domingo, 8 de abril de 2012

FUERA DE ALCANCE


«También de la tribu de Gad se pasaron algunos al lado de David cuando estaba en la fortaleza del desierto. Eran guerreros valientes, entrenados en la guerra y armados con escudo y lanza. Tenían aspecto como de leones y corrían por los montes como venados» (1 Crónicas 12:8).

¡Qué valientes eran los soldados de los que habla el versículo de hoy! Tendrías que moverte realmente rápido con tus botas para poder mantener su ritmo. La Biblia dice que «corrían por los montes como venados».
Los venados son unos animales que corren muy rápido. Si fueras lo suficientemente rápido como para poder acercarte a uno, este rápidamente daría la vuelta y huiría.
Nuestros deseos pueden ser como los venados. A veces queremos cosas que pareciera que nunca podremos alcanzar En Filipenses 4:12,13 Pablo dice que él ha aprendido a ser feliz tanto en la pobreza como en la abundancia. Es posible que tú nunca llegues a tener muchos juguetes u otras cosas, pero eso no es lo que realmente importa en la vida.
Jesús está hoy delante de nosotros. Él no huye como el venado ni como todas esas cosas que tanto queremos tener Él está con los brazos abiertos invitándonos a acercarnos a él. ¡Corre hacia sus brazos y descubre el mayor de todos los tesoros!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EL PERDÓN EN LA PRÁCTICA


Pero sí no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas (Mateo 6:15).

Tal vez podrías decir. «Si Dios ya conoce mi corazón y necesidades, ¿para qué tengo que orar?». Porque «orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para darle a conocer a Dios lo que somos, sino que a fin de capacitarnos para recibirlo.  La oración no baja a Dios hacia nosotros, sino que nos eleva a él» (E! camino a Cristo, cap. 11, p. 138).
Cuando le abrimos el corazón a Dios no solamente se conmueve por nuestra súplica, sino que se siente autorizado para intervenir en nosotros. Dios es el único que nos puede dar un espíritu perdonador, así como esa paz que  «supera todo entendimiento» (Fil. 4:7).
Así como el primer paso para llegar al perdón es orar, el segundo paso es meditar en todo lo que Dios hizo por ti y por mí en la cruz. Cuando contemplo mi pasado puedo ver un mucho dolor en él, pero si lo comparo con el sacrificio y el dolor de mi Jesús, tan solo puedo caer de rodillas y agradecer a mi Padre celestial por su infinita gracia y su maravilloso don. ¡Qué grandioso fue su perdón!
El tener paso es pedir a Dios que nos conceda un nuevo corazón.  Necesitamos entregar a Dios nuestros sentimientos y emociones. Piensa en la siguiente promesa: «Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros.  Quitaré de vosotros el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Eze. 36:26). Únicamente cuando nuestro corazón rebose de su perdón y amor podremos hacer aquello que humanamente es imposible: perdonar. ¿Ocurrirá eso de inmediato? Tal vez no, pero Dios tiene sus tiempos.
Cada dolor humano es único para Dios. Él trabajará con nosotros en la forma más conveniente. «Nuestro Padre celestial tiene, para proveernos de lo que necesitamos, mil maneras de las cuales no sabemos nada» (El Deseado de todas las gentes, cap. 35, p. 301). Pidamos que se que se haga su voluntad en nuestras vidas.
El cuarto paso es decir en voz alta: «Decido perdonar a quién lo ha dicho o hecho algo en mi contra». Es importante que digamos concretamente el problema que queremos perdonar, y que mencionemos a Dios aquellas palabras y acciones que nos causaron dolor. Habrá sanidad al reconocer nuestros dolores y admitir que son reales. No los escondamos, no los ignoremos, no pretendamos que se han ido.  Saquémoslos fuera del corazón entregándoselos a Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Sherie Lynn Vela

NUNCA SE QUEJÓ


¡Gloria para siempre a nuestro Dios y Padre! Amén. Filipenses 4: 20

Fanny tenía buenas razones para quejarse de la vida. Cuando era bebé, con apenas seis semanas de vida, contrajo una infección en los ojos que un médico incompetente no supo tratar y que la dejó ciega de por vida. Tiempo después, cuando tenía un año, su padre murió, y su madre era tan pobre que tuvo que dejarla en manos de su abuela para que pudiera recibir una educación.
A pesar de todo, Fanny nunca se quejó, excepto de las matemáticas. «No me gusta odiar —escribió una vez— aunque tenga buenas razones para hacerlo. Pero he descubierto que soy muy buena para detestar todo lo que tiene que ver con números» (John Woodbridge, ed. More than Conquerors [Más que vencedores], p. 109). Por eso escribió, en forma de poema: «Las detesto, me enferman, son tan antipáticas; me refiero, sin dudas, ¡a esas matemáticas!».
Sin embargo, con la misma intensidad que detestaba las matemáticas, Fanny amaba la poesía. Tanto era así que sus profesores la amonestaban porque sus poemas la distraían del cumplimiento de sus deberes escolares. Animada, sin embargo, por el secretario de la institución escolar, continuó escribiendo poemas. ¡Y quién lo iba a imaginar! Ese secretario, Grover Cleveland, posteriormente llegaría a ser presidente de los Estados Unidos. Y esa jovencita a quien él había animado a seguir escribiendo poemas llegó a convertirse en la mayor y más reconocida compositora cristiana de himnos. Se calcula que durante su vida Fanny Crosby escribió... ¡más de nueve mil himnos!
Si buscas en el Himnario adventista, encontrarás algunos de esos himnos: «A Dios sea gloria», «Tuyo soy, Jesús», «En Jesucristo, mártir de paz», «Salvo en los tiernos brazos», «Ama a tus prójimos», y muchos otros.
¿Cómo logró tanto a pesar de ser ciega? En primer lugar, gracias al amor que sentía por su Salvador. Fanny nunca escribía un himno sin antes pedirle al Salvador que fuera su fuente de inspiración. Y lo que es más importante, no permitió que la ceguera fuera un obstáculo para su desarrollo personal.
¿Tienes alguna limitación física? ¿Algún impedimento? Te desafío a que no te quejes por los talentos que no tienes y uses los que tienes, sean pocos o muchos, para la gloria de Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

¡VIVE!


«Jesús le dijo: "Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron"» (Juan 20: 29).

¿Se ha preguntado alguna vez qué sucedió con los discípulos de Jesús? No esperaban que resucitara. Una y otra vez, el Maestro les había dicho que moriría y después de tres días se levantaría de la tumba, pero no lo entendieron.
Cuando Jesús murió, los discípulos eran once hombres atemorizados que corrían a esconderse para salvar la vida. Su líder había muerto y su sueño se había hecho añicos. Sin embargo, varios días después de la resurrección, aquellos mismos once hombres eran audaces, valientes y visionarios. ¿Qué provocó tan gran cambio? No era que vieran una tumba vacía; era que habían visto a Cristo vivo, resucitado de entre los muertos. Por fin lo entendieron todo y estaban ansiosos por compartir la buena nueva.
Los fariseos trataron de difundir el rumor de que los discípulos habían llegado por la noche y robaron el cuerpo y así poder decir a la gente que había resucitado (ver Mat. 27: 64). Pero, ¿qué ganaban los discípulos urdiendo tal engaño? La mayoría de ellos perdió la vida por defender sus convicciones. ¿Quién estaría dispuesto a morir por defender una mentira? Si los discípulos mentían, engañaban deliberadamente al mundo entero.
Una de las razones de la propagación del cristianismo en el siglo I d.C. era el comportamiento puro, honesto, sincero y veraz de los discípulos.
Todo el mensaje de Cristo es que nos amemos unos a otros, seamos amables y digamos la verdad. ¿Podrían haber vivido una mentira colosal? No, habían visto a Cristo resucitado. Sus vidas cambiaron radicalmente. Así, salieron al mundo para contar la buena nueva del amor de Cristo por cada persona, de su muerte como su sustituto, de su resurrección para vencer a la muerte y que él vive.
Se cree que solo un discípulo se libró del martirio. Santiago, hijo de Alfeo, fue apedreado y Tadeo, su hermano, decapitado. Pedro, Andrés, Felipe y Bartolomé fueron crucificados. Mateo, Tomás y Santiago, hijo de Zebedeo, fueron muertos a espada. Marcos fue arrastrado hasta morir. Tan solo Juan murió de viejo.
Señor, ya .sea por mi vida o por mi muerte, quiero ser siempre un testigo de la verdad. Basado en Juan 20:24-30

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill