viernes, 26 de febrero de 2010

VEINTE AÑOS MÁS TARDE

He aquí el ojo de Jehová sobre los que le temen, sobre los que esperan en su misericordia., para librar sus almas de la muerte, y para darles vida en tiempos de hambre (Salmo 33:18,19).

¡Qué mejor lugar para estar un hermoso día de verano que en una piscina! Mis hijas y yo estábamos en una, pero mientras ellas se divertían -el agua, yo me quedaba en la orilla tratando desesperadamente de refrescarme, a pesar de mi inhabilidad para nadar. Para mi sorpresa, mi hija menor, Jennifer, nadaba fácilmente el largo de la piscina. Ante su hazaña, le pregunté:
-Jenny, ¿desde cuándo sabes nadar? Hasta donde yo recuerde, nunca te dejé nadar sola y nunca tomaste lecciones.
Cuando me contó que había aprendido por sí misma, le pregunté cómo podía ser.
-Cuando tenía 6 años y fuimos a una reunión campestre en Saint Damien, los chicos siempre jugaban en la piscina, mientras los adultos estaban en la carpa grande, en la reunión de oración.
-Ya veo. Así que ¿fue allí fue donde aprendiste a nadar?
-Bueno, no exactamente. Esta es la historia -respondió ella rápidamente, antes es que yo pudiera decir otra palabra-. Algunos de nosotros estábamos en la piscina y, por supuesto, yo no sabía nadar. Entonces Angelina, que tenía 7 años en ese momento, prometió cuidarme. Quiso hacerme una broma y me tiró en la parte profunda. Pero yo me hundí hasta el fondo, y comencé a luchar desesperadamente para salir a la superficie. Finalmente lo logré, pero estoy segura de que fue la mano de Dios que me empujó hacia arriba para evitar que me ahogara.
Muy emocionada, logré decir:
-Nunca me lo habías contado. Ahora, casi veinte años más tarde, descubro que casi te ahogas si no fuera por la gracia de Dios. Pero todavía no me contaste cómo aprendiste a nadar.
-Supongo que cuando estaba abajo del agua sucedió algo milagroso en el momento en que Jesús me sacaba, porque nunca tomé lecciones de natación; pero aquí estoy, ¡y puedo nadar!
Dios a quien sirvo siempre ha protegido a mi pequeña hija; esta misma niña que, cuando tenía dos años y medio de edad, se paró frente a la iglesia para recitar el Salmo 23. Hoy en día, sus palabras tienen otro significado para mí: "Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo" (Sal. 23:4).
Jeannette Belo
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer

Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

MÁS ALLÁ DE LO QUE PODEMOS VER

«No tengas miedo», respondió Elíseo. «Los que están con nosotros son más que ellos». 2 Reyes 6:16.

El rey de Siria trazaba las estrategias de campañas bélicas para compartirlas con sus siervos. Pero el profeta Elíseo recibía por revelación divina estos secretos de guerra y los compartía con el rey de Israel. Así, el rey evitaba emboscadas y ataques sorpresivos de los sirios. «¿Quién es el traidor que lleva información al rey de Israel?», preguntó el rey sirio. Uno de los siervos dijo que el profeta Elíseo era capaz de escuchar las palabras que el rey sirio dijera en su cámara más secreta.
El rey sirio puso en marcha sus servicios de inteligencia para encontrar el lugar donde estaba Elíseo. Pronto averiguó que el espía estaba en Dotan. Entonces una compañía militar fue enviada para prenderlo. Elíseo representaba un peligro tan grande que un ejército tuvo que sitiar la ciudad. Al amanecer el siervo de Elíseo vio sitiada la ciudad y tuvo miedo. El profeta trató de animarlo para que confiara en el Señor. Los ojos del siervo fueron abiertos en respuesta a la oración de Elíseo, y vio gente de a caballo y carros de fuego colocados entre Eliseo y los sirios. La fe nos ayuda a entender que Dios hace más por su pueblo de lo que podemos darnos cuenta a simple vista. Esta es una ilustración del cumplimiento de las promesas de Dios por la seguridad y el cuidado de sus hijos.
En el sur de México, un pastor tenía reuniones de evangelización con nuevos creyentes. Una noche, mientras se preparaba para dormir en la casa donde se hospedaba, le avisaron que un grupo de gente armada lo buscaba para matarlo. Alguien le dijo que saliera por la puerta trasera de la casa. Aquella misma persona lo guió por un camino hasta llevarlo a una vereda. Allí se quedó unos minutos. Luego pasó otra persona y se lo llevó en su vehículo. Tiempo después, cuando las circunstancias violentas se habían calmado en el pueblo, el pastor volvió. Buscó el camino por donde lo habían llevado, pero se dio cuenta que no existía, y tampoco pudo localizar a la persona que lo guió. Para él no cabe duda de que una vez más los ángeles salvaron milagrosamente la vida de un servidor del Eterno.

«Mientras tengamos la mirada fija en el Autor y Consumador de nuestra fe, estaremos seguros». MJ 102.


Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

FRACASO ESPIRITUAL

Así dice el Señor: «¡Maldito el hombre que confía en el hombre! ¡Maldito el que se apoya en su propia fuerza y aparta su corazón del Señor!» (Jer. 17: 5).

Otro gran riesgo que corre el que busca la justificación por méritos propios, es fracasar en la experiencia cristiana. El apóstol lo puso de esta manera: «¿Qué concluiremos? Pues que los gentiles, que no buscaban la justicia, la han alcanzado. Me refiero a la justicia que es por la fe. En cambio Israel, que iba en busca de una ley que le diera justicia, no ha alcanzado esa justicia. ¿Por qué no? Porque no la buscaron mediante la fe sino mediante las obras, como si fuera posible alcanzarla así. Por eso tropezaron con la piedra de tropiezo» (Rom. 9: 30-32).
Es lamentable que el pueblo de Israel cayera en el fracaso espiritual cuando iban en busca de la justicia. La razón de su fracaso es que, aunque querían justicia, deseaban la justicia de ellos, no la justicia que Dios les prometió. Dios les había prometido la justicia que se alcanza por la fe en Cristo, pero ellos querían la justicia que se alcanza por el mérito propio, es decir, con el esfuerzo personal.
El fracaso espiritual es el resultado seguro de buscar una justicia basada en el mérito. El éxito en la vida espiritual depende de nuestra relación estrecha con Cristo, una relación que se realiza por fe, es decir, por tener confianza en él. Cuando confiamos en nosotros mismos, entonces el fracaso está a las puer¬tas. La confianza propia es señal segura de fracaso.
La razón de esto estriba en que nuestra naturaleza es una naturaleza débil y frágil. No tenemos las fuerzas morales para resistir el mal. Podemos resistir algunas cosas, pero el bombardeo del mal es tan persistente que finalmente caemos. Ya hemos mencionado que el apóstol Pablo exclamaba: «¿Quién me librará de este cuerpo mortal?» (Rom. 7: 24). La naturaleza humana con¬taminada por el mal es impotente para oponerse a este enemigo poderoso. La justificación por la fe implica que colocamos nuestra confianza en lo que Dios puede hacer por nosotros, y no en lo que nosotros podemos hacer con nuestra propia fuerza. Si confiamos en nosotros, fracasaremos espiritualmente como sucedió con Israel.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C