martes, 15 de febrero de 2011

QUE DIOS DECIDA EL RESULTADO

“No tenga deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros”. Romanos 13:8.

El compromiso y la responsabilidad van de la mano. No solamente tenemos que hacer las cosas a que nos comprometemos: hay que hacerlas bien. “Ya no daré clases el año que viene”, pensaba la mujer en su casa aquella tarde. ”Sería bueno dar la oportunidad a otras personas: además, he invertido tanto tiempo y quién sabe si ha valido la pena”.

Cierto día, al abrir su correspondencia encontró una carta. “Qué raro”, se dijo. “Viene del campo de batalla”. Abrió el sobre, sacó la hoja y empezó a leer.

Querida maestra:
No me es posible escribir esta carta yo mismo, le pedí a otra persona de buen corazón que o haga por mí. Estoy en el hospital herido de gravedad, no tengo esperanzas de sobrevivir, pero antes quise escribirle esta carta para agradecerle lo que hizo por mí.
Recuerdo las lecciones de la Biblia que usted me enseñó. Quiero decirle que ha aceptado a Jesús como mi Salvador personal, y todo se lo debo a lo que usted hizo por mí.

La maestra no pudo seguir leyendo. ¿Cómo era posible que, cuando había perdido los deseos de seguir en la Escuela Sabática, recibiera esa carta? Cierto, a veces los resultados no se veían rápidamente, pero Dios prosperaría su trabajo más adelante. Decidió continuar al frente del grupo que durante tantos años su iglesia le había pedido que atendiera; esa era su misión. El compromiso debía continuar. Dios se encargaría de los resultados.


Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

AMOR POR ETAPAS

Las muchas aguas no padrán apagar el amor, ni lo ahogaran los ríos (Cantares 8:7)

"¡Y vivieron felices para siempre!", solemos leer al final de los cuentos románticos, como si todas las historias de amor tuvieran el mismo desenlace. Si no terminan con un beso mágico o con una música sublime, los cuentos, las novelas y las películas románticas pierden gancho comercial. Pero, ¿te has dado cuenta de que el instante en que termina la narración es precisamente, ese en el que comienza la realidad?

El noviazgo no es sino una etapa previa al comienzo de la pareja como tal, con compromiso, al inicio del resto de la vida juntos. ¿Comeremos perdices con nuestras parejas, o nos someteremos a una dieta rigurosa que poco a poco vaya apagando el amor?

Lamentablemente he escuchado frases como: «De novios me trataba de manera especial, pero de casados cambió, y yo desperté a la realidad». ¿Es posible que la luna de miel se convierta después en una noche de hiél?

Todas las etapas de la vida tienen su encanto y conllevan una responsabilidad. Por ejemplo, el noviazgo es una etapa muy romántica. La lucha por la conquista parece ser el motor que nos impulsa a esmerarnos por agradar a nuestra pareja. No escatimamos esfuerzos para que nuestro amado tenga una excelente opinión de nosotras. También es cierto que no tenemos tantas responsabilidades, pues es fácil que todo esté perfecto para recibir a nuestro galán y cautivar así su corazón sabiendo que pronto se irá. Pero en la etapa posterior al noviazgo, cuando tenemos tantas tareas que hacer todos los días, cuando llegan las distintas presiones que conllevan el matrimonio y los hijos, aquel romanticismo, aquellos momentos de contemplación mutua, van siendo relegados a un segundo plano, cuando no desaparecen completamente de la escena. ¿Realmente pueden los ríos diarios ahogar el amor?

Lucha por tu felicidad, sin hacer comparaciones, con un espíritu optimista y con mucha oración. Todas tenemos que enfrentar la rutina diaria, pero nuestro romanticismo, nuestro alimento emocional, indispensables para nuestra salud, no tienen por que ir desapareciendo hasta morir. El amor siempre encuentra una balsa en la que navegar.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

TODOS IGUALES

Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea, sin acepción de personas. Santiago 2:1.

Una característica común a todas las sociedades es la de discriminar a las personas. Los títulos académicos, la posición social, la raza, la religión, la edad o el sexo se constituyen dentro de muchos círculos como requisitos para pertenecer o ser rechazado. Mientras que entre los niños no hay distinción, y el que nació en una mansión podría jugar libremente con el niño del barrio más pobre, los adultos crean barreras y se discriminan unos a otros. Tristemente, esa manera de tratar a los demás, poco a poco se transmite de adultos a jóvenes y estos últimos la incorporan como propia.

Ese fue el caso de Daniel, un joven adventista que había llegado de otro país y se inscribió en nuestro colegio. Como todo alumno nuevo intentó integrarse a los que llevaban varios años estudiando juntos, pero su manera de hablar y sus rasgos faciales causaron que los otros jóvenes lo ignoraran y lo hicieran sentirse fuera de lugar. Con el paso de los meses, la soledad y su baja autoestima afectaron su aprendizaje, y todo el proceso resultó en un bajísimo rendimiento académico.

Como consejero de su curso, hablé con él por sus bajas calificaciones, pero en el transcurso de la conversación me di cuenta que el verdadero problema no era su capacidad intelectual, sino el sentido de desprecio que lo oprimía cada día.

¿Por qué en un ambiente cristiano y adventista había discriminación? ¿Por qué, si Dios nos considera a todos hijos suyos e iguales ante su presencia, los hombres edificamos barreras para excluir y separar? La respuesta obvia a estas preguntas es: por causa del pecado. Pero si decimos amar a Dios, ¿no imitaremos a Jesús, que murió por todos sin hacer acepción de personas?

No tienen valor las apariencias de religión ante Dios, si en el fondo del corazón albergamos el desprecio por otro ser humano. De nada valen los actos de bondad y desprendimiento, si nos creemos superiores a otros. La verdadera religión valora a todos por igual, como lo hizo Jesús, que se identificó con los publícanos, las rameras, los samaritanos y los más pobres, haciendo a un lado su título divino de Creador de toda la tierra.

Hoy Jesús te invita a que seas su amigo y lo imites en este aspecto. Acepta a todos por igual así como él te acepta a ti.


Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

DIOS SE REVELA

"Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría". Salmos 19:1,2.

Dios es un Padre de amor, que se interesa por la vida de sus hijos. Él no te creó y te dejó abandonado a tu triste destino. Desea guiarte, y llevarte al puerto deseado de la felicidad. El problema es que, en este mundo, hay tantas voces que te dicen lo mismo y, a veces, tienes dificultades para identificar la voz de Dios. Pero, él siempre está a tu lado, llamándote e invitándote a vivir una experiencia de amor con él.

El versículo de hoy dice que la naturaleza cuenta la gloria de Dios. Te habla de muchas maneras: mediante el canto del pajarillo; cuando abre una flor; de manera dulce, en la brisa mansa de la tarde calurosa, o de manera enérgica, en la voz del trueno. Pero, te habla. La pregunta es: ¿entiendes lo que la naturaleza te comunica? ¿Tienes tiempo para detenerte y observar lo que sucede a tu alrededor, o vives demasiado ocupado y ansioso con las cosas de esta vida?

Es una pena que, a veces, el ser humano, al observar la belleza de los astros y de la naturaleza, empieza a adorar las cosas creadas, y no al Creador. Cuánta gente se pierde en los recovecos del misticismo y de la astrología, en lugar de volver sus ojos al Dios maravilloso que creó todo aquello. La próxima vez que veas un arco iris, el vuelo de una mariposa o la salida del sol, trata de escuchar la voz de Dios.


El Señor desea comunicarse contigo no solo a través de su Palabra, sino también por medio de la naturaleza. Cuídala, obsérvala, protégela; y trata de aprender las lecciones que ella te puede proporcionar.


Haz de este un día de observación. Por el camino en que te diriges a tu trabajo, a tu colegio; en el jardín de tu casa o de la universidad; en la calle; en fin. Haz una pausa, observa lo que Dios creó, alza los ojos al cielo, mira el cielo azul o cubierto de nubes, y pregúntate a ti mismo: "¿Qué lecciones quiere enseñarme Dios, a través de las cosas simples que la naturaleza me muestra?"


¡Ah!, y no te olvides: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría".



Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón