jueves, 9 de febrero de 2012

CAMINANDO POR EL TECHO

«Y tendréis por inmundos a los siguientes animales que se mueven sobre la tierra: [...] la lagartija» (Levítico 11:29, 30, RV95).

Camina lentamente. ¡Shhh! Estas criaturas se mueven muy rápido. Si nos ve, la perdemos. ¡Mira! Es un edificio viejo. Entremos con mucho cuidado. ¿Has visto eso que corría por la pared? Es una lagartija. Las lagartijas tienen unos pelitos minúsculos debajo de sus patas que se pegan a todo. Las lagartijas pueden correr por paredes, techos y dondequiera que les plazca. A quien no sepa sobre la existencia de esos pelitos que hay en las patas de las lagartijas, el hecho de que caminen por las paredes o el techo les puede parecer un milagro.
A veces en nuestra vida hay cosas que parecen imposibles de hacer. Tal vez tu papá o tu mamá llevan tiempo buscando un empleo y no lo encuentran, o la tarea de tu escuela cada vez se te hace más difícil. No sabes cómo solucionar las cosas.
Recuerda esto: Dios puede hacer cualquier cosa, incluso las que parecen imposibles. La próxima vez que enfrentes una tarea que parezca imposible, recuerda la lagartija y pídele a Dios que te ayude. Él te ama demasiado y «correrá por la pared» si es necesario para demostrártelo,

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EL AMOR Y LA GRATITUD

Recréate siempre en su amor. (Proverbios 5:19).

Se cuenta la historia de un árbol muy frondoso que regalaba a todos el frescor de su sombra, el aroma de sus flores y el canto de los pajarillos que anidaban en él. Había también un niño que conversaba a ratos con el árbol, contándole sus vivencias. Pronto, el pequeño se convirtió en un adolescente. Un día el árbol lo vio a lo lejos y lo llamó.
—Amigo, acércate para que hablemos. ¿Cómo te ha ido? —No tengo tiempo ahora —dijo el muchacho—. Estoy buscando dinero. ¿Tienes dinero para darme?
—No, pero tengo frutos en mis ramas. Llévatelos y obtendrás el dinero que necesitas.
—Buena idea —y acto seguido el joven cargó con todos los frutos, incluyendo los que aún no estaban maduros, y se fue.
El árbol se sorprendió de que no le diera las gracias, pero pensó que el joven tenía prisa. Pasaron diez años, y cuando volvieron a encontrarse el chico ya era un hombre.
—¡Qué crecido estás! — le dijo el árbol—. ¿Cómo te va?
—No me va bien porque necesito una casa. ¿Acaso podrías darme una?
—No. Pero mis ramas son fuertes y con su madera podrías construirla.
El joven cortó las ramas del árbol y se alejó sin pronunciar palabra o mostrar un gesto de gratitud. Con el tronco desnudo, el árbol se fue secando. Algún tiempo después vio venir a su conocido y le dijo: —¡Hola! ¿Qué necesitas esta vez? —Quiero viajar. Pero, ¿cómo podrías ayudarme? Ya no tienes ramas ni frutos que pueda vender.
—No importa —dijo el árbol—, puedes cortar mi tronco. Con él quizá consigas construir un bote para hacer tu viaje.
—Buena idea —dijo el hombre. Horas después trajo un hacha y taló el árbol. Construyó un bote y se fue. Del viejo árbol tan solo quedó un pequeño tocón a ras del suelo. Dicen que aún espera a su amigo para que le cuente su aventura o le dé las gracias. No se da cuenta de que ya no volverá.
Hay una gran enseñanza en este relato: algunas personas jamás regresarán donde ya no queda nada más que tomar. Recordemos ser agradecidas y volver siempre al lado de aquella persona que nos ha mostrado amistad y nos ha ayudado en la vida.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Blanca Dalila R. de Góngora

UN CONCEPTO «REVOLUCIONARIOS» SOBRE DIOS.

Nuestro Dios, a quien adoramos, puede librarnos de las llamas del horno. Daniel 3.-17

Uno de mis relatos favoritos de la Biblia es el de los tres jóvenes hebreos (Ananías, Misael y Azarías) y la estatua de Nabucodonosor. Me gusta esa historia porque da cuenta del valor que mostraron estos tres muchachos ante quien era el rey más poderoso de la tierra, y porque revela la clase de relación que tenían con Dios.
Como bien sabes, las civilizaciones antiguas eran en su mayoría politeístas. Adoraban a todo un séquito de dioses. Casi se podría decir que había un dios para suplir cada necesidad importante: para la lluvia, la guerra, la cosecha, la felicidad, el amor. Pero esta clase de religión presentaba un problema: estaba motivada por el interés. Es decir, la gente buscaba los servicios de un dios en particular para que le concediera algún favor o la librara de algún mal. Cuando no obtenían ese favor, simplemente cambiaban ese dios por otro. Y es aquí donde entra en juego el concepto revolucionario de relacionarse con Dios. Recordemos, en primer lugar, cuál fue la amenaza del rey: «¿Es verdad que ustedes no adoran a mis dioses ni a la estatua de oro que yo he mandado hacer? [...]. Porque si no la adoran, ahora mismo serán arrojados a un horno encendido» (Dan. 3: 15).
¿Cómo respondieron los tres héroes hebreos a este «decreto de muerte»? Dijeron: «Nuestro Dios, a quien adoramos, puede librarnos de las llamas del horno [...]. Pero, aun si no lo hiciera, sepa bien Su Majestad que no adoraremos a sus dioses ni nos arrodillaremos ante la estatua de oro» (Dan. 3: 15-18; el destacado es nuestro).
¡Qué tremendo valor! En una época en la que los dioses eran desechables, estos tres muchachos publicaron a voz en cuello: «Serviremos a nuestro Dios, sea que nos libre o no». En otras palabras: «Nada en este mundo, ni siquiera la amenaza de muerte, nos apartará de la senda del deber».
¿Puedes tú decir lo mismo? ¿Seguirías sirviendo a Dios aunque no te concediera exactamente lo que le pides? El ejemplo de Ananías, Misael y Azarías nos enseña que la religión no consiste en estar de parte de Dios solo cuando nos da exactamente lo que le pedimos, sino en confiar que él nos dará precisamente lo que más nos conviene.
Señor, ayúdame a amarte en todo momento, aun cuando no siempre me concedas las cosas

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

SAL SALADA

«Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada» (Mateo 5: 13).

En el mundo antiguo la sal tenía un gran valor. Tanto que, de hecho, con ella se solía pagar el sueldo de las legiones romanas. Este pago se llamaba salarium, de donde deriva nuestro «salario». ¿Qué le parecería si le pagaran su trabajo con sal?
Jesús habló de una sal que pierde su sabor. ¿Qué quería decir? En los días de Cristo, era posible que la sal perdiera su sabor. La sal era entonces muy diferente de la que nosotros conocemos. La sal que usamos hoy en día es un compuesto químico llamado cloruro de sodio. La sal que se usaba en el mundo antiguo se extraía de los acantilados del Mar Muerto, de once kilómetros de largo y varios centenares de metros de alto, o por evaporación del agua de ese mismo mar.
Tanto si se extraía de la roca como si procedía de la evaporación, estaba mezclada con otras sustancias minerales o vegetales. Cuando esa sustancia era expuesta a las inclemencias del tiempo o tocaba la tierra, la sal perdía su sabor. Ni siquiera era posible conservar demasiado tiempo la sal que era extraída de la superficie de los acantilados; la acción de la luz la volvía insípida.
¿Se ha preguntado por qué Jesús comparó a sus seguidores con la sal? ¿Por qué no dijo Jesús: «Vosotros sois el azúcar de la tierra» ?¿No habría sido mejor, por ejemplo: «Vosotros sois la miel de la tierra», o incluso: «Vosotros sois el arroz de la tierra»?
En esta alegoría espiritual, que se nos compare con la sal de la tierra es mejor que con el arroz, porque la sal da sabor al arroz; y no al revés. Quizá prefiramos ser arroz y no sal, pero Jesús dijo que somos la sal. En otras palabras, nosotros podemos hacer que el mundo sea mejor o peor.
La sal se usa para dar sabor a los alimentos. También es un conservante. Antes de que se conocieran los refrigeradores, la carne se dejaba secar y se conservaba en sal. Que Jesús dijera que somos la sal de la tierra significa que nuestra misión es conservar la verdad.
No solo eso, sino que nuestra influencia tiene que añadir un sabor especial a los que nos rodean. Nosotros, que somos la sal de Jesús, tenemos que llevar a cabo una tarea especial en el hogar, con nuestros familiares, con nuestros amigos y con nuestros vecinos (Basado en Mateo 5:13).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill