lunes, 6 de junio de 2011

UN BRAZO FIRME

Cuando el hombre caiga, no quedara postrado, porque Jehová sostiene su mano (Salmos 37:24).

Recuerdo que cuando era pequeña mi madre me ponía pantalones largos porque me caía con facilidad. Es un hecho que el ser humano cuando comienza a intentar valerse por sí solo, se da cuenta de que el suelo está más cerca de lo que pensaba. Observa por ejemplo a un bebé que está dando sus primeros pasos. Se tambalea, pierde el equilibrio, tiene miedo y finalmente se cae. Pero cerca están los brazos de sus padres para volver a levantarlo, estimulándolo a seguir intentándolo. Así es como aprende a caminar.
Para Dios seguimos siendo bebés que aprenden a caminar. Por eso, porque sabe cuan cerca están el suelo y la caída, sus manos están dispuestas a socorrernos. Si te caes, recuerda que tu Dios está presto a darte la mano y levantarte. Solo así aprenderás a caminar.
A veces nuestra caída no es tan aparatosa y tan solo quedan unos rasguños, por lo que no nos cuesta seguir adelante. Pero cuando algo se rompe interiormente necesitamos el tratamiento apropiado. Cuando era niña me gustaba hacer de enfermera. Si alguien en mi familia se lastimaba, yo acudía rápidamente con mi botiquín y hacia lo que sabía para aliviar el dolor y curar la herida. Recuerdo que un día mi hermano menor se escapó descalzo y regresó trayendo un clavo en la planta del pie. A pesar de que era muy pequeñito, estaba tranquilo, esperando que yo lo ayudara con aquel problema, confiado en que todo saldría bien.
Nosotros también necesitamos acudir a Cristo, ya sea para curar un simple rasguño, para evitar una infección, o porque algo se ha roto internamente. Recordemos que la mano firme del Señor nos sostiene tras la calda, por dura que haya sido. Él siempre estará a nuestro lado. Acudamos a él, confiemos y permanezcamos quietos, sabiendo que él puede curarnos, levantarnos, restaurarnos y darnos una nueva oportunidad. ¡No te sueltes de la mano de Dios, pero si flaqueas y por un momento te alejas, clama a él y su presencia sostendrá tu mano y te levantará.
La mano de tu Dios es firme y poderosa, asegúrate cíe asirla con fuerza.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

PUNTUALIDAD

Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Mateo 25:10.

Cierta vez me invitaron junto con mi esposa a presentar un tema en la Sociedad de Jóvenes en una iglesia alejada del distrito pastoral donde trabajaba. Hicimos los preparativos y, ya cerca de la fecha, llamé por teléfono al anciano de la iglesia que me había invitado para saber algunos detalles acerca de la reunión. En el diálogo, me dio la dirección del templo y el horario de comienzo, pero aclaró:
—Está anunciado en el boletín de iglesia a las 5:30 p.m., pero es horario adventista.
—¿Qué quiere decir con "horario adventista"? —pregunté.
—Que comenzaríamos quince o veinte minutos tarde, porque la gente va llegando a esa hora.
Un principio que muestra la diferencia entre la mediocridad y la virtud, es la puntualidad. Saber respetar los horarios establecidos, tomar todas las precauciones por imprevistos y salir con tiempo para llegar a tiempo, debiera ser lo cotidiano y lo normal en los templos cristianos.
La parábola de las diez vírgenes muestra con terrible crudeza el desatino que significa ser impuntual delante del Señor. Las vírgenes insensatas eran adventistas (esperaban la llegada del Esposo), habían salido de la ciudad para esperarlo (abandonaron el mundo y sus pecados), y cada una de ellas tenía sus lámparas encendidas. Como el esposo no llegó en el tiempo esperado, todas se quedaron dormidas, hasta que a medianoche se escuchó el grito: "¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!" (Mat. 25:6). Al ver que no tenían aceite, rápidamente se dirigieron a comprar para que sus lámparas estuvieran encendidas, "pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta".
La parábola dice que ellas llegaron a la fiesta, pero era tarde; y el esposo no las reconoció.
La puntualidad es una virtud cristiana, porque respetar la hora del comienzo de las clases, del trabajo y de la iglesia, significa respetar a los demás. El mundo, con su ostentación y sus pecados, muchas veces manifiesta más respeto por el cumplimiento de los horarios que algunas congregaciones que se dicen seguidoras del Señor de los cielos. No debiera ser así.
Si en verdad estás esperando la llegada de Jesús al mundo, procura ser siempre puntual, sobre todo cuando asistas a la casa de Dios.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

BUSCAR A DIOS

Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra. 2 Crónicas 7:14.

Rigoberto despertó con el rostro amarillo, ojeras profundas y una horrible sensación pastosa en la boca. Como un autómata, se levantó y se dirigió al baño. El encuentro con su imagen, ante el espejo, le produjo una horrible sensación de náuseas. Casi no se reconoció. Se lavó la cara con jabón, como si en aquel acto quisiese borrar de su mente el recuerdo de la noche de pecado que había vivido.
No era la primera vez. El joven de ojos grises y sonrisa de niño ingenuo sabía que no podía continuar con aquella vida. Conocía los principios bíblicos desde niño. Pero, eso no marcaba mucha diferencia. Cuando la tentación surgía, se convertía en una pobre e indefensa víctima de las tendencias que cargaba en su naturaleza.
Después de pecar se sentía sucio, inmundo, indigno del amor de Dios... y con ganas de morir. Había prometido a Dios tantas veces que su vida cambiaría. Pero, cuanto más lo intentaba, más se hundía en la arena movediza de sus pobres intenciones.
Un día, en su desesperación, tomó la Biblia y encontró el versículo de hoy: "Si mi pueblo buscare mi rostro, yo sanaré sus tierras", expresaba la promesa.
Sanar sus tierras; era eso lo que Rigoberto necesitaba. Sus tierras estaban enfermas de pecado. Nada podía hacer él para resolver ese problema, a no ser buscar a Dios.
La palabra "buscar", en hebreo, es baqash; literalmente, significa "desear". Todo lo que Rigoberto necesitaba hacer era desear, mirar a Jesús, y decirle: "Señor, yo no puedo. Si dependiera de mí, estoy perdido. Por eso, vuelvo los ojos a ti. ¿Puedes hacer algo por este humilde pecador?" En ese momento, viene el cumplimiento de la promesa divina: "Yo sanaré tu tierra".
Esa promesa continua válida para ti. Nada hay, en tu vida, que el Señor Jesús no pueda sanar. La enfermedad del pecado es la peor de todas las enfermedades, porque no solo mata el cuerpo sino también el espíritu. Pero, a lo largo de la historia, Dios siempre ha cumplido su promesa en la vida de aquellos que se han acercado a él con fe.
¿Qué harás tú con la promesa? Sal, para enfrentar la batalla de hoy, recordando que "si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón