domingo, 25 de agosto de 2013

RECUERDOS

Lugar: Maryland, EE.UU.
Palabra de Dios: Apocalipsis 21:4

Recuerdo el día que recibí la noticia. Fue un duro golpe para mí. Un buen amigo mío había muerto repentinamente, del corazón. No podía creerlo. Era tan joven, acababa de terminar la universidad. ¿Cómo podía haber muerto?
Mientras corrían las lágrimas por mis mejillas, recordé los buenos momentos que habíamos pasado juntos. Nos habíamos conocido en la escuela secundaria. Nosotros dos y otra chica habíamos llegado a ser amigos muy cercanos. Hablábamos, nos reíamos y andábamos juntos.
Recuerdo que estudiábamos juntos para nuestras clases. Nos reuníamos a desayunar en el comedor del colegio, y allí repasábamos para las pruebas del día. Una vez, también salimos con nuestras redes a buscar bichos, para la clase de Biología. Nos reíamos todo el tiempo. También, tocábamos juntos en el coro de campanas del colegio, lo que significó que salíamos juntos a tocar a otras iglesias y en viajes del coro. El y yo fuimos juntos a Malasia en un viaje misionero. ¡Tenía tantos buenos recuerdos!
Si alguna persona cercana a ti ha muerto, sabes de lo que hablo. Yo no pude ir al funeral de mi amigo, pero más tarde me entere de que fue una celebración de su vida. En un momento tan triste, ¿cómo pudieron sus amigos y familiares enfocarse en lo positivo? ¡Por la esperanza de la resurrección!
Jesús promete que cuando el regrese los muertos en Cristo resucitaran. Viviremos juntos por la eternidad. Y eso no es todo. «El [Dios] les enjugara toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir».

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

APRENDE A ESPERAR, LAS BENDICIONES YA ESTÁN EN CAMINO.

Yo he puesto mi esperanza en el Señor; yo espero en el Dios de mi salvación, ¡Mi Dios me escuchará! Miqueas 7: 7

El mundo marcha en forma vertiginosa. Las esperas parecen estar en desuso en la vida contemporánea. Tanto es así que quizás en algunas ocasiones, cuando nos toca esperar, perdemos la paciencia. Sin embargo, las esperas tienen un valor didáctico impresionante. Cuando esperamos algo, o a alguien, desarrollamos paciencia y tolerancia, que son dos valores de gran importancia.
Hoy, cuando muchas cosas se hacen en pocos segundos o minutos, es importante que aprendamos a esperar tranquilamente. Es necesario reconocer que todo se hace a su debido tiempo. Esperar que un hijo alcance la madurez, solidificar una relación matrimonial, cultivar una relación de amor con Dios, son algunos de los asuntos de la vida que requieren una paciente espera hasta que podamos ver los resultados.
El profesor de psicología José Luis Trechera, autor del libro La sabiduría de la tortuga, hace referencia al largo tiempo que muchas tortugas marinas emplean para llegar a determinadas playas y cumplir con su misión: desovar con el fin de mantener la especie. Pueden viajar miles de kilómetros sin prisa, aunque sin detenerse, sorteando toda clase de obstáculos, incluyendo la agresión humana.
La prisa desmedida puede causarnos graves problemas, como son los arrebatos intensos de estrés, el cansancio la pérdida de la fe en Dios, la pérdida de la confianza en los demás… La urgencia puede precipitar la toma de decisiones equivocadas, que traerán fatales consecuencias.
Cuando trasladamos la impaciencia a nuestra relación con Dios, podemos llegar al punto de poner en duda las promesas que el Señor nos ha hecho. Podemos incluso llegar a pensar que él nos ha olvidado y comenzamos a tomar decisiones sin someterlas a su escrutinio.
Amiga, si tienes asuntos sin resolver que has puesto en las manos de Dios y te parece que la respuesta se dilata, recuerda que: «»El Señor es todo lo que tengo. ¡En él esperaré!» Bueno es el Señor con quienes en él confían, con todos los que lo buscan. Bueno es esperar calladamente a que el Señor venga a salvamos» (Lam. 3: 24-25). ¡Espera confiadamente en Dios, pues él actuará! ¡No tengas dudas de ello!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

LA ALIMENTACIÓN DE LOS CINCO MIL

Dadles vosotros de comer. Mateo 14:16.

Los discípulos pensaban haberse retirado a donde no serían molestados; pero tan pronto como la multitud echó de menos al divino Maestro, preguntó: “¿Dónde está?” Había entre ella algunos que habían notado la dirección que tomaran Cristo y sus discípulos. Su número fue en aumento, hasta que se reunieron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
Desde la ladera de la colina, él miraba a la muchedumbre en movimiento, y su corazón se conmovía de simpatía. Aunque interrumpido y privado de su descanso, no manifestaba impaciencia... Abandonando su retiro, halló un lugar conveniente donde pudiese atender su pobreza espiritual...
La gente escuchaba las palabras misericordiosas que brotaban tan libremente de los labios del Hijo de Dios.
Oían las palabras de gracia, tan sencillas y claras que les parecían bálsamo de Galaad para sus almas. El poder sanador de su mano divina impartía alegría y vida a los moribundos, y comodidad y salud a los que sufrían enfermedades. El día les parecía como el cielo en la tierra, y no se daban la menor cuenta de cuánto tiempo hacía que no habían comido.
“Cuando ya era muy avanzada la hora, sus discípulos se acercaron a él, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya muy avanzada. Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor, y compren pan, pues no tienen qué comer. Respondiendo él, les dijo: Dadles vosotros de comer”. Sorprendidos y atónitos, le dijeron: “¿Que vayamos y compremos pan por doscientos denarios, y les demos de comer? Él les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Y al saberlo, dijeron: Cinco, y dos peces. Y les mandó que hiciesen recostar a todos por grupos sobre la hierba verde... 
Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió los dos peces entre todos. Y comieron todos, y se saciaron. Y recogieron de los pedazos doce cestas llenas, y de lo que sobró de los peces” (Mar. 6:30-44). 

El que enseñaba a la gente la manera de obtener paz y felicidad se preocupaba tanto por sus necesidades temporales como de las espirituales –Signs of the Times, 12 de agosto de 1897; ver un texto similar en El Deseado de todas las gentes, pp. 332, 333.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White