jueves, 18 de febrero de 2010

MI COLECCIÓN DE SOUVENIRS

No temas porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú (Isaías 43:1). Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón (Jeremías 29:13).

Cuando me llamaron por primera vez para trabajar en países distantes, comencé a coleccionar cucharillas pequeñas, como souvenirs que con-memoraban los lugares que había visitado. Quería recordarlos con algo que llevara su nombre.
Después de algunos años, tenía una gran colección. Encontré marcos para las cucharas, para poder colgarlas en la pared, y comencé a ubicarlas en el orden que las había conseguido. Algunas están grabadas con diseños intiincados y forman un lindo cuadro en la pared con diferentes formas, brillos y colores.
Cuando terminé de llenar uno de los marcos con las cucharas pequeñas de tierras extranjeras, encontré otro para las cucharas más pequeñitas del interior de mi país. Pronto necesité otro marco, para las que había comprado en parques nacionales y lugares turísticos.
Ahora tengo tres marcos llenos de pequeñas cucharas. Son un recuerdo muy inspirador de mis viajes, y disfruto mostrando cada una de ellas a mis amigos cuando me visitan, nombrando los lugares que visité uno por uno. ¡Que hermosos recuerdos vienen a mi mente cada vez que miro las pequeñas cucharas! Esta experiencia me hace recordar los versículos de hoy acerca de nuestro salvador. Quiero buscarlo a él así como busqué cada una de esas pequeñas cucharas. Y estoy feliz de saber que él tiene una colección de nuestros nombres escritos en el Libro de la Vida. Pronto un día Jesús vendrá, y reunirá a los pueblos de la tierra para su Reino en los cielos. "Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe" (Mal. 3: 17). Él nos conoce por nombre, y nos llama hoy para que formemos parte de su colección de personas redimidas que seremos reunidas en su Reino para siempre.
Querido Señor, te agradezco hoy por las promesas de que podemos estar contigo. Ven pronto a llevarnos al hogar, donde tú estás.

Bessie Siemens Lobsien
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

RUMBO A LA ETERNIDAD

Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Apocalipsis 21:4.

Estas palabras forman parte de la descripción de un «cielo nuevo y una tierra nueva» (vers. 1). La diferencia en esta descripción, con relación a «las primeras cosas que han dejado de existir» (vers. 4), la produce el hecho de que Dios estará con su pueblo, no solo de visita ciertos días del año, sino que, ¡«acampará en medio de ellos»! (vers. 3). Cuando Dios está presente, ¡la muerte huye!
Hoy es el cumpleaños de Lizzeth Yajaira Velázquez Monarres, estudiante de Contaduría Pública. Ha dejado en el cementerio ya a sus padres y a dos de sus hermanos. Por eso el texto que encabeza nuestra meditación de hoy la llena de esperanza. Lo maravilloso es el efecto que esta esperanza tiene en nuestras vidas. Como dice Lizzeth: «A pesar de todo, he visto la mano de Dios sobre mí».
Mientras llegas al escenario renovado que se describe en el capítulo 21 de Apocalipsis, hay dos maneras en que la esperanza te fortalezca. Es como las dos caras de una moneda. Ante todo, la gracia de Dios que te sostiene en medio de la crisis. Hay muchas promesas bíblicas que te aseguran la compañía de Dios cuando caminas por el «valle de sombra de muerte» (Salmos 23: 4, RV95). El Espíritu Santo cumple su misión de ser un Consolador para quienes derraman sus lágrimas. Hace que recuerden la manera en que terminará la historia y da una visión del futuro glorioso sin muerte, dolor o llanto.
Lizzeth dice también en su reflexión: «A pesar de que me encuentro sin el apoyo de mi familia, en este lugar [la Universidad de Montemorelos] me siento bien. Este es mi hogar». Esto es lo hermoso de vivir en medio de una comunidad de creyentes. No solamente comparten una esperanza, sino también su cariño y apoyo. Una comunidad donde cada uno cree que su nombre está escrito en el libro de la vida.
«Cristo ha sido un compañero diario y un amigo familiar de sus fieles seguidores. [...] Están preparados para la comunión del cielo; pues tienen el cielo en sus corazones». MJ 164.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

FE EN UNA PERSONA

No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe (Filipenses 3: 9).

El apóstol Pablo va clarificando cada vez más lo que quiere decir con sus declaraciones contundentes de que la justificación se obtiene por fe. Ahora leeremos algunos pasajes que explican claramente lo que significa tener una fe que justifica. Notemos: «Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen» (Rom. 3: 22). Finalmente llegamos a lo que Pablo quiere decir. Él no está hablando de fe en general. Él habla de una fe que se dirige a una persona, Jesucristo. No se trata de tener fe en algo, sino en alguien. No es fe en un conjunto de doctrinas, sino fe en una persona. No es fe en una iglesia, sino en un individuo.
Pero, ¿qué significa creer en una persona? ¿Qué implica creer en la persona de Cristo? Veamos un pasaje más: «Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia» (Rom. 3: 25). Creer en Cristo significa creer en su sangre. Sangre es sinónimo de vida: perderla, es perder la vida. Entonces, no es solo creer en una persona, sino creer en lo que esa persona hizo, es decir, que derramó su sangre, entregó su vida como un sacrificio. Este sacrificio fue una expiación o propiciación. Debe entenderse, expiación por el pecado, por mis pecados. Debo tener fe que el sacrificio de Cristo fue por mis pecados. Si no tengo fe en eso, no hay justificación.
En nuestro texto de hoy se revela que hay una justicia que se puede obtener, y que está basada en lo que hacemos, es decir, en el mérito propio. Es la justicia propia, que no sirve para justificarse ante Dios. La justicia verdadera es la que se obtiene mediante la fe en Cristo. El mérito es de Cristo, no de nosotros. No podemos hacer nada meritorio delante de Dios. Lo único que podemos hacer para alcanzar la justificación divina es creer en lo que Cristo hizo en nuestro favor. Esa es la justicia basada en la fe.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C