jueves, 6 de enero de 2011

¿QUÉ, YA NO HAY MÁS AMOR?

«Habrá tanta maldad que el amor de muchos se enfriará», Mateo 24: 12.

Es lamentable ver cómo cada día aumenta la pobreza. Diariamente mueren personas, adultos y niños, por falta de alimentos. En la calle siempre hay personas extendiendo la mano para pedirnos algo. ¿Será verdad que tienen la necesidad, o no? Hay quien piensa que es mejor no ayudar, porque no se sabe si esos individuos piden con razón, o solamente por no trabajar. Pero puede ser que por negar la ayuda a todos, salgan perjudicados los verdaderos menesterosos que te encuentras en el camino. Da a quien te pida. Sí, algunas personas mienten, allá ellas; pero no vaya a ser que una esté verdaderamente necesitada, y tu ayuda podría solucionar su problema. Cuando leo el versículo de hoy, entiendo por qué mucha gente no quiere ayudar: se le ha engañado. Dio sinceramente y se decepcionó al darse cuenta de que abusaron de su compasión.
Recuerdo a un señor que llegó a nuestra casa un sábado en la mañana para pedir ayuda a mi esposo, porque se enteró de que era el pastor local. Le contó una larga historia para convencerlo. Recibió lo que solicitaba y se fue. Pero tristemente, cuando íbamos a la iglesia, lo encontramos afuera de una taberna muy ebrio. Al vernos simplemente nos saludó. Cuando pasan cosas así, realmente se van las ganas de ayudar, pero en fin, no dejamos que nos afectara. Como familia seguimos ayudando, como podemos, a los que nos piden. Te animo a no dejar de dar a quien te pide. Da con sinceridad, para aliviar un poco la miseria en este mundo.
Escribe lo que piensas: ¿Cómo puedes demostrar el amor de Dios?

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

SI CONFIAS EN MÍ

Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza. (Salmos 40:4)

En un hangar vivía un avioncito que compartía su aventuras con varios amigos que, como él, surcaban el aire en vuelo veloz. Un día, la joven que los cuidaba le asignó una tarea que requería mucha responsabilidad: debía cuidar de un perrito. El avioncito se emocionó mucho, ya que deseaba que le dieran ese tipo de tareas para sentirse más importante.
Se sentía tan contento y entusiasmado que quería demostrar a sus amigos que estaba a la altura del encargo. Lamentablemente para él, en seguida tuvo la ocasión de comprobar que no era así. Otros avioncitos vinieron a invitarlo a jugar a las persecuciones aéreas. Como no había cosa en el mundo que le gustara más a nuestro amigo que jugar a este juego, aunque sabía que tenía una responsabilidad, pensó que no pasaría nada por irse un ratito a jugar con sus amigos. Abandonó al perro y surcó el aire con gran bullicio. Todo parecía ir de maravilla, hasta que se puso el sol, anunciando que las horas habían transcurrido velozmente. Entonces nuestro amigo regresó en busca del perrito, pero este había desaparecido. Lo buscó por todas partes con desesperación, consciente de que no había estado a la altura de su responsabilidad, hasta que finalmente encontró al cachorro. Esta experiencia enseñó al avioncito una gran lección.
Este es uno de los cuentos favoritos de mi hijo pequeño, y encierra una enseñanza muy importante para nosotras. Nos resulta fácil hacer promesas: prometemos amor eterno frente al altar cuando nos unimos en matrimonio y hacemos promesas a nuestros hijos que en muchas ocasiones somos incapaces de cumplir. Hoy te invito a que deposites tu confianza en las promesas de uno que sí las cumple. Él nos asegura que nunca cambia: «La hierba se seca, y se marchita la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre» (Isa. 40: 8).
Intentemos cumplir lo que prometemos, pero si nuestra palabra sucumbe ante la debilidad humana, acudamos al Dios que siempre cumple sus promesas. No te rindas si alguna vez te caes al suelo; la mano de Dios está a tu lado para levantarte. Esa es su promesa, aférrate a ella.


Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

JACOB Y SU MADRE

Ahora, pues, hijo mío, obedece a mi voz en lo que te mando. Génesis 27:8.

Jacob era el hijo preferido de su madre. De carácter tranquilo, su vida transcurría entre los quehaceres domésticos y el cuidado del ganado, aunque había algunas preguntas que rondaban su mente desde hacía largo tiempo y para las cuales no encontraba respuesta: ¿Cómo se cumpliría la promesa de Dios que en él serían "benditas todas las familias de la tierra"? ¿Cómo obtendría la bendición de su padre, si su hermano Esaú era el primogénito?
En cierta ocasión, sobre el mediodía, Rebeca escuchó la voz de Isaac que le decía a Esaú: "He aquí ya soy viejo, no sé el día de mi muerte... tráeme caza; y hazme un guisado como a mí me gusta, y tráemelo, y comeré, para que yo te bendiga antes que muera" (Gen. 27:2-4). Rápidamente Rebeca recordó la promesa divina y se convenció que la misma no tendría cumplimiento si ella no intervenía rápidamente. Hablando a solas con Jacob ideó un plan usurpador y traicionero. El hermano menor se haría pasar por el hermano mayor y así obtendría por engaño lo que no podía obtener con la verdad. Jacob temió seguir el consejo de Rebeca, pero conocía el amor de su madre y sabía de sus buenas intenciones.
¿Qué harías tú si alguno de tus padres te aconseja mentir? Si estás pensando que Jacob era un niño o un adolescente sin experiencia, estás equivocado, porque las Escrituras registran que tenía 40 años cuando vivió este incidente. Como hombre de Dios, Jacob debería haberle llamado la atención a su madre, ya que ella estaba buscando la bendición celestial por medio de un pecado; pero él deseaba enormemente la preeminencia, y cedió por miedo a perderla. Madre e hijo se equivocaron, porque dejaron de confiar en Dios para hacer su propia voluntad.
Siglos más tarde, en sus consejos pastorales el apóstol Pablo expresó: "Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo" (Efe. 6:1). Fíjate que la obediencia a nuestros padres es sumamente valiosa y es parte del quinto mandamiento, pero ella debe sujetarse a la voluntad divina.
Tus padres no están libres de cometer errores o de pecar; por eso, cuando sus consejos se oponen claramente a las enseñanzas de las Escrituras, no dudes un momento en seguir lo que Dios te pide. Si Jacob hubiera confiado en Dios y rechazado el consejo materno, hubiera vivido muchos años más junto a su madre. Recurrir al engaño trajo la triste consecuencia de alejarlo de su lado para no verla nunca más. Hacer la voluntad de Dios siempre resultará en bendición para ti y para tu familia.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

CADA MAÑANA

Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Lamentaciones 3:23.

Las manecillas del reloj indican las 5 de la mañana. Rosario abre la ventana, y respira hondo. La rutina de su vida va a empezar; hace tiempo ha perdido la alegría de vivir. La vida se le antoja monótona, triste, sin sentido.
Hay momentos así: todo parece estar cabeza abajo. Intentas, luchas, te arriesgas... Pero, tienes la impresión de estar nadando contra la corriente. Miras al cielo. Ves un avión surcando los aires, y piensas que las personas que están dentro de ese avión sí deben ser felices; después de todo, están allí, viajando, paseando y disfrutando de la vida. Entonces, ¿cuál es el problema contigo? ¿Por qué las cosas nunca funcionan? ¿Qué le sucede a Dios, que da mucho a unos, y nada a otros?
El texto de hoy habla acerca de la misericordia divina. La misericordia es el amor elevado a la infinita potencia; es la plenitud del amor. Jeremías, el autor del libro de Lamentaciones, afirma que la misericordia de Dios se renueva cada mañana, y que la fidelidad divina a sus promesas es grande. La palabra "grande", en el original hebreo, es rab, que significa abundante, ilimitada.
¿Ilimitada? ¿Para quién? Porque, para ti, todo sigue igual. El sol sale como todos los días, y tienes que levantarte aunque no estés con ganas de cumplir con tus responsabilidades. ¡Espera, espera! Antes de continuar, vamos a reflexionar en lo que acabas de pensar: "El sol sale como todos los días". ¡Ah! El sol sale. ¿Y si no saliera? ¿Qué ocurriría con el planeta si el sol, un día, decidiese no salir? ¿Te has puesto a pensar en esa posibilidad? No, claro que no. ¿Sabes por qué? ¡Porque es obvio que el sol va a salir! Pero, lo que Jeremías está diciendo, en el texto de hoy, es justamente que, a veces, no te das cuenta de cómo el amor de Dios se manifiesta en un detalle tan insignificante y rutinario como la salida del sol.
Cada mañana, cuando las sombras de la noche desaparecen, Dios te está diciendo: "Hijo, la noche se fue; hoy es un nuevo día. Deja de lamentarte. Levanta la cabeza, mira el sol: hoy es una nueva oportunidad. Hoy todo puede ser diferente si confías en mí". Por eso hoy, antes de partir para encarar las luchas del día, recuérdate que las expresiones del amor de Dios, "nuevas son cada mañana y su fidelidad es para siempre".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón