domingo, 4 de marzo de 2012

ARENA CALIENTE, PIES FRESCOS

«Los hizo marchar por el grande y terrible desierto, lleno de serpientes venenosas y escorpiones, y donde no había agua» (Deuteronomio 8:15).

¿Alguna vez has estado en medio de un desierto? Si es así, sabrás que se trata de un lugar seco y solitario. De hecho, los desiertos pierden más agua por evaporación que la que obtienen a través de la nieve o la lluvia. Eso significa que los desiertos se van secando cada vez más con el tiempo.
Ya hemos estado caminando junto a los israelitas durante un par de meses por el desierto, pero, ¿puedes imaginar cómo debe de haber sido caminar durante cuarenta años? Eso fue exactamente lo que los israelitas tuvieron que caminar por el simple hecho de no creer que Dios los llevaría a la placentera Tierra Prometida. Pero Dios hizo algo asombroso por ellos a pesar de que no habían creído en él. Podemos leer el relato en Deuteronomio 8:4. A pesar de caminar tanto, las sandalias de la gente no se desgastaron y sus pies no sufrieron. Ni una sola vez en cuarenta años.
Como puedes ver Dios nos ama tanto que nos cuida hasta cuando desobedecemos o no creemos en él. Él es un Dios amoroso. ¡Cree hoy en sus promesas y entra a la tierra prometida del cielo cuando él regrese para llevarnos a casa!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LEVÁNTATE Y ANDA

Pedro dijo: «No tengo plata, ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (Hechos 3:6).

El crecimiento físico de un bebé es progresivo. Algunos logran caminar alrededor de los once meses; sin embargo, al principio su paso será lento e inseguro hasta que adquieran suficiente confianza y fortaleza. Cuando mi hija mayor estaba aprendiendo a caminar yo le permitía que se apoyara en mis manos. Debido a que sus piernas no tenían las fuerzas necesarias se caía fácilmente, por lo que yo la tomaba de la mano y le mostraba algún objeto de color o que hiciera ruido. Luego ella se volvía a levantar para continuar con su práctica. Repetimos el mismo proceso muchas veces, hasta que aprendió a caminar sin dificultad. Aquella actividad implicaba sufrir constantes caídas, pero yo la animaba diciendo: «Levántate y anda».
Eso mismo experimenté al comienzo de mi vida espiritual cuando intentaba caminar por la senda cristiana. Espiritualmente yo era una persona paralítica: aun cuando deseaba acudir a Cristo, no tenía a nadie que me llevara. Algunas amistades me invitaron a sus iglesias, pero no tenían el poder para que yo me levantara del lugar donde me encontraba. Cuando leía las Sagradas Escrituras iba encontrando principios que aquellos grupos no practicaban y en más de una ocasión dejé de asistir a la iglesia que estaba visitando. Hasta que una noche lloré amargamente y le dije a Dios en oración: «Yo quiero caminar contigo y ser una cristiana de verdad, pero sola no puedo hacerlo». El Señor me contestó: «¡Levántate y anda!, desde hoy caminarás libremente y predicarás este mensaje de salvación».
Pude escuchar la voz de Jesús, y su poder me levantó. Aunque me sentía sola, sabía que existía un Dios, así que lo busqué; sin embargo, él me encontró primero. Me olvidé de mis amigos, seguí a Jesús y él reafirmó mis pies y me indicó su camino. Envió a uno de sus siervos, que me invitó a asistir a la Iglesia Adventista.
Dios desea que nos pongamos en pie y que anunciemos las buenas nuevas de salvación. No permanezcamos estáticas como una planta que no puede trasladarse de un lugar a otro. A la luz de la Palabra del Señor tú también ¡puedes aprender a caminar con él!

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Nolvia de Trujillo es de Guatemala.

VIDA PODEROSA

El camino de la vida es hacia arriba al entendido. Proverbios 15:24, RV60.

Hace ya algunos años tuve un programa de radio llamado «Punto de referencia». Su lema era: «Nunca llegarás a tu destino si no sabes a dónde vas». ¿Ya sabes hacia dónde vas? ¿Ya descubriste tu propósito en la vida?
Viene a mi mente el ejemplo de un joven que temprano descubrió adonde quería llegar: Lance Armstrong. Cuando era todavía un joven, Lance descubrió su «pasión» en la vida: el ciclismo. A los 22 años, en 1993, ya había logrado el campeonato del mundo.
Su siguiente gran batalla la peleó fuera de la pista. En 1996 se le diagnosticó un cáncer testicular con metástasis en los pulmones y el cerebro. Los médicos no le dieron muchas esperanzas de vida. Pero Lance, un luchador infatigable, no se doblegó con facilidad. Su inquebrantable deseo de vivir, unido a un agresivo tratamiento de quimioterapia, le salvaron la vida. ¡Qué bendición fue su milagrosa recuperación!
Para 1998, Lance regresó a la pista. Ese año le fue tan mal que casi decidió retirarse de las competencias. Pero la palabra «fracaso» no parece formar parte de su diccionario. Decidió seguir, esta vez apuntando a la meta más alta: el Tour de Francia. En 1999, Lance ganó la máxima prueba del ciclismo mundial. Pero su éxito no se detuvo ahí. Entre 1999 y 2005 ganó esa misma competencia ¡siete veces consecutivas!
Hoy Lance ya no compite en la pista, pero a través de su fundación provee ayuda económica e inspiración a millones de personas que en todo el mundo luchan contra el cáncer. ¿De dónde saca el dinero para ayudar? De la venta de bandas elásticas amarillas en las que está grabada la leyenda «Livestrong» (Vida poderosa). He aquí alguien que descubrió su propósito en la vida ¡y con «sangre, sudor y lágrimas» logró cumplirlo! ¿Y tú? ¿Ya descubriste el tuyo? Al hablar de este tema, Elena G. de White expresó: «Recuerden que nunca alcanzarán una meta más alta que la que ustedes mismos se fijen. Fíjense, pues, un blanco alto y asciendan todo el largo de la escalera del progreso paso a paso, aunque represente penoso esfuerzo, abnegación y sacrificio [...]. Avancen con determinación en la debida dirección, y las circunstancias serán los ayudadores, no los obstáculos» (Mensajes para los jóvenes p 69).

Padre celestial, ayúdame a descubrir mi propósito de vida y, con tu poder cumplirlo cabalmente

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

EL SEÑOR ES SANTO

«Justo es Jehová en todos tus caminos y misericordioso en todas sus obras» (Salmo 145:17).

Ningún padre terrenal es santo en grado absoluto como nuestro Padre celestial. Cuando decimos: «Santificado sea tu nombre», no le dedicamos ningún cumplido extraordinario; es un reconocimiento.
Los diccionarios dicen que las cosas santas pertenecen o están relacionadas con un poder divino, que son sagradas y dignas de adoración, que están apartadas para un propósito religioso o que merecen un respeto o una reverencia especiales. Sin embargo, la santidad de diccionario no va más allá. En cambio, en la Biblia, la santidad es un fuego abrasador que no tolera el pecado. A menudo contemplamos el amor de Dios, su misericordia, su gracia, su fidelidad y su bondad. Pero, hasta que no entendamos tan siquiera un atisbo de su santidad, jamás podremos apreciar realmente las revelaciones de nuestro Padre celestial.
No es preciso que seamos teólogos o filósofos para que podamos captar la importancia de su santidad; basta con que nos demos cuenta de que su misericordia y su gracia, su fidelidad y su bondad, son aspectos de su carácter mientras que él es santo. Todos los ídolos son el resultado de una idea errónea acerca de la santidad de Dios. Cuando no conocemos al verdadero Dios, nos hacemos dioses a nuestra semejanza.
Las palabras: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre», no tienen que evocar las imágenes de una relación triste o desagradable que hayamos podido tener con nuestro padre terrenal. Al contrario, gracias a ellas sabemos que hablamos con nuestro Papá celestial, cuya santidad lo lleva a hacer lo que hay que hacer.
Lo llamo Papá celestial porque Jesús así lo llamó en el Getsemaní. «Y decía: "Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti. Aparta de mí esta copa; pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú"» (Mar. 14:36). La palabra «abba» es el equivalente arameo de «papito». Jesús llamó «Papito» a su Padre celestial; por tanto, nosotros también podemos hacerlo. Al respecto, le pregunté a un rabino judío y me respondió que, aún hoy día, en el Estado de Israel los niños pequeños llaman así a sus padres.
¿Verdad que es reconfortante saber que nuestro Padre celestial es santo y bueno; y que, como buen Padre que es, hará lo que mejor nos convenga. (Basado en Mateo 6:5-13).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill