lunes, 22 de julio de 2013

CORRE, CORRE, CORRE

Lugar: México
Palabra de Dios: Hebreos 12:1

Caballo y su amigo caminaban por el bosque hacia un manantial termal, cuando Caballo descubrió un sendero que no conocía. Despidiéndose de su amigo, salió corriendo. Aunque no tenía ni idea de hacia dónde se dirigía ese sendero, estaba haciendo lo que le gustaba, y eso era correr.
Él es uno de los 40 mil indios Tarahumara que viven en el noroeste de México. Estos indios son conocidos, quizá, como los mejores corredores de larga distancia del mundo, pues corren hasta 240 kilómetros por vez. Correr parece formar parte de su vida. Corren para ir al trabajo, para ir al hospital; a veces, hasta para ir a comer. Créelo o no, pueden atrapar a un ciervo, persiguiéndolo hasta que el animal finalmente se cansa.
Lo sorprendente es el estado físico de los indios Tarahumara.
Mientras corren, su presión sanguínea baja y su ritmo cardíaco se mantiene en un promedio de unos 130 latidos por minuto. Luego de correr 80 kilómetros, ni siquiera se ven cansados. No sorprende, entonces, que los indios Tarahumara hayan ganado ultra maratones de 160 kilómetros.
¿Puedes imaginarte corriendo durante 18 a 20 horas? Eso es lo que lleva correr una de estas ultra maratones. Exige mucha perseverancia.
La mayoría de nosotros, probablemente, nunca corra distancias tan grandes. Pero, de la misma manera, necesitamos perseverar en nuestra vida espiritual.
La Biblia nos dice: “Por tanto, también nosotros, que estamos rodeados de una multitud tan grande de testigos, despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante”. Sigue corriendo. Algún día, pronto, terminaremos la carrera.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

CUANDO ESTÉS HABLANDO, ¡ESCÚCHATE!

Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan. No agravien al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención. Efesios 4:29-30.

Las palabras que pronunciamos, y la forma en que las decimos, dicen mucho más de nosotros que cualquier otra cosa. Estoy segura de que si grabáramos algunas de nuestras conversaciones, al escucharlas más tarde nos sentiríamos abochornadas. La ligereza con que a veces soltamos palabras, frases y expresiones verbales, pregona indudablemente todo lo que abrigamos en nuestro interior. En la Biblia leemos: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mat. 12:34).
Una manera de escucharnos a nosotras mismas mientras hablamos es observar el efecto que nuestras palabras tienen en la persona o personas que las escuchan.
El tono de voz, el contenido, los gestos que hacemos al hablar, forman el todo de una conversación y emiten un mensaje. Una buena palabra, dicha en un tono de desdén, podría causar en la persona que escucha un mal en vez de un bien.
Aunque las mujeres tenemos fama de hablar mucho más que los hombres, en realidad la situación es muy pareja. Los estudios más recientes demuestran que las mujeres pronunciamos aproximadamente 16,200 palabras al día, en contraste con los hombres que, según el mismo estudio, emplean unas 15,600 palabras. Posiblemente la diferencia estribe en que las mujeres sentimos más placer al hablar. Pero sea como fuere, no permitamos que el contenido de algunas de nuestras charlas sean calificadas como palabras “ociosas” (Mat. 12:36), o expresiones que salen de “labios impuros” (Isa. 6:5).
Hagamos el esfuerzo de hablar para bendecir y edificar. En la Palabra del Señor encontramos un gran consejo: “Los labios de los sabios esparcen conocimiento” (Prov. 15:7). Hagamos del maravilloso don del habla una herramienta para alentar al que está caído, motivar al desanimado, proveer compañía al solitario y sanar las heridas del que está lastimado.
Amiga, encontrar las palabras correctas al hablar es uno de los desafíos que tendrás que enfrentar en este día. Recuerda que: “Como naranjas de oro con incrustaciones de plata son las palabras dichas a tiempo” (Prov. 25:11).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

LA IMPORTANCIA DE UN BUEN NOMBRE

En aquel día, siete mujeres agarrarán a un solo hombre y le dirán: “De alimentarnos y de vestirnos nosotras nos ocuparemos; tan solo déjanos llevar tu nombre: ¡Líbranos de nuestra afrenta!” (Isaías 4:1).

Quizá no era la intención del profeta que las siete mujeres a las que se refería fueran simbólicas de siete iglesias, como lo pensaba el apóstol Juan en Apocalipsis. Porque un buen nombre es muy importante. Llevar el nombre, nada más, sin compromisos, lo único que quieren es llevar el nombre. Es difícil imaginar cómo un movimiento creciente puede subsistir durante casi dos décadas sin un nombre. George Knight señala en Lest We Forget [No sea que olvidemos] que, según algunos, elegir un nombre era ser como las otras iglesias. Por otra parte, ¿en qué parte dice la Biblia que las iglesias deben tener un nombre?
Es cierto que la Biblia no dice que Dios pusiera nombre a su iglesia, pero el gobierno sí exige que la iglesia tenga un nombre si quiere poseer propiedades. La necesidad de darle un nombre a la Iglesia Adventista surgió de la necesidad de inscribir la casa editora de Battle Creek, Michigan, en los registros gubernamentales. A principios del año 1860 Jaime White llegó a la conclusión de que ya no se haría cargo de los aspectos financieros de la institución.
Aun consciente de que sin un nombre no podrían registrar las propiedades, R. F. Cottrell escribió:
“Sería erróneo “ponernos un nombre”, pues eso está en el mismo fundamento de Babilonia”. White replicó a la sugerencia de Cottrell (que el Señor cuidaría las propiedades de la iglesia) diciendo: “Es peligroso dejar a Dios lo que él nos ha dejado a nosotros”.
En 1860, un congreso de observadores del sábado votó la elección de un nombre para la denominación. Muchos se inclinaban por el nombre “Iglesia de Dios”. Pero ya había muchos grupos que tenían ese nombre. Finalmente, David Hewitt sugirió el nombre adventistas del séptimo día. Su propuesta fue aceptada, pues muchos delegados reconocieron que “expresaba nuestra fe y nuestra posición [doctrinal]”. Elena de White, que había permanecido en silencio durante todo el debate, dijo: “El nombre adventista del séptimo día presenta los verdaderos rasgos de nuestra fe, y convencerá a la mente inquisidora” (La iglesia remanente, p. 106).
Tal es el valor de un buen nombre que debemos cuidar y ennoblecer. Recuerda que nuestro testimonio pone en alto el nombre de la iglesia de Dios donde quiera que estemos.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

QUE COMIENCEN LAS PLAGAS

Ve por la mañana a Faraón… y tú ponte a la ribera delante de él, y toma en tu mano la vara que se volvió culebra. Éxodo 7:15.

A Moisés y a Aarón se les indicó que a la mañana siguiente se dirigieran a la ribera del río, adonde solía ir el rey… En ese lugar los dos hermanos le repitieron su mensaje, y después, alargando la vara, hirieron el agua. La sagrada corriente se convirtió en sangre, los peces murieron y el río se tornó hediondo.
El agua que estaba en las casas y la provisión que se guardaba en las cisternas también se  transformaron en sangre. Pero “los hechiceros de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos” y cambiaron el agua de los pozos de manera similar. Pero, el rey endureció su corazón y se negó a ceder. La plaga duró siete días, pero sin efecto alguno.
Entonces se hizo otro esfuerzo para convencer al rey. Nuevamente se alzó la vara sobre las aguas, y del río salieron ranas que se esparcieron por toda la tierra. Invadieron las casas, donde tomaron posesión de las alcobas, y aun de los hornos y las artesas. Los magos aparentaron producir animales similares por medio de sus encantamientos. Pronto la molestia general se tornó tan intolerable que el rey deseaba intensamente eliminarla. Aunque los magos habían podido producir ranas, no pudieron quitarlas. Al verlo, Faraón fue humillado hasta cierto punto, y deseaba que Moisés y Aarón pidieran a Dios que detuviera la plaga. Ellos le recordaron al arrogante rey su jactancia anterior y le preguntaron qué había ocurrido con el supuesto poder de sus magos. Entonces, le pidieron que designara el tiempo en que debieran orar, y a la hora señalada murieron las ranas, aunque el efecto permaneció porque sus cadáveres corrompieron la atmósfera.
La obra de los magos había convencido a Faraón de que estos milagros habían ocurrido gracias a la magia, pero tuvo evidencia abundante de que este no era el caso cuando la plaga de las ranas fue quitada. El Señor pudo haber convertido las ranas en polvo en un momento, pero no lo hizo, no fuese que, una vez eliminadas, el rey y su pueblo dijeran que había sido el resultado de hechicerías como las que hacían los magos… Con esto, el rey y todo Egipto tuvieron una evidencia que su vana filosofía no podía contradecir; vieron que esto no era obra de magia, sino un castigo enviado por el Dios del cielo -Signs of the Times, 11 de marzo de 1880; ver texto similar en Patriarcas y profetas, pp. 269, 270.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White