lunes, 22 de junio de 2009

El FINAL DE DIOS SIEMPRE ES BUENO

Nuestra esperanza es la vida eterna, la cual Dios, que no miente, ya había prometido antes de la creación (Tito 1: 2).

¿Quién podría vivir sin tener esperanza alguna? Nadie. No hay ningún plan en nuestras vidas en el cual no tengamos puesta alguna esperanza. Siempre existe un deseo de lograr, obtener o cumplir algo que nos satisfará como personas. Ante las penumbras de la vida, ante la violencia del mundo, ante la desesperación de habitar una tierra corrompida, la esperanza en ese Alguien superior se abre como nuestra opción de vida y el fin del sufrimiento. Ante nuestros ojos está la virtud de esperar confiadamente en que Dios cumplirá lo que ha prometido. ¿Cómo mantener la esperanza? Experimenta una continua dependencia y confianza en Cristo. Solamente en él puedes tener la seguridad de la victoria. Es él quien nos da la certeza de un mundo mejor, de un cielo y una tierra nuevos. Es a través de su vida que vemos la existencia de un mundo perfecto, que existe la resurrección y una vida eterna. Que pertenecemos a un «hogar», al cual estamos próximas a llegar. Únicamente necesitamos apropiarnos de esa «bendita esperanza», y día a día vivir conforme a ella. Mientras nuestras vidas estén lejos del ideal de Dios nos alejaremos de la certeza de su invariable amor. Vendrán dudas. Nos preguntaremos si es verdad lo que creemos y esperamos, o es un cuento más. Entonces, la vida se volverá triste y nuestra esperanza se tornará inalcanzable. El tiempo será nuestro verdugo, las tinieblas taparán la luz, el frío se apoderará del cuerpo, el respirar parecerá acabar y el corazón poco a poco desfallecerá ante los desafíos de la vida. Pero si caminamos con Dios, él tiene el poder de inyectar vida a nuestro ser y llenar la existencia de una bendita esperanza. Con Dios todo puede ser mejor. Cuando hay esperanza puedes hablar con él cara a cara y vislumbrar lo que está más allá de nuestros ojos. Lo crees, lo ves, lo esperas y ciertamente lo tendrás. La esperanza es vida. Es la certeza de saber que el final de Dios siempre es bueno. Esta mañana te invito a orar: «Hoy deseo que en mi corazón abunde la esperanza. Dios, tú eres mi espe­ranza, ¡en tus manos está mi futuro!»

Lorena P. de Fernández
Tomado de la matutina Manifestaciones de su amor

UN MUNDO COMPLETAMENTE NUEVO

El que trabaja, dominará. Proverbios 12:24

Helen Keller nació en 1880. Era una niña normal. Pero antes de su segundo cumpleaños, perdió la vista y el oído. Frustrada por la incapacidad de comunicarse, Helen se convirtió, como diría más tarde, en una niña «rebelde e ingobernable [...] que lo arreglaba todo a patadas y arañazos». Cuando Helen tenía siete años, Annie Sullivan, una joven que, a su vez, había tenido que luchar con una ceguera parcial, abrió un mundo completamente nuevo para Helen. le dio la posibilidad de comunicarse enseñándole el alfabeto manual, según el cual las letras se simbolizan con distintas posiciones de las manos. Helen aprendió rápidamente a deletrear y empezó a escribir sus pensamientos. También aprendió a leer en Braille. Durante tres años Helen solo pudo comunicarse con los demás mediante el lenguaje signos o la escritura. Pero decidió que quería aprender a hablar como las demás personas. Por eso empezó a recibir lecciones de dicción. Tocando la boca y el cuello de sus profesores, Helen aprendió a articular sonidos y, finalmente, a hablar. Cuando Helen tenía veinte años fue a Radcliffe, una universidad exclusiva para señoritas. En cuatro años se graduó con matrícula de honor y el número uno de su promoción. Helen nunca habló con claridad, pero viajó por todo el mundo y dio conferencias a beneficio de los ciegos en más de 25 países. También escribió siete libros y aprendió cinco idiomas más. Si una mujer ciega y sorda pudo conseguir eso durante su vida, piensa en qué podrías lograr tú. No dejes que la pereza, el miedo al fracaso o las dificultades aparentes le impidan ser la persona que Dios quiere que seas. Aprovecha al máximo los dones que él te ha dado.

Tomado de la Matutina El viaje Increíble.

EN EL PODER DEL ESPÍRITU

Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Lucas 4:14

Cuando Jesús volvió del desierto, después de pasar allí cuarenta días en total comunión con Dios, volvió «lleno del poder del Espíritu a Galilea». La palabra que se traduce aquí como "poder" es el término griego dynamis, de donde viene nuestra palabra «dinamita». Nuestro Señor venía investido de un poder divino. No fue investido de ese poder porque era Hijo de Dios, ni porque era Dios, sino porque había ayunado, orado, meditado y consagrado su vida durante cuarenta días y cuarenta noches.
Cualquiera de nosotros —así les ocurrió a varios profetas— que hiciera lo mismo sería investido del poder de lo alto. Recibiría el poder del Espíritu y haría grandes cosas, como las que hizo Jesús en su ministerio en Galilea, adonde llegó «en el poder del Espíritu». El Espíritu Santo fue el poder activo en la creación (Gen. 1: 2), y lo es en la nueva creación (Juan 3: 5). El reino de los cielos debía venir «con poder» (Mar. 9:1). Pero en ocasión del bautismo de Cristo el Espíritu Santo descendió sobre él con fuerza extraordinaria y lo llenó de poder divino para que pudiera llevar a cabo su misión (Juan 3: 34).
Más tarde se les prometió a los discípulos que recibirían el poder del Espíritu Santo, que los capacitaría para dar testimonio del glorioso mensaje de un Salvador crucificado y resucitado (Hech. 1: 8). Lo mismo se nos promete a nosotros. Todos hemos recibido el poder del Espíritu para convertirnos y continuar la vida cristiana. Todos debemos tener poder para dar nuestro testimonio a favor del evangelio de Cristo.
El Espíritu Santo dotaba de poder a Jesús para realizar su obra y sus milagros. Todo lo hacía como humano, ya que vino a ser semejante a nosotros en esta tierra. Esto debe ser una promesa y un incentivo para nosotros como hijos de Dios. Nuestro gran problema es que estamos acostumbrados a tomar decisiones y hacer cosas por nuestras propias manos y nuestra propia fuerza.
Otro peligro que corremos es atribuir a nuestros talentos las obras que hacemos gracias al poder del Espíritu Santo. Hasta los más humildes de nosotros corremos ese riesgo. Pero Jesús era muy diferente. Él dijo: «El Hijo no puede hacer nada por sí mismo». ¿Quieres ser usado con poder por el Espíritu Santo? El precio es alto. Es una vida, en todos los aspectos, de constante compañerismo y apego a Jesús.
El poder está disponible. Dios quiere revestirnos del poder de su Espíritu. A nosotros nos toca «pedir y recibir».

Tomado de la matutina Siempre Gozosos.