanca que camina y se llama Ricci. Él se sube al sofá con nosotros, se pone patas arriba, y con su tierna carita nos pide que le hagamos cariño en la barriguita. De día duerme en nuestras camas y trata de comerse nuestra comida cuando cenamos. Él piensa que es una persona. ¡Qué perrito!
Pero hay otro tipo de perros que no son tan amigables como Ricci. Uno de ellos es el dingo. El dingo es un perro salvaje que vive únicamente en Australia. Los dingos comen canguros, walabíes y conejos. Son "' unos asesinos feroces. Unas personas en Australia construyeron una vez una cerca de casi cinco mil kilómetros para mantener alejados a los dingos. Si alguna vez visitas Australia, ten cuidado con los dingos. En el versículo de hoy Pablo nos aconseja que nos cuidemos de las personas que actúan como perros salvajes. A ellas les gusta enemistar a la gente y hacer el mal. Él nos aconseja esto porque sabe que estas personas son colaboradoras de Satanás para destruir a los hijos de Dios. Pero para estar protegido de los perros salvajes tú no necesitas una cerca, sino mantenerte cerca de Jesús.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA FAMILIA DE DIOS


En todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia. (Proverbios 17:17).

La mañana había sido muy ajetreada, ya que íbamos a salir de viaje y tenía que preparar las maletas.  Mientras buscaba algún libro para leer en el camino, me llamó la atención un recorte de periódico. Tenía un título muy interesante: «Familias a ratos». Describía lo que son las familias que apenas se ven durante el año, pero que se reúnen durante algunas fiestas, especialmente a fines de año.
Si surgen enfermedades en esas familias, crisis económicas o problemas emocionales, ni se enteran. Pero en las bodas, los funerales y las fiestas se juntan como si no sucediera nada. Las fiestas son una ocasión para reafirmar su sentido de pertenencia. Si por los abrazos y por los besos que se intercambian pudiera medirse el cariño y el amor que se profesan, se diría que es mucho. Sin embargo, cuando concluye la fiesta, no vuelven a saber más unos de otros hasta la próxima reunión, o hasta el próximo año. Diría alguien que con parientes como esos, sería mejor contar con buenos amigos. La fuerza de la sangre a veces únicamente alcanza para afectos obligados o superficiales.
No se escoge la familia, es cierto; pero es bueno recordar que la familia significa mucho más que un lazo de sangre, más que apellidos comunes. Significa expresarse afecto mutuo, así como el compromiso de procurar el bien de cada uno de sus miembros. Ser parte de una familia implica escucharse, apoyarse y amarse incondicionalmente en los momentos buenos y en los malos, eso será lo que la diferencie de cualquier otro grupo social. Aceptarse y amarse no será tan difícil en el momento que cada uno esté dispuesto a aceptar a los demás con sus virtudes y defectos.
Hoy la gente anda buscando la felicidad, pero no es capaz de disfrutar del amor y el aprecio de aquellos que, debido a los lazos de sangre están más cerca. Recordemos que somos parte de una misma familia, la familia celestial. Una familia que nuestro Padre ansia que pronto se reúna en una eternidad sin fin.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Edilma E. Balboa

EL PRECIO DEL HELADO


No juzguen a otros, y Dios no los juzgará a ustedes. No condenen a otros, y Dios no los condenará a ustedes. Lucas 6:37.

Siempre me han intrigado las aparentes contradicciones de la conducta humana. Una de ellas, por ejemplo, tiene que ver con esto de juzgar a los demás. ¿Por qué seguimos juzgando a la gente según las apariencias, a pesar de que somos rematadamente malos en este asunto?
La siguiente historia de un autor anónimo, que nos cuenta Alice Gray, ilustra bien este punto. Es el relato de un niño de unos diez años que entró a una heladería y se sentó a una de las mesas. Al poco rato una mesera se le acercó.
—¿Qué se te ofrece?
—¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con una capa de maní? —preguntó el niño.
—Sesenta centavos —respondió la mesera.
El niño sacó de su bolsillo varias monedas, las colocó sobre la mesa y las contó. 
—¿Y cuánto cuesta un helado solo?
En este punto la mesera comenzó a impacientarse, porque otras personas estaban esperando su servicio.
—Treinta y cinco centavos —dijo ella bruscamente. 
Entonces el niño volvió a contar las monedas. 
—Quiero el helado solo.
La mesera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue sin decir una sola palabra. El niño se comió su helado, pagó en la caja y se fue. Cuando la mesera volvió para limpiar la mesa, notó que junto al plato vacío había veinticinco centavos: el niño le había dejado una propina (Stories for the Family 's Heart [Relatos para el corazón de la familia], p. 89).
La mujer había juzgado antes de tiempo. ¿Te ha pasado a ti también? A mí, un millón de veces. Sin embargo, a pesar de mis errores de juicio, hoy, gracias a Dios, entre mis mejores amigos se cuentan personas que jamás pensé llegarían a serlo. Unas parecían muy creídas; otras, «sangre de chinche» (muy pesadas y molestas). Solo bastó tratarlas y, después de cierto tiempo, descubrí un tesoro de inmenso valor en cada una de ellas.
Pidamos a Dios que nos dé ojos como los del Señor Jesús, para no incurrir en el error de juzgar a la gente según las apariencias. A fin de cuentas, no nos gusta que la gente nos juzgue sin conocernos. ¿Por qué, entonces, habríamos nosotros?

Padre celestial, dame ojos como los de Jesucristo, para ver en cada ser humano a un hijo tuyo, un ser de inmenso valor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

¿CUÁLES SON SUS DESEOS?


«Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo» (Juan 6:51).

Cuando era niño, de vez en cuando, padecía problemas estomacales, como todos los niños. Permanecía en cama, retorciéndome de dolor y sin ganas de moverme ni de hablar. Sabía que estaba bien cuando recuperaba el apetito. Una de las primeras cosas que me preparaba mi madre era lo que ella llamaba una «tostada con leche». Se trataba simplemente de una rebanada de pan tostado con varias cucharadas de leche caliente vertidas sobre ella; es decir, una comida suave, caliente, conocida y fácil de digerir. Si no me causaba el vómito, podía regresar paulatinamente a las comidas normales.
Por lo general, un apetito sano es señal de una persona sana. Aunque, por norma, el apetito es algo bueno, fue el primer cebo que el diablo usó para separar a nuestros padres de su Creador. «Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos [...], tomó de su fruto y comió» (Gen. 3:6). Desde ese día, el apetito incontrolado ha impedido la relación de los humanos con Dios.
Esaú vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Dos veces los hijos de Israel se rebelaron contra Dios porque añoraban las ollas de Egipto y aborrecían el maná del cielo (ver Éxo. 16:3; Núm. 21:5). Un exceso de lo bueno puede llegar a apartarnos del Señor. En parte, la caída de los habitantes de Sodoma se debió a que tenían «pan de sobra» (Eze. 16:49).
Jesús obtuvo la victoria sobre el apetito cuando venció la tentación de convertir las piedras en pan. Más adelante, recordaría a sus discípulos que los excesos en la comida y la bebida serían una característica del tiempo del fin (ver Mat. 24:38). Cuando la gente empiece a cansarse de esperar que Cristo venga, comenzará «a comer y a beber y a embriagarse» (Luc. 12:45).
«Encontramos personas intemperantes por doquiera. Las hallamos en los trenes, en los barcos, y por todas partes. Y debemos preguntarnos qué estamos haciendo para rescatar a las almas del lazo del tentador. Satanás se halla constantemente alerta para colocar por completo bajo su dominio a la raza humana. La forma más poderosa en que él hace presa del hombre es el apetito, que trata de estimular de toda manera posible» (Consejos sobre el régimen alimenticio, sec. 8, p. 177). Reclame para sí la victoria de Cristo sobre el apetito.  Basado en Juan 6:26-58.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill