sábado, 22 de enero de 2011

JESSE OWENS Y LUZ LONG

«No abandones a tu amigo ni al amigo de tu padre», Proverbios 27:10.

Eran las olimpiadas del año 1936. El atleta estadounidense Jesse Owens, era el favorito para ganar la medalla de oro en salto de longitud. El año anterior había roto el récord que permaneciera durante un cuarto de siglo.
Adolf Hitler había dicho que la raza alemana era superior e iba a dominar aquella olimpiada, principalmente ante atletas negros. Durante la eliminatoria, el atleta alemán Ludwig «Luz» Long vio cómo a Owens le anularon sus primeros dos intentos. Solamente le quedaba uno. Long conocía bien a Jesse; se le acercó y explicó cómo podía hacer para que no lo descalificaran.
Owens le hizo caso a Long y sin más problemas llegó a la final. Pero eso no fue todo, porque más tarde ganó la medalla de oro, como bien se esperaba. Luz Long, segundo lugar, obtuvo la medalla de plata, y fue el primero en felicitar a Jesse, a pesar de que Adolf Hitler estaba presente en el estadio. Long hasta permitió que los periodistas le tomaran fotografías junto a Owens.
Los dos atletas jamás se volvieron a ver, pues Luz Long murió en combate durante la Segunda Guerra Mundial. Pero Jesse Owens nunca olvidó aquel gesto, y viajó a Alemania para conocer a la familia de Long.
Respecto a lo sucedido en aquella olimpiada, Jesse comentó: «Se podrían fundir todas las medallas y trofeos que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de veinticuatro quilates que hice con Luz Long en aquel momento».

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

¡FELIZ QUIEN CONFÍA EN DIOS!

Prueben y vean que Señor es bueno; dichosos los que en él se refugian (Salmos 34:8)

Transcurrían horas de agonía en un hospital El diagnóstico era cruel: la pequeña se moría. Aquellos padres estaban desesperados hasta que conocieron a una pareja de profesionales de la salud que eran cristianos. La débil esperanza que aún conservaban se agigantó al saber que Dios podía obrar un milagro. Y así fue. La operación resultó todo un éxito y la pequeña se salvó.
¿Recuerdas a aquel padre que, pasando por una situación similar, llegó a los pies de Jesús para rogarle por la vida de su hijita? Creo que los momentos más difíciles de mi vida han sido aquellos en que mis hijos se han enfermado y yo me he sentido impotente para ayudarlos. Miro a todas partes buscando un diagnóstico alentador, deseando que el milagro se produzca, pero solo puedo dirigirme al cielo, consciente de que allí está la única respuesta.
Jairo, al igual que cualquiera de nosotras, buscó la ayuda de un profesional, pero pronto comprendió que necesitaba otro tipo de intervención para que su hijita sanara. Así que fue en busca de Jesús. A veces pienso: Si Jesús estuviera hoy en la tierra, ¿iría yo a buscarlo para que sanara a mis seres queridos? Antes de abandonar físicamente esta tierra, sus palabras fueron: «Estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mat. 28: 20). ¿Por qué no recurrimos a él cuando enfrentamos momentos difíciles?
Recuerdo una noche angustiosa en que llegué al hospital llevando en brazos a mi pequeño con una fiebre muy alta. Sabía que la fiebre podría producir daños irreparables. Desesperada, busqué ayuda, pero había muchos enfermos y se habían agotado los medicamentos apropiados. En casa había recurrido a todo tipo de remedios para bajarle la temperatura, pero sin éxito. Sabía que solo Dios podía hacer el milagro. De pronto, alguien a quien no esperaba ver, colocó en mis manos una inyección. Rápidamente se la pusieron y a las pocas horas regresaba a casa con mi hijo casi restablecido.
Tras estas experiencias, ¿entiendes dónde debe estar tu confianza? La Biblia tiene una declaración vital: «Dichoso el que pone su confianza en el Señor» (Sal. 40: 4).

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

SUPERANDO EL ODIO

Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos. Mateo 5:44.

En el día de ayer vimos que es posible, según la decisión que tomemos, ser hermano o hermana de Cristo. Claro, en este gran conflicto universal en que estamos inmersos, no siempre resulta fácil hacer la voluntad de Dios, pero su amor incondicional nos sostiene en nuestro propio conflicto espiritual. Este amor viene unido a su maravilloso poder para que logremos vivir de acuerdo a lo que su Palabra nos pide.

Marcelo ya había cumplido los 18 años, y con su porte varonil y atlético daba siempre la impresión de tener "todo bajo control". Estaba a punto de ingresar a la universidad, así que en nuestros diálogos había una especie de tristeza mezclada con cariño por todo el tiempo que Dios nos había permitido compartir. Una mañana, durante un recreo, solicitó tener una entrevista privada, y una vez que ingresó a mi oficina le pregunté: "¿Todo bajo control?" "No", respondió de inmediato, luego hizo una pausa como para pensar bien sus palabras y no ser traicionado por sus emociones. Entonces pasó a contarme lo que estaba viviendo.
Durante largos años, el hogar de Marcelo había sido un volcán. Su padre, un hombre iracundo y violento, había ocasionado dolor y daños mientras vivió con su familia, y sus ataques continuaron luego que los abandonara. Aunque de eso ya habían pasado muchos años, los tristes recuerdos estaban muy presentes en la mente de Marcelo. Por momentos sus ojos derramaban lágrimas, al describir el triste relato de un hijo no querido por su padre, de alguien que había procurado recibir afecto, pero que nunca lo había conseguido. "Hoy, a esta altura de mi vida —dijo Marcelo— siento que lo odio con todas mis fuerzas".
Cuando terminó su descripción, le pregunté: "¿Marcelo, y cuál es el propósito de esta conversación, si veo que ya tienes todo resuelto?" Con una mirada franca, Marcelo me contestó: "Capellán, estoy aquí para que me ayude a sacar ese odio que me está matando. Hay algo dentro de mí que me está destruyendo, en vez de destruir a mi padre".
Cuando Dios en su Palabra nos pide que hagamos su voluntad y nos invita a ser humildes, sencillos e incluso a amar a nuestros "enemigos", no lo hace únicamente a favor de aquellos a quienes no queremos, también lo hace por nosotros. Cada persona que perdona de corazón y procura olvidar el daño recibido sin almacenar odio, se está haciendo un bien a sí misma, al aprovechar el efecto restaurador del perdón. Sé que no es fácil, también sé que a veces nuestra naturaleza pide lo contrario, pero Jesús, nuestro Hermano mayor, nos invita a ser como él, que siempre hizo la voluntad divina. No le permitas al enemigo ganar esta lucha odiando a los que te hicieron daño; vence con la sangre de Jesús.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

¿EN QUIÉN CONFÍAS?

En Jehová Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá. 2 Reyes 18:5.

Francisco miró un día a sus padres, y les dijo: -Siempre respeté la fe de ustedes. Ahora, por favor, les suplico que respeten ustedes mis convicciones.
A los treinta años de edad, el joven ejecutivo, nacido en un hogar cristiano, consideraba parte de sus sueños realizados: hablaba cinco idiomas, y viajaba por el mundo cerrando grandes negocios para la empresa que representaba. Alto, apuesto, atlético, jugaba tenis tres veces por semana. Cargado de dinero y rodeado de bellas mujeres, había llegado a la conclusión de que sus padres eran gente demasiado simple, y que la fe de ellos los había relegado al ostracismo.
¿Alguna vez estuviste disfrutando de un día esplendoroso, de cielo limpio y sol brillante? ¿Ni una nube que quiebre el intenso azul del terciopelo cósmico? Y repentinamente, en cuestión de segundos, todo cambió, y la tormenta tomó a todos desprevenidos? Bien, fue eso lo que sucedió a Francisco. Solo que no había cielo en su vida; por lo menos, no el que infunde esperanza en las horas cruciales.
Lo perdió todo. De la noche a la mañana: perdió el empleo, la salud y acabó en prisión... Él nunca supo explicar quién colocó droga en su valija.
¿Podría haber sido víctima de un acto de venganza, si hubiese estado bien con Dios? Claro que podría: quienes confían en el Señor no están libres de traiciones y de maldades. El problema de Francisco fue que, en la hora del dolor, estaba solo. Los cinco idiomas que hablaba, el dinero, la brillante carrera profesional; nada fue capaz de librarlo de aquella situación injusta. Una fría mañana del mes de junio, lo encontraron colgado dentro de la celda. Se había ahorcado.
Con Ezequías sucedió diferente. El texto de hoy habla de este extraordinario joven rey. El brillo del éxito no lo mareó; la fama y el poder no lo hicieron olvidarse de Dios. Y, en los momentos de mayor dificultad, él sabía en quién depositar su confianza.
¿Qué es lo que hace Dios por ti? No siempre te libra del problema como resultado de un acto milagroso. Pero con toda seguridad, coloca paz en tu corazón, te da una visión diferente de la realidad, te inspira, y emplea tus propios talentos para salir de la hora difícil.
Por eso hoy, antes de salir para las luchas de la vida, recuerda a Ezequías, que "en Jehová Dios de Israel, puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre los reyes de Judá".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón